jueves, 26 de mayo de 2016

Gaviota




Cada vez que alzaba el vuelo a la caída del sol, no veía ocasos sino horizontes que alcanzar. Cuando planeaba por encima de los acantilados de la costa, no veía escollos ni dificultades, sino barreras que sobrepasar por medio de la inteligencia  y la pericia.
El despegue y el aterrizaje eran pruebas constantes en su continuo aprendizaje y su mirada siempre abarcaba la plenitud, llegando a ver más allá de la realidad que le mostraban sus ojos.

Se sentía libre de ataduras cada vez que subía allá arriba. El firmamento constituía su paraíso personal, las nubes le arropaban como en blanco y mullido edredón; y si la tormenta le sorprendía con violencia extrema, él buscaba su sosiego interno para sobrellevarla y llegar íntegro a buen puerto.

Su querido hogar se hallaba allá donde le llevaba su vuelo, se había convertido en todo un maestro y referente para los más jóvenes, esos aprendices que intentaban imitarle.
No era soberbio, le gustaba enseñar a los que demostraban entusiasmo y verdadero interés por aprender.

Hoy mientras vuela, recuerda aquellos años en los que el aprendiz era él, recuerda a su primer maestro, aquél que le mostró que las dificultades se sobrellevan cuando se pone empeño y suficiente alma y ganas de hacerlo.
Recuerda cuando era un muchacho con inquietudes, y cogió por primera vez ese libro titulado: Juan salvador Gaviota.

Sonríe y piensa: ¡qué tiempos aquellos!
Quién le iba a decir que gracias a una gaviota, iba a convertirse en instructor de vuelo.
Levantó el mando de dirección y movió suavemente los estabilizadores de la avioneta, poniendo rumbo a la costa, donde le esperaba la pura rutina de lo cotidiano.




Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 25 de mayo de 2016

Gracias por tu amor




Una explosión en la carretera al paso de un convoy. Salieron, asustados de la pequeña casa, y vieron desde donde se encontraban los hierros retorcidos y los restos humeantes de lo que había sido hasta hace unos momentos un vehículo semiblindado. 

Soldados armados, salían de otros situados más atrás y miraban desconfiados hacia ellos. Les gritaban en un idioma que no entendían y se acercaban gesticulantes mientras les apuntaban con sus fusiles.

¡No! No era un sueño, era la pesadilla que se representaba allí en medio de la nada, donde ellos habitaban e intentaban sobrevivir al caos de la intolerancia de los dos bandos.

Los soldados se acercaban amenazantes requiriéndoles a que no se moviesen. ¿No veían acaso que eran dos ancianos que no hubieran podido huir aunque quisieran?
Cuando comprobaron que no representaban ningún peligro, trajeron a los heridos que habían sobrevivido al ataque, uno de ellos conmocionado por las terribles heridas deliraba.
La mujer no comprendía lo que decía pero, pidió permiso a los soldados para poder acercarse a él.

Le agarró las manos y empezó a cantar una dulce canción, el joven la miró, llegando a pronunciar solo unas palabras antes de expirar:

¡Gracias por tu amor!


derechos de autor: Francisco Moroz

Relato presentado a:






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