No había flecha que le pudiera hacer daño, ni filo de espada mortal. Cuando resultaba herido, se recuperaba casi de inmediato. Gozaba como los dioses del don de la inmortalidad. Cuando era aniquilado por un adversario superior, se tomaba una pócima y un respiro, solo para volver a la batalla con mayor ímpetu.
Se enfrentaba sin miedo en continuas batallas; en las que participaba infligiendo al enemigo daños
irreparables. Victorias indiscutibles. Conquistas inimaginables para ningún humano.
No fue así en un principio,
cuando era un novato sin experiencia; pero fue aprendiendo a elegir las armas
adecuadas, y las estrategias más inteligentes. De la misma forma estudió al
enemigo con el que se debería batir, al igual que a descubrir sus puntos
débiles para utilizarlos en su contra y en beneficio propio.
Dedicó muchas horas a entrenar a conciencia. Sus habilidades se fueron acrecentando para utilizarlas en el momento adecuado.
Sobre todas destacaba su poder de concentración absoluto y la velocidad y la fuerza de sus dedos, ejercida sobre los botones
del mando de la consola. Eran componentes vitales para salir victorioso, en cada conflicto
armado frente a la pantalla.