jueves, 1 de junio de 2017

Recuerdos de niñez






“Hoy hace un año, comenzó nuestro principio”

Con esta contundente frase terminaba un manuscrito  deteriorado por la humedad y el fuego que había encontrado debajo del cobertizo de las mulas. Lo único legible, que se convertía por ello, en una cita lapidaria.

Regresó de otra tierra donde se refugió y preservó su vida, a la vez que pretendió olvidar un pasado que ahora quería recuperar.
Medró en la corte real, reclamando el título nobiliario que le correspondía por herencia.
Quería saber las circunstancias que provocaron su alejamiento del solar familiar.

Recuerda como dentro de una nebulosa el comienzo de su forzado viaje: Las prisas, los cuchicheos y la oscuridad de la noche sin luna. Recuerda el sabor salado de las lágrimas de su madre que llegaron a su boca y el fuerte abrazo de su padre, con el que confirmaba la confianza que depositaba en él, un niño de seis años. Su único heredero.

Después rememora el frío de las montañas y el miedo a los aullidos que parecían seguirles durante el viaje.

Veintitrés años después regresaba para encontrar unas ruinas quemadas, allí donde se erigía antaño su hogar. Aquél donde de manera inusitada se puso fin a su niñez.
Su mentor, que le acompañó en el forzado destierro; hacía unos meses que había muerto de viejo. Feliz por haber cumplido su misión.

Antes de exhalar su aliento postrero, depositó un anillo en su mano diciéndole: –Nunca olvides quien eres– e instándole a encontrar sus raíces y su historia.

Cinco años después de su regreso ¡Por fin! Se hallaba donde le correspondía. En las tierras que antaño fueron igualmente concedidas por el rey a su familia.

Ha vuelto a reconstruir el castillo. Más alto y recio, más escarpado. Para que no se vuelvan a repetir las circunstancias que forzaron su exilio.

Ahora, la población de la que es señor y de la que salieron los verdugos de sus padres, tendrá que pagar el tributo de venganza correspondiente.

Luce en su dedo un anillo con un dragón.

Vlad IV empezará a ser conocido como Drácula, el hijo del diablo.



Derechos de autor: Francisco Moroz


                      Relato presentado en la comunidad de: Relatos compulsivos.



lunes, 22 de mayo de 2017

El dolor y el motivo




El crujir de las hojas, les recuerda los solos que están sin nadie que les escuche y siga el proceso de sus inquietudes y pensamientos.

Nadie está al otro lado, lo intuyen; y los ojos se les llenan de polvo y lágrimas.
Pues la soledad no es el peor de los dolores, sino la continuada ausencia de recuerdos. 

Ya no pueden seguir viviendo sin la ayuda de alguien que se enamore, que sufra y se alegre por ellos. Casi olvidaron quienes son, que papel desempeñan; y se revuelven inquietos haciendo crujir esas hojas del libro donde están inmersos como personajes que son.

Les hace falta alguien que los lea.



Derechos de autor: Francisco Moroz


jueves, 18 de mayo de 2017

Flores para una muerte anunciada

Relato versado






–Me gustaría saber que flores querrías para tu funeral.

–Si no he muerto todavía.

–Pero morirás ¿Lo dudas?

–Bueno, déjame pensar. Las margaritas son simples, muy sencillotas. Solo se muere una vez, y aunque no es de celebrar hay que dejar el recuerdo en los que van a velar tu cuerpo en el catafalco. Son de amores inocentes.

– ¡Bien, pues tú me dirás!

– Tulipanes no, eso lo tengo muy claro. Son envarados y tiesos y yo soy muy dicharachera y no me parezco a ellos. Son amor sin esperanza y yo esta nunca la pierdo.

-Vale ¿Entonces?

–Rosas rojas están muy vistas, pasión por morir no tengo. Blancas tampoco. La muerte no es novia pura, más bien es parca y oscura. Y amarillas me dan yuyu dicen que traen mala suerte y simbolizan los celos.

–Tú dirás, que eres quien muere.

–Gladiolos sofisticados, son muchas flores en una. Cita amorosa no tengo. Crisantemos muy holgados, aparentosos y caros. Y yo soy franca y directa, gustosa de dar la cara. Ellos hablan de verdad. Estos me convencen más.

–Me canso, impaciente estoy en que dirimas.

– ¿Tienes prisa?

–Alguna tengo.

– Deja pues que me decida, pero ten calma. Es importante acertar. Solo se muere una vez, no hay opción a reclamar una vez que defuncionas.

– ¡Vale! Te doy dos minutos
.
– Las petunias ¿Ves? Me agradan. Son pequeñas y variadas, coloridas y graciosas. Frágiles como servidora; que me llaman flor de estufa, y no en vano creo yo. Y ya que estamos aquí ¿Querrás decirme por cierto, si saldré de esta mazmorra?

– ¿Lo tienes bien decidido? Mira que no hay vuelta atrás.

– ¡Decidido está! 

– ¡Bien! De aquí no saldrás. Te lo digo en buena hora.

– ¿Y por qué tanta molestia si no me piensas sacar?

– Porque uno es cuidadoso aún siendo asesino en serie, y ante todo puntilloso a la hora de matar. Y por ello dignamente, el detalle he de cuidar.

– ¡Despiadado matarife! ¡Mátame y termina ya!

–Primero compro las flores. A punto están de cerrar, y mucho me entretuviste. De rositas no te irás, eso tenlo por seguro.




Derechos de autor: Francisco Moroz


Propuestas presentada a la comunidad: Relatos compulsivos.






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