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jueves, 10 de octubre de 2019

Volver a perder el paraíso






Por un breve instante pude ver minúsculas estrellas rutilantes dentro de mis ojos, a causa de tenerlos fuertemente apretados por la desesperación.
Mientras, escuchaba a mi alrededor, el batir incesante de las alas de los ángeles guerreros que laceraban con sus espadas flamígeras mi espíritu, que se rebelaba a la tiranía de la oscuridad. Solo resistíamos con la intención de no ser expulsados de la bóveda celestial que compartía junto a mis hermanos.

La batalla resultó cruenta, feroz la determinación con la que las fuerzas de ambos bandos luchamos. Pero presentí en un breve instante de lucidez, que el enfrentamiento estaba llegando a su final y la victoria se decantaría del lado de ese líder al que conocíamos como el “innombrable”. El final era inminente.

Nos desterramos a un mundo caótico e inhabitable, donde la supervivencia era imposible para seres inferiores. Pero nosotros, a pesar de las pérdidas sufridas, fuimos capaces de sobreponernos a la desesperación, la soledad y la falta de recursos.

Resurgíamos continuamente de las cenizas de los volcanes, nos hacíamos fuertes bajo la lluvia ácida y soportamos las altas temperaturas infernales a las que éramos sometidos durante el día. Nos reinventábamos constantemente, nos fuimos adaptando y construimos un mundo a medida, amparados bajo La niebla que nos ocultó durante incontables eones de tiempo, de las miradas escrutadoras de nuestros enemigos.

Así, poco a poco, fuimos apagando el magma incandescente convirtiéndolo en tierra fértil. Las fétidas charcas pútridas y venenosas convertimos en lagos, ríos y mares; donde empezó a pulular la vida en forma de variadas criaturas.

Las temperaturas fueron estabilizadas, la atmósfera se hizo respirable y el medio que habitábamos se cubrió de verde y azul.
Nos felicitábamos por habernos armado de una paciencia infinita que nos había permitido transformar un erial contaminado en un vergel, donde el equilibrio y la armonía conformaban un hábitat maravilloso.

El astro que nos alumbraba era tan luminoso como mi nombre, y mis compañeros y yo, celebrábamos a cada ocasión, la liberación en aquel exilio inmerecido.

Volvíamos a tener motivos para ser felices de nuevo, trabajar para descubrir nuestras limitaciones, estudiar para hacernos mejores y superar nuestras debilidades; Todo ello para trasmitir nuestros conocimientos en un futuro que se prometía halagüeño.

Surgieron a nuestro alrededor criaturas que demostraron cierta inteligencia, les apadrinamos con un seguimiento gradual adaptado a las necesidades de cada individuo. Estábamos pletóricos de entusiasmo al tener la posibilidad de compartir nuestra ancestral sabiduría con una especie que destacaría y perduraría sobre otras, siempre bajo nuestra protección y amparo.

Pero el mal no da tregua, es como una enfermedad soterrada. Nuestros enemigos siempre vigilantes, no pudieron soportar el ver todo lo que habíamos sido capaces de crear a pesar de los inconvenientes impuestos por su intolerancia y mezquindad. Y que todo ello podría volverse en su contra.

Aprovecharon el conocimiento y el potencial de las criaturas adoptadas, para inocular la sospecha, la envidia, y un terrible concepto llamado pecado.
Empezaron a llamarnos seres infernales, haciendo hincapié en nuestra violencia. Resaltando la mentira y el engaño como nuestras principales armas.

Hicieron ver lo antagónico de lo que realmente éramos, buscadores de la verdad, estudiosos y rebeldes inconformistas que buscaban lo trascendente de cada criatura, lo de todo aquello que nos conforma como seres poderosos, y libres de toda dependencia.

Y eso, a los que ejercen la tiranía les asusta.
Por ello ahora, os pido que no perdáis el concepto de lo aprendido y lo utilicéis para salvar lo que sois. No permitáis que de nuevo os arrojen al abismo de la nonada, lejos de este mundo que os dejamos como legado.

