Él finge que no le importa todo el dolor que dejan a su paso, que es lo habitual dentro del ambiente de violencia en el que se desarrolla su trabajo. En otro momento hubiera bromeado para decir: “Lo que toca, es nuestro pan de cada día”. Pero ahora mismo tiene que estar centrado para evitar sorpresas.
Mientras
los compañeros se mueven con precisión entrenada gritando órdenes precisas a
los aterrorizados ciudadanos anónimos, él los cubre con su G-36. La confusión y
el ruido parecieran anular todos los sentidos, pero consigue que su memoria retroceda en el tiempo hasta su
adolescencia, cuando tenía definido a lo que quería dedicarse cuando llegara el
momento de tomar una opción vital con respecto a la profesión que quería desempeñar. Sus
amigos de juventud, tan diferentes a estos “tipos duros” que le acompañan
ahora, se burlaban de él, y le aconsejaban que cambiara una vocación sin futuro
por otra más exitosa y mejor remunerada. No hubiera podido imaginar entonces,
los derroteros por los que acabaría transitando para hacer lo que hacía, a
causa, precisamente, de esos consejos vertidos en su mente maleable.
Sus padres adoptivos lo habían acogido como a un hijo más, y es consciente de que les defraudó en el último momento. Tampoco ellos daban crédito a ese cambio repentino que experimentó, ni en la determinación con la que tomó la decisión de salir del centro donde realizaba sus estudios para apuntarse a una academia militar.
Le
hubiera gustado borrar de un plumazo todo lo dicho de forma tan desabrida, a aquella
pareja que apostó todo por él. Una vez más los hijos no son lo esperado por
los padres cuando estos ponen unas expectativas muy altas en lo que atañe a la educación y su futuro.
“Los
caminos de Dios son inescrutables”, esa fue la frase hecha con la que les contestó
cuando le preguntaron una sola vez, del porqué de tan repentino cambio.
Y es que permutó los libros por las armas, dio la espalda a la seguridad para mudarla por el estrés cotidiano. La tranquilidad por el continuo estado de alerta. Se alejó de su hogar y los suyos para irse a tierras lejanas. Abandonó el seminario por el ejército, perdiendo muchas cosas por el camino.
El ruido
del tiroteo le saca de su abstracción y antes de avanzar recuerda una cita del
evangelio: “No se puede servir a dos señores a la vez” y él, eligió al de la
guerra.
Nunca tendremos un mundo en paz mientras haya humanos con esa vocación. Pero es que es un humano. Por qué no iba a tenerla.
ResponderEliminarHola, Francisco.
ResponderEliminarEs verdad que a veces esperamos más de la gente allegada, es incorrecto y egoísta aspirar a cubrir nuestras carencias o aspiraciones con otros, no he sido madre, pero si hija, y solo pensar que pudiera haber defraudado a mis padres por mis decisiones, seguro que me hubiera corroído por dentro, aunque también sé que éstos nunca hubieran aspirado más que a mis propias decisiones. Existe un error en la toma de decisiones de otros, sean padres o hijos, la vida es de uno. Otra cosa es lo dispar de tu historia, son oficios tan alejados, que es imposible que exista nunca unión entre ellos. Nunca podrán darse la mano.
Un beso.
Nunca he entendido que alguien se sienta atraído por las armas y tenga vocación de soldado, e incluso de policía antidisturbios, sirviendo a unos jefes sin escrúpulos que justifican la violencia dándole un barniz de patriotismo. Por desgracia, en el mundo en el que vivimos, repleto de violencia, no nos queda otra que asumir que para defendernos de esa violencia tenemos que usarla y alguien tiene que hacerlo, aunque sean individuos sin sentimientos a quienes les gusta la confrontación violenta. Por otra parte, eso de colgar los hábitos para empuñar un arma, tiene su enjundia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Vaya dos destinos más contradictorios, aunque teniendo en cuenta las guerras de religión que asolaron (y asolan) el mundo puede que se parezcan más de lo que en principio se podría pensar.
ResponderEliminarUn beso y feliz domingo.
En un ejército no se observan personas sino soldados. Quiero decir que el ejército es como algo mecánico y los soldados son simplemente los tornillos que lo constituyen. Si nos metemos en el interior de estos soldados vemos que son personas y que como el personaje de tu relato piensan y tienen sentimientos; ahora -algo tarde, la verdad- es consciente de que se portó poco bien con sus padres (me da lo mismo que fuesen adoptivos o biológicos), pero bueno algo es algo. Lo que le recomendaría es si puede que se dé de baja de la profesión que ahora ejerce y vuelva a casa o al menos comunique a sus papis que ya dejó esa profesión tan poco deseable.
ResponderEliminarUn abrazo, Javier
En el mundo en que vivimos tener un ejército es necesario. Al menos a efectos disuasorios. También nuestro ejército hubiera podido servir mucho más en la riada de valencia. Poco acto de presencia hicieron. Y tarde. El problema no son los soldados, sino los que les mandan.
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