sábado, 17 de octubre de 2015

Loco despertar




        Presentado al concurso propuesto por: Círculo de escritores: Microcuento "Microterror IV"




Me levanto tambaleante y me dirijo al baño. 

Me miro al espejo como todas las mañanas aunque hoy, algo no encaja en mi reflejo. Todavía algo adormilado no consigo saber qué es lo que llama mi atención...

-¿Serán las arrugas? ¡Eso debe de ser! ¡Pero no! las arrugas ya estaban ayer… y las canas y las ojeras.

-¿Estoy sonriendo malignamente?

-¡Eso parece! pero no creo haber movido ni un músculo de mi cara.

Cojo el peine y vuelvo a contemplarme, ¡Vaya pinta que tengo! voy a tener que empezar con un plan serio de descanso intensivo; estoy hecho una calamidad de cuerpo deteriorado.
Tanto, que a la tenue luz del aplique del espejo no parezco ser yo. ¡Algo no me cuadra!

La imagen es la mía, pero no me reconozco del todo. Algo ha cambiado ¡Seguro que sí!

En ese momento me doy cuenta que el sujeto "del otro lado" agarra con fuerza un cuchillo de cocina en lugar del peine que tendría que sujetar.

Cuando el arma está clavada en mi estómago es cuando me percato de que tendré que visitar a un especialista…Pues mi locura se está volviendo mortal.



                                                                                         Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 14 de octubre de 2015

Amor de quita y pon





Desde que lo conoció sintió una gran conmoción interior, fue como si su mundo se centrara en su sola presencia. Lo identificó como amor a primera vista y no cejó en su empeño para tenerlo, de poseerlo, de hacerlo solamente suyo.


Así lo hizo, pues desde pequeñita cuando ella se empeñaba en conseguir algo, lo conseguía.


El amor es algo tan incondicional que te arrastra a las mayores locuras, y él la supo conquistar con su tierna mirada profunda. 

Cuando lo acariciaba sentía que se fundía de ternura y si le abrazaba su seguridad era completa, la llenaba de una gran serenidad. De hecho siempre se les veía juntos, se acompañaban de forma perenne, ninguna fuerza humana era capaz de separarla de su gran amor verdadero, su amor definitivo.

Siempre salían a pasear, comían y dormían juntos en la misma cama. Ella se prometió que así sería por siempre jamás, como en los cuentos de princesas radiantes y príncipes azules.


El nunca destacó por ser un gran conversador, pero su infinita paciencia lo compensaba con creces, al igual que su capacidad para escuchar todas esas historias que al final de la jornada ella traía para contarle.


Cuantas pataletas, berrinches y caprichos de niña pequeña tuvo que soportar su amado. Cuantas lágrimas derramadas tuvo que enjugar con su cuerpo. Cuanta compañía y comprensión le supo dar.

  
Los días pasaban muy lentos cuando se encontraban separados. Le echaba de menos, deseaba su presencia para sentirse completa. Al regresar a casa siempre la esperaba, fiel en recibirla con esos ojos negros que la conquistaron desde su primer encuentro y esos brazos abiertos que tanto la arropaban.

Pero los años no pasan en vano; las formas y las actitudes fueron cambiando irremediablemente al igual que los sentimientos y la pasión. La rutina se va asentando en nuestra cotidiana existencia

haciéndola tornadiza en anhelos, cambiando nuestros intereses por otros más deseables y atractivos. Eso pasó también en su relación, que se hizo demasiado predecible y repetitiva rayando el tedio.

Ya no se llenaban ciertos vacíos desconocidos hasta ahora para ella. Sus ansias de conocer de aprender sobre cosas nuevas ya no era capaz de llenarlas su compañero. El se había quedado rezagado, convertido en un ser lento de reflejos, tardo en seguir el ritmo de su personalidad vital, desmesurada de hormonas

descontroladas de joven mujer.   

Y poco a poco ese amor en teoría eterno, se fue apagando lentamente. La muchacha encontró nuevos territorios que explorar, nuevos amores más prácticos y menos platónicos que gozar; y él se sintió apartado, relegado a un segundo plano por ella, por su gran amor. Lo aceptó con naturalidad, como trasto inservible que sobra en la nueva y flamante forma de entender la vida de su compañera.


Afortunadamente la tristeza y la desolación son sentimientos muy humanos. Los osos de peluche no los traen de serie, y eso les salva de la decepción y del dolor de sentirse utilizados y más tarde despreciados como meros objetos de usar y tirar que son, un mero capricho para jugar o un simple adorno.


Con los seres de carne y hueso, de sangre corriente en vena, con corazón palpitante y sentimientos ubicados a flor de piel, ocurren cosas diferentes. 

Es lo malo de respirar, amar y desear...
que no aguantamos lo suficiente cuando nos convertimos en invisibles para la persona que nos amaba y no solo nos sentimos arrinconados, sino que al final tenemos que marchar al exilio,a la soledad y el olvido con el corazón marchito de desengaños y lleno de heridas. Donde los parches no arreglan los jirones ni el dolor que desgarra y que rompe lo más profundo de nuestro frágil ser. 
Deseosos que alguna vez alguien nos rescate con un abrazo o una mirada que nos haga importantes de nuevo.




                                                                             Derechos reservados de autor. Francisco Moroz

                                                                                           Código de registro: 1604307356618

domingo, 11 de octubre de 2015

Otoño




Con alfombra de hojas secas cubres tu casa,
Otoño pardo,
compañero del romántico paseante y sus recuerdos,
del caminante sin prisas de tus senderos,
de pisadas sonoras en la hojarasca,
de llantos ligeros de lluvia cual velo de agua.

Otoño pasajero,
que vienes y vas como barquero
y despiertas nostalgia de la edad  que se nos suma.
Madurez de la vida,
estación del tren que viene y marcha
que conduce al epílogo final y al invierno.

Fiel Otoño,
puntual en la cita de los años que pasan,
de acogedores parques con árboles dormidos,
arropados fantasmas de nieblas matutinas y de escarcha.

Otoño que te escondes,
ululando como aire en las cornisas.
Cuando vengas como siempre a visitarme
quizá ya me haya ido,
cual hoja que la ráfaga se lleva;
lamentando no poder  contemplar una vez más.
Tu paisaje amarillento,
 el contraluz de los caminos,
o la sombra del  árbol deshojado
dibujándose en el suelo adormecido.

Otoño seco.
Carismático recuerdo en fotograma
de páginas escritas
con letra emborronada.
Renglones que conocen primaveras
e historias pasajeras ya contadas.
Te espero como siempre
mirando al horizonte,
cuajado de nostalgias.
                                                                  Con el cielo nublado desecho en lágrimas borrosas.
                                                                                        mi corazón pausado
                                                                             latiendo con el ritmo de las horas.
                                                                     y mis húmedos ojos perdidos en remembranzas
                                                                   que me acercan al pasado y sus fantasmas.
                                                                                              Otoño amargo.


                                                                      Derecho de autor: Francisco Moroz

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