Mi nombre es “Lucifer” el portador de la luz, y los demonios no son otros que aquellos que portáis dentro de vosotros mismos. No seáis tan ingenuos de convertiros en cómplices de aquellos que de nuevo pretenden expulsaros del paraíso.

Derechos de autor: Francisco Moroz



viernes, 27 de septiembre de 2019

¡Tachaaan!






No acababa de tumbarme en la cama cuando esta, poniéndose de patas como potro enloquecido, me trasladó a una cabaña desvencijada en un inhóspito bosque como de cuento de Disney. Me levanté del lecho con cierta reticencia y empujé la puerta desvencijada que se encontraba medio abierta.

–Pasa, pasa, no te cortes Pedro –me saludó alguien con voz cascada.

–¿ Quién es usted, y por qué me llama Pedro? –respondí.

–Me conocen como Merlín, y te llamo así, porque has entrado en mi hogar como Pedro por su casa, sin llamar.

–Perdone usted caballero.

–Perdonado quedas, pero no soy caballero, El rey Arturo nunca me nombró como tal. Solo soy un viejo encantador.

–Encantado yo también de conocerle. –le contesté. ¿Es usted mago como el Tamariz?

–¡Lo soy, lo soy! y como muestra de ello te voy a enseñar mi varita.

–¡No, perdone! no se confunda, yo no soy de esos, puede guardarse su varita donde le quepa que yo no “entiendo”, ni me gustan los polvos mágicos y menos con viejos verdes y desdentados.

–¡Oye chavalín! creo que te estás equivocando de parte a parte conmigo a la vez que faltándome el respeto! Lo único que pretendo es mostrarte un objeto extraordinario capaz de realizar grandes portentos.

–¿Objeto mágico? ¿De esos capaces de transformar en ranas a los príncipes y en oro el plomo?

–¡Sí! así como de hacer mucho más, como el caldero de Taron o la espada Escalibur, La capa de invisibilidad, el giratiempos, las escobas y alfombras voladoras, las habichuelas de Jack, las botas de siete leguas o las zapatillas mágicas. Sin olvidar la lámpara de Aladino o las diversas pociones y sustancias que te hacen más alto, más guapo, más deseable, más…

–… ¡Quite, quite! Esas, las he probado alguna vez, pero tienen efectos secundarios nada deseables. Una euforia muy limitada que no satisface.

–También tengo ataúdes trasparentes que conservan cuerpos muertos en estado latente, agujas de rueca que te hacen dormir eternamente hasta que te besan en los labios, anillos y brazaletes Nibelungos, cuernos de la abundancia, santos griales y lanzas de Longinos…

–¡Vale, vale! que me saturo con tanta propuesta. Y dígame, solo por curiosidad ¿Por un casual no tendrá algún objeto que consiga convocar a los gobernantes más justos y honestos?

–¡Hombre! tengo unas urnas de cristal a mitad de precio a causa de los remanentes de anteriores eventos electorales. Pero ya te advierto que no son infalibles si falta voluntad popular.

–Entonces olvídelo. Lo que sí me voy a llevar si tiene, es algunos objetos que consigan hacerme sabio.

–¡Hecho chavalínl!¡Que los disfrutes!

He despertado sobresaltado. Me quedé transpuesto mientras estudiaba. ¡Y cómo no! rodeado de libros. ¡Pura magia!


Derechos de autor: Francisco Moroz


sábado, 21 de septiembre de 2019

Dos toques mágicos







Mira tú por dónde la encontré metida en una caja, bien embalada con plástico de burbujas, con ese tono de verde que indica  a simple vista que de bronce es su alma. Una campana al uso, de tamaño mediano, con un enganche en el badajo donde ponerle una cadena una vez que la cuelgas de la pared para hacerla sonar.

Hacía tiempo la buscaba por el trastero, entre otros objetos que habitaban la casa de mis padres. Me la entregaron como parte de un legado adelantado cuando contraje matrimonio. Y aunque estéticamente me gustaba mucho, no encontraba el lugar idóneo para colocarla ni una utilidad concreta.

