En realidad esto no empieza como una alegre historia de navidad; más bien es otra y más seria, que va de emigrantes que vinieron de África, huyendo de los monstruos que persiguen a todos los desesperados que se juegan la vida en el intento de cruzar medio continente a pie, y un estrecho en patera.
Tampoco
se trata de un cuento; pues es la pura realidad de lo que les sucede a ciertos
seres humanos señalados por el infortunio. Que se destierran de su país a
causa de sus ideas o religión. Acosados por los fantasmas del hambre o la
guerra. La semblanza de aquellos que dejan atrás a la familia, los amigos, el
hogar. Su pasado y presente, por perseguir un futuro que se intuye brumoso y
desenfocado más allá del horizonte que perfila la luna que les acompaña en la
travesía, y la de algunas estrellas que les guían a una costa llena de zozobras.
Tres
de ellos desembarcaron en un barrio de Madrid, a pesar de que en la capital no tengamos playa. Después de muchas peripecias en ese mar de incertidumbre que es
la vida, llegaron a buen puerto.
Los tres vinieron de países diferentes, en periodos de tiempo distintos. No se conocían, hasta que recalaron en un albergue parroquial que administraba un cura raso, llamado José Ramón. Pudo haberse llamado José María, por eso del juego de palabras; pero entonces estaría faltando a la verdad.
José, es de esos personajes sencillos y humanos como
el tal Francisco de Asís; de los que saben ver en todos los seres, criaturas inocentes.
Era ayudado por unos cuantos hombres y mujeres voluntarios con buena voluntad. Como la que se supone tenían aquellos a los
que se referían los ángeles allá en Judea, siendo considerados como “Bienaventurados”.
Entre
todos supieron rodearles con lo más necesario: cariño, comprensión y cuidado.
Alguno de los que llegaron necesitaba un abrazo y un hombro para llorar su
desdicha. Otro agradecía la sonrisa que brinda una acogida sincera y sin
doblez. Y todos ellos, un plato de comida caliente o un colchón donde reposar
sus huesos doloridos y el resguardo de un techo que los librara del frío nocturno
y de la gélida indiferencia de muchos, solamente por considerarlos extranjeros de tercera categoría.
Pues
sucedió que en uno de los domingos de adviento, en misa de doce, el curita de
infantería habló de una familia muy particular, que tuvo que huir de su tierra porque un tal Herodes
iba tras ellos con todas las de la ley y fuerzas del orden público. Todos ellos
armados y no precisamente de razón. Y solo por haber montado un Belén dentro de un portal; como hacen esos sin techo sinvergüenzas que se meten en cualquier
rincón; ocupando lugares en perjuicio de los ciudadanos respetables, que no pueden
realizar sus actividades nocturnas sin recelar de tanto indeseable venido de
fuera.
Y
recuerda, que también los pastores dormían al raso. Y que de todos los oficios ejercidos por judíos, era este el más despreciable. Ya ves tú, decía con humor, Y ahora los que
nos pastorean como rebaño, visten de Armani y viven como dios en casoplones. Y esto no es políticamente
correcto mientras haya necesitados en nuestras ciudades.
De
paso comentó a la feligresía, que lo de la operación kilo; eso de traer comida no perecedera para los más desfavorecidos, había sido todo un éxito. Ya que se estaba
atendiendo a todo Cristo, muy sobradamente.
Algunos
comentaron a la salida, que en el lado donde se sitúa el nacimiento todos los
años, estuvieron sentados durante la celebración, muy atentos y respetuosos,
tres hombres de raza negra. Parecían ser, tres invitados de honor del niño
Jesús.
Y
aquí, amigos que me leéis, disfrazado con voz de narrador. Os tendré que decir
que un servidor se enteró más adelante que los tres jóvenes negros, fueron los
que vinieron de lejos abandonándolo todo por una corazonada de que algo
diferente se iban a encontrar allá donde llegasen.
A
nadie importó que fueran musulmanes y menos, que se llevasen la mano al corazón e inclinasen su cabeza como signo de respeto cada vez que alguien, les saludaba deseándoles una feliz navidad.
Estos
tres se ganaron de tal forma el cariño del vecindario, que ese año los eligieron como rey Baltasar y sus pajes, triunfando entre la chiquillería, que por primera vez
veían en persona al mismísimo rey venido de tierras ignotas y no un sucedáneo, pintado
con carboncillo que suele ser, para más inri, el soso concejal de cultura del
distrito.
Ese
año, doy fe, que fue la mejor cabalgata vivida por niños y adultos. Que los
caramelos más dulces fueron los que se tiraron desde la última carroza. Y que
los que iban subidos en ella se sintieron por primera vez en su vida
protagonistas de una historia que era tan bonita, como el mejor cuento de
navidad con final feliz.
A día de hoy, son muchos los jóvenes que siguen pasando por el albergue de San Juan de Ávila. No se les puede atender a todos. Buscan dignidad como personas, un trabajo y un lugar en un mundo cada vez más deshumanizado. Aunque siempre habrá buenos samaritanos, dispuestos a dar un poco de compañía, calor y aliento.
Pues
entre las figuras importantes del Belén, también se encuentran la mula y el
buey.