Algo que les caracteriza y los une en hermandad, es la
necesidad de ser escuchados, el que haya alguien dispuesto a poner sus oídos al
servicio de su elocuencia.
Unos seres que en ocasiones los presientes desamparados y tantas veces
abandonados en el olvido por los suyos; por los que más se sacrificaron y a los
que más quieren.
Tantas veces solitarios y errabundos,desorientados y perdidos en una densa incertidumbre sobre el mañana.
Los puedes reconocer por sus gestos pausados y sus
torpes e inseguros movimientos, por sus miradas ausentes, perdidas en un pasado
lejano al que suelen viajar en su memoria cada vez con más frecuencia; pues
para ellos, el futuro se conjuga con el imperfecto, indeterminado, e indefinido.
Ya viven de prestado y saben que no saldrán vivos de esta aventura existencial.
Por eso mismo quieren rematarla y dejar memoria de su
paso, y para ello nos necesitan.
Ponen empeño en seguir siendo útiles, se esmeran y se
esfuerzan en los cometidos que desempeñan y que ya no les correspondería hacer.
No quieren sentirse como trastos viejos olvidados en un desván o lo que es
peor, en un sótano.
Te los encuentras por esa razón empujando carritos con
niños, o de la mano de ellos, cargando sus mochilas y abrigos para que los
nietos no se cansen. Con bolsas de la compra si es poca y no pesa mucho, pues
sus espaldas se doblan con el dolor y los achaques, con la artrosis, la
artritis o el reuma, o con todas a la vez que no es cosa de risa ni de broma.
Los puedes sufrir con infinita paciencia ¡pobres míos! en las cajas del súper del barrio, cuando con manos temblorosas de Parkinson o
de vejez, sacan de su ajado monedero poco a poco el importe solicitado de lo
adquirido, monedita a monedita con parsimonia desesperante pero comprensible.
Qué triste observarlos en los bancos del parque
calentando sus huesos al sol de la primavera. Mientras siguen con mirada
borrosa los juegos frenéticos de los chavales en los