Ahora que la tengo entre mis manos mientras la abrillanto, recuerdo las palabras de mi padre cuando la adquirió: “Esta campana no es una cualquiera, tiene cierta magia sonora que convocará a la familia alrededor de la mesa cada vez que suene”.
Y era cierto, cada vez que la tañíamos alguno de nosotros; instantes antes de comer o cenar. Todos dejábamos lo que en ese momento estuviéramos haciendo para sentarnos alrededor de la mesa. Era su punteado metálico, más efectivo que  las voces que con anterioridad daba mi madre cuando nos decía: ¡Todos a la mesa! 

Aquellos tiempos en familia pasaron. A mis padres los visito de vez en vez, cada cierto tiempo  y con mi hermano; que marchó a trabajar al extranjero, apenas tengo contacto. Una llamada telefónica al mes, poco más. Y vernos ¡Puff! hace años que no lo hacemos.

Mientras instalo la campana, pienso de nuevo en la ingenua magia que ejercía sobre nosotros y a la vez se lo explico a mi mujer y a mi pequeña de cinco años, y esta, me escucha con la inocencia de todos los niños a los que se les cuenta una historia maravillosa; con la boca abierta.
Cuando termino de colocarla, me dice muy seria:

– Papá ¿Me dejas hacer la magia?

Menudo compromiso; me digo a mí mismo. Pues todavía quedan unas horas para la hora de la comida. Haber como salgo de esta, sin decepcionar a mi niña.

–Bueno, tócala a ver qué pasa. Aunque te advierto que hacer magia es muy difícil y hay que entrenarse mucho, por lo tanto no te pongas triste si no ocurre nada.

–Vale. –Me contesta muy seria mientras cierra los ojos con fuerza y agarra la cadena.

Suenan dos toques límpidos ¡Talán, talán! 
Cuando cesa la reverberación broncínea, suena el tono del  móvil de mi esposa, que mientras habla con el interlocutor pone cara de sorpresa. Se despide, cuelga y nos dice con una lágrima emocionada resbalando por su mejilla.

–Tus padres nos invitan a comer en su casa. ¡Y estará tu hermano!


Derechos de autor: Francisco Moroz




miércoles, 7 de agosto de 2019

El azul del océano en los mapas


Queridos compañeros, seguidores y amigos.
Que los calores aprietan por estas fechas es tema por todos conocido. Que las personas de bien se van de vacaciones abandonando y olvidando sus rutinas, también. Por ello los blogs andan tan desangelados y faltos de entradas y comentarios.

Un servidor se irá de vacaciones el último, cuando todos esteis de regreso, soportando el "Trauma postvacacional" esa milonga que nos venden como enfermedad del siglo XXI pero que en realidad no deja de ser, la tristeza morriñosa originada, al recordar nuestra libertad concedida por esta sociedad manipuladora y condicionadora durante un periodo de treinta días justitos y a veces ni eso.

Por tanto, no es que cierre por vacaciones, sino que me quedo en modo "Off" hasta que las cosas vuelvan a su ser verdadero, que decía mi abuela.
Para entonces, todos reintegrados de nuevo en nuestras maravillosas actividades cotidianas, disfrutaremos del reencuentro con las letras y las palabras. Abriendo ventanas virtuales que nos relajen de esa vida real, tan dura y alejada de la idílica veraniega, que intentaremos separar con sendos paréntesis durante el resto del año, para diferenciarla, destacarla y poder volver a ella con remenbranza de desterrados.

Os dejo pues, con este relato un tanto personal con el que me retrotraigo cuando me pongo melancólico llegadas estas fechas.

Abrazos y besos a quien corresponda.
Feliz descanso.  Nos veremos en Septiembre o mucho más allá. 







Creo recordar que el pequeño Javi contaba con ocho primaveras cuando ese año tras la finalización del curso escolar y al comienzo de las vacaciones, sus padres le anunciaban de forma inesperada, que irían a visitar durante un par de días a unos familiares de Valencia.

El pequeño no conocía el mar y por ello cuando intuyó que ese viaje convencional podía incluir una escapada a la costa, los ojos le hicieron chiribitas, se le erizó el vello de los brazos, y el corazón se le puso a cien por hora de media.

De todos es conocido que Madrid tiene muchos museos y piscinas públicas, pero que no tiene playa, de la misma manera que en Cádiz se hacen pocos muñecos de nieve aunque se coman ricos helados de cucurucho. Y el chavalín por tanto, recluido durante toda la temporada docente, en la capital , y vacacionando durante esos ocho años de su corta existencia en un pueblo recóndito de Castilla La Mancha. Sabía más de cardos, trigales, botijos y “resequíos” que de barquitos de vela, arena fina, sombrillas y agua salada.

Su sueño desde siempre era conocer la inmensidad del mar de la que hablaban sus compañeros de clase. Esas olas que te arrastraban, te mecían o te zarandeaban de forma gustosa. Esos puertos llenos de barcos de pesca, esas calas escondidas donde imaginaba piratas berberiscos haciendo de las suyas.

Y naturalmente visualizaba a esa multitud de personas tan variopintas, con sus cuerpos medio desnudos, tomando el sol de manera tan desesperada, que de blanco nuclear pasaban por amplia gama de rojos chillones a marrones y ocres de diversa intensidad. También le contaron sus compis de colegio de cómo se jugaba a hacer castillos con solo un cubo y una pala, convertidos en un instante de peones de albañil de obra, a arquitectos tan geniales como Gaudí el constructor de la catedral de Barcelona.

La imaginación de Javi se desbordaba y no veía llegado el momento de su encuentro con el mar, con esa grandiosidad que no abarcarían sus ojos por mucho que mirara más allá del horizonte.

Tal era su ilusión, que abría su libro de geografía e historia por las páginas de los mapas y se pasaba las horas muertas perfilando el contorno de la costa con un dedo, recreándose en el color azul de los mares y océanos.
Localizaba una y otra vez con exactitud meridiana la ciudad a dónde irían, y cerrando los ojos le parecía estar escuchando el graznar de las gaviotas, el sonido de las aguas saladas rompiendo en espuma junto a sus pies descalzos. Y visualizando toda la playa repleta de conchas y de mágicas caracolas marinas donde se escucharían las olas rompientes y los vientos ululantes. 

El viaje en el coche familiar rodeado de hermanos por todos lados menos por uno, se le hizo largo, y mi memoria escueta me recuerda que fue él, el que repitió con más asiduidad aquello de: ¿Cuándo llegamos? o esa otra frase de no menos original enunciado ¿Cuánto queda?

Los kilómetros se amenizaban como buenamente se podía, cantando las consabidas canciones del repertorio de todo buen viajero de carretera de los años sesenta y setenta, a saber: “Vamos a contar mentiras”, “Estaba el señor Don gato”, “Bartolo tenía una flauta”, “Tengo una vaca lechera”, Un elefante se balanceaba"… o con juegos como el de contar todos los coches azules, verdes o amarillos ( que también los había) que se cruzaban. O aquellos cuyas matriculas empezaran por un número determinado. O ese más difícil de adivinar por las letras a que ciudad pertenecía el conductor.

Pero con el que más tiempo se invertía era con el de “Veo, veo. Qué ves, Una cosita. Con que letrita es”. Hasta que alguno de los ocupantes se hartaba de ver pasar árboles y señales de tráfico y campos inmensos de girasoles y cebada y le entraba la somnolencia, la sed o las ganas de mear. O alguno de los mayores gritaba ¡Basta ya! que sois muy cansinos.

Y como todo llega en esta vida aunque tarde, mal y nunca. Javi bajó del coche corriendo en cuanto este se detuvo; y preguntó y preguntó que donde estaba el agua, que aquello se parecía mucho al lugar donde vivían, aunque menos cosmopolita y más provinciano. Naturalmente lo dijo con otras palabras que ahora no recuerdo.

–Primero la visita a los tíos y a los primos Javi –le contestaron, lugar habrá después para lo otro.

Pero lo otro seguía haciéndose esperar como todo lo bueno, que por otra parte una vez que llega pasa enseguida.
Porque visitar a unos tíos que no le aportaban nada como adultos que eran, y unos primos cuatro veces mayores que él, pues como que no le llenaban ni le divertía, ni le hacía ninguna ilusión. Además siempre estaban hablando de cosas que él no entendía. De chicas, fútbol y colecciones de sellos.

Pero ¡por fin! 

Por la tarde, sus padres pudieron llevarlo a una de esas famosas playas que había visto tantas veces en las fotografías, casi todas en blanco y negro. Lo vería todo en directo, su primer contacto con algo hasta ahora desconocido. La misma sensación, supongo, que la que experimentó Neil Armstrong al pisar la Luna.

Supongo que sería la playa conocida como "Las Arenas", la que más cerca estaba, en la que pisó Javi por vez primera la orilla de un mar, pero con zapatos y calcetines. No se pudo descalzar por inconveniencias logísticas o por falta de equipación, o porque la temperatura ya no era la adecuada a esas horas del atardecer. Teniendo en cuenta que el cambio climático era por entonces un concepto tan desconocido como los Ovnis o incluso como las Hamburguesas.

Fue todo un espectáculo verlo acercarse a la orilla batida por suaves olas. Con recelo, con sorpresa, con algo de miedo y timidez ante lo que le superaba y le tenía anonadado. Una especie de shock emocional hipnótico ante el que no parecía reaccionar.

Su padre se acercó después de observarle tras un largo intervalo y le puso la mano en el hombro, algo preocupado por su actitud pasiva y cariacontecida y le preguntó:

-¿Qué te parece Javi? ¿Te lo esperabas así?

A lo que el canijo peinado con flequillo a lo Ringo Starr cortado con cacerola, le contestó:

–No sé Papá, es que no las encuentro ¿Dónde están que no las veo?

Ante esa pregunta su padre extrañado le contestó con otra.

–A qué te refieres ¿A las barcas?

–No –le contestó Javi mirando al horizonte, hacia un lado y hacia el otro, como decepcionado.

– ¿Pues qué buscas?¿Un faro, el puerto? ¿a los bañistas?

– ¡No Papá! ¡Las letras!

– ¿Las letras? ¿A qué letras te refieres Javi?

–¡Pues cuales van a ser! esas donde pone lo de Mar Mediterráneo Papá.

Naturalmente os podéis imaginar las risas de todos los que estaban alrededor del protagonista, risas, que se hicieron extensibles en cada sobremesa o reunión familiar que tuvieron lugar a lo largo de los años. Pero a Javi no le hizo ninguna gracia hasta que con las explicaciones oportunas lo comprendió. y para entonces, maldita la gracia que le hizo su ignorancia.

Y es que alguien inocente como era yo hace cincuenta y muchos años, alguien que ya ha pasado de ser viejo a ser antiguo, valoraba lo desconocido como algo descrito, explicado, ilustrado y fotografiado hasta la saciedad, por expertos profesionales que editaban los libros donde nosotros estudiaríamos todo con posterioridad.

Y a un servidor le pareció por entonces un error mayúsculo, el no ver flotando sobre las aguas, esas letras que señalaban claramente, de que mar se trataba aquel que estaba viendo por primera vez. Y encima, para más Inri, que esas aguas no estuvieran tintadas con ese azul tan intenso y homogéneo como el que coloreaba la presentida masa líquida señalada en los mapas.

No sé yo si por vergüenza, pero ni me planteé preguntar por el punto negro, redondo y gigante que marcaba la ubicación exacta de Valencia.

Hoy, esbozo una sonrisa ingenua en mi descargo cada vez que recuerdo esta historia tan íntima, y me digo a mi mismo: Javi. La ignorancia que atrevida que ha sido siempre. Y aunque el tiempo pasa inexorablemente para todos para bien o para mal, hay cosas que no parecen cambiar. Parece seguir primando la desinformación, el engaño, y la imbecilidad voluntariosa de tantos y tantos que se conforman con espejismos y trampantojos; puestos por algunos interesados, de la misma manera que las equis en rojo de los planos de un tesoro inexistente que ilusos, buscamos sin parar. 




Derechos de autor: Francisco Moroz











jueves, 18 de julio de 2019

Una vez más



Antes de abrir la puerta sabía lo que se iba a encontrar. No obstante se hacía el propósito de entrar y acomodarse junto al sillón todos y cada uno de los días por la mañana; así había sido durante los últimos cinco años, y seguiría siendo hasta que Dios quisiera llevárselo de este mundo.

Esa acción cotidiana es la que le daba la motivación suficiente para seguir adelante, para levantarse cada amanecer y acostarse por la noche. Sin la fuerza que ello le insuflaba no era persona.

Se sentaba con mucho esfuerzo en la silla; la artrosis le acompañaba desde que cumplió los sesenta, y las articulaciones le dolían con cada movimiento que realizaba. Y entonces, la saludaba con mucha ternura dándole los buenos días.
Después le comentaba lo que tenía pensado hacer. Saldría a la calle con el andador para tomar el aire, que falta le hacía. Le hablaría de sus hijos y de sus nietos; los que en más de quince días no habían vuelto a visitarle; y eso era una eternidad para un tiempo tan limitado y unas horas tan eternas sin más compañía que la radio.

Sacaría el álbum y miraría las fotos de boda, las de los bautizos y comuniones. La de los pocos viajes que hicieron juntos. Recordaría alguna anécdota de las que les hicieron reír, y acariciaría su precioso rostro joven, fotografiado hacía tantísimos años.

Miraría el sillón vacío, y con lágrimas en los ojos, la volvería a echar de menos una vez más.

Derechos de autor: Francisco Moroz



martes, 25 de junio de 2019

La noche me confunde






“Hoy no me puedo levantar, el fin de semana me dejó fatal, toda la noche sin dormir bebiendo, fumando y sin parar de reír…” (Mecano)

Regento un local que fundó mi abuelo como taberna. Un tugurio de mala muerte donde cada noche pasaban individuos de la peor calaña. Pendencieros borrachines, desahuciados y perdedores. 
Donde se originaban peleas a navaja en las que corría la sangre en tanta cantidad como el vino que se trasegaba.

Mi abuelo se llamaba Constantino, remembranza de aquel emperador romano de hace muchos siglos. Pero todos le conocían como “Tini” el tabernero "Tinibroso", solo por el hecho de gobernar esa especie de antro siniestro.

Después llegó mi progenitor, que se emparejó pronto con una “reina de la noche”, mi madre. Que por aquel entonces era todo un "Bocatto di cardinale" para paladares exquisitos.

“Te vi llegar
con la noche a la espalda,
como un enigma en la oscuridad
te adiviné,
ligada a las estrellas
que me controlan a millones de años luz…” (Miguel ríos)

Ambos, heredaron el negocio y lo transformaron en bar de tapas, un establecimiento que dio de comer y de beber a toda la familia durante muchos años; hasta que ambos se jubilaron. Mi padre se llama “Blas” pero los clientes le conocían como “BlasTapas”; por las clavadas realizadas en los precios de los pinchos morunos. Un claro homenaje a su casi homónimo "Vlad Tepes" que realizaba la misma jugada con las estacas y los prisioneros de guerra, a los que les salía cara la jugada.

Cansado de toda una vida detrás de la barra sirviendo y sirviéndose de la clientela, se jubiló por los siglos de los siglos, pasándome el testigo generacional al que era imposible renunciar por culpa de una tradición familiar; fundamentada durante muchas décadas, en una absurda historia de inmigrantes rumanos escuchada hasta la saciedad desde niño.

Lo primero que realicé, fueron las reformas necesarias en las instalaciones para adaptar los espacios a las necesidades logísticas de los nuevos tiempos. La amplitud me daba juego para habilitar el sótano que reconvertí en vivienda; donde también ubiqué la bodega, las cámaras frigoríficas y el almacén. 
Arriba, una extensa barra corrida bien surtida con todas las variedades etílicas y espiritosas que actúan como señuelo para los parroquianos. Y una pista de baile con escenario para gogós y mesa de mezclas para Dj´s, que lo dan todo para poner la sangre del personal al punto de ebullición. Todo ello ambientado con luces y sombras que crean espacios muy íntimos para encuentros insospechados con final feliz, reservados V.I.P para los invitados elegidos a ciertos eventos organizados puntualmente.

El rótulo con el que quise dar a conocer el Night club, fue diseñado ex proceso en consideración y respeto a mi abuelo y a mi padre. 

En letras rojas y luminosas, bien visibles y en todo lo alto, puse: Disco-Pub "TiniBlas". De tal manera, que sin buscarlo, dio pie a que los malhadados, hipócritas e intransigentes vecinos del barrio que no soportan ni el ruido ni mi presencia, empezaran a denominarme como "Príncipe de las tinieblas". Ya tendrán su merecido con el tiempo, algo de lo que dispongo sin medida.

Imbéciles, no saben el sacrificio que me supone sacar adelante un negocio de tales características. Lo primero de todo no soporto…

La oscuridad, crece aún más y más
y las tinieblas se han apoderado de mi mente

y no lo puedo soportar y ya no sé lo que está bien o está mal… La noche no es para mí…” (Vídeo)

…las trasnochadas. Yo fui siempre de madrugar y de la opinión de que las noches se hicieron para dormir. Las ojeras me llegan al suelo y tengo los ojos siempre irritados y enrojecidos. No descanso lo suficiente. Presiento que no recuperaré el sueño por mucho que más adelante pueda dormir durante lustros y lustros.

Muy al contrario que mi padre, que decía: “Cuando me jubile no haré otra cosa más que estar “tumbaó” todo el día y salir a beber algo a partir de las doce de la noche”.

Y ahí lo tengo en el sótano, cumpliendo a rajatabla lo dicho. Junto con el abuelo, el bisabuelo, el tatarabuelo y algún ancestro lejano de cuyos nombres ya ni me acuerdo; tirados a la bartola junto a sus amantes, parejas, hijos, nietos, e incluso a la madre que los parió a todos.

Mientras, yo me parto el lomo currando como un condenado a galeras y a perpetuidad. Que de tanto estar encerrado ya no puedo soportar la luz. Y el sol me quema "toito" cuando saco la nariz por la puerta. Todo el día enclaustrado como murciélago en cueva. Y eso que algunos de los que reposan ahí abajo decían que yo no tenía sangre en las venas, y que estaban hartos de que solo chupara del bote. Y que como siguiera por ese camino no tendría donde caerme muerto ni a lo que hincar el diente.

Soy consciente de que heredé ciertos rasgos familiares característicos como pueden ser la palidez de mi piel, el pelo negro y lacio, una inquietante presencia y mis prominentes colmillos. Pero lo de la vida noctámbula sin pegar ojo, no va conmigo. Ciertamente no sé a quién habré salido.

También estoy hartito de los inconvenientes de este negocio, al tener que responder de continuo a los inspectores de sanidad con evasivas. Que lo de la bodega es vino tinto de la mejor calidad y lo de las cámaras de congelados carne de cerdo convenientemente fileteada. Así como convencer a los polis meticones, a base de consumiciones gratis, que esos individuos que desaparecen cada cierto tiempo, nunca pasaron por el local que dirijo.

Por estos pequeños detalles, cada día me resulta más penoso el ser inmortal y tentado estoy muchas veces de volverme a Transilvania. Y si no lo hago es porque tengo a casi toda la familia residiendo aquí.

Abandonarlos sería dejarlos en la estacada o literalmente, como clavarles una estaca en el corazón. Y uno será lo que sea, pero no un desalmado que con el remordimiento no pudiese ni mirarse en el espejo.


“No hay tiempo para nosotros.
No hay lugar para nosotros.
¿Qué es esto que construyen nuestros sueños?
Y aún se escapa de nosotros.
¿Quién quiere vivir para siempre?
¿Quién quiere vivir para siempre?  (Queen)  


Derechos de autor: Francisco Moroz


                     

miércoles, 29 de mayo de 2019

Mala compañera



Supongo que no es la mejor de las compañeras, en alguna ocasión la sorprendo haciendo cosas extrañas a mi alrededor, cosas imposibles, siempre de forma velada y discreta a los ojos de los demás.

Nunca me mira a los ojos, e intenta esconderse detrás, agazapada, como si no quisiera descubrir su presencia. Otras veces la presiento a mi alrededor inquieta, como a punto de saltar y realizar alguna locura, algún movimiento inesperado.
De noche desaparece ineludiblemente, nunca me dice a donde va, y aunque jamás llegamos a hablar sobre el tema su actitud me hace sospechar que se trae entre manos negocios turbios y trapicheos inconfesables.

Solo dormimos juntos en verano y primavera cuando nos tumbamos bajo la copa de alguno de los árboles frondosos de los que crecen en los jardines por los que solemos pasear. Nunca en la cama, es como si un irreverente pudor la hiciera alejarse de mi presencia manteniéndose distante de mi cuerpo. Sin embargo de noche, si salimos a la calle a tomar unas copas, parece crecerse. Eso me preocupa, pues me supera, se hace demasiado tangible y pavorosa, no la reconozco en su actitud amenazante. Su lado oscuro se intensifica pareciendo querer dominarme.

Llevo unos meses sin salir de casa, es donde estoy más seguro, alejado de su presencia que me atemoriza. ¿Cómo he llegado al extremo de querer vivir sin ella? Antes era imprescindible, pero ahora me asusto cuando aparece junto a mí, de improviso, sin avisar. siguiendo, el ritmo de mis pasos sin despegarse, incluso imitando mis movimientos como en una burla de mimo callejero que se riera de mi. Temo que se rebele y me agreda por la espalda en un descuido.

Hace unos días sin poder resistir más, y ante la duda de saber si estaba perdiendo el control de mi mente, concerté una cita con un especialista para consultarle sobre mi aversión, no fuera a tratarse de un caso de incipiente locura, una obsesión compulsiva o paranoica.

Después de unas cuantas sesiones donde tuve la oportunidad de trasmitirle mis cuitas e incertidumbres, nos hemos sentado frente a frente y con paciencia infinita me ha desgranado su diagnóstico, tranquilizándome al respecto sobre mis temores, dándome algunos consejos y recomendaciones preventivas.

-–Convivir con ella se ha convertido es toda una prueba para usted,-–me dijo, todas son iguales por lo común, pero la suya es un poco más complicada, va un poco por libre; y esa incertidumbre de, a dónde irá por las noches, ha de quitársela de la cabeza por su propio bien. Déjela que vaya y venga a su antojo, libérese, céntrese en lo cotidiano de su propia existencia, intente ignorarla, como si no estuviera o fuera invisible.

Salí aquél día de la consulta un poco más reconfortado, pero me duró poco la tranquilidad, pues cuando salía a la calle desde el portal, apareció ella de inmediato y poniéndome la zancadilla, me hizo caer de bruces en la acera haciéndome sangrar por la nariz con el golpe. Juro por todos los dioses del Olimpo, que escuché su risa burlona.

Un transeúnte que me vio caer me ayudó a levantarme preguntándome si me encontraba bien.­­

-–Sí, disculpe he debido tropezar con el escalón.

Cuando se ha alejado el buen samaritano, la he mirado con odio infinito pintado en la cara y me he dicho a mi mismo:

––¡Está claro que tengo muy mala sombra!



Derechos de autor: Francisco Moroz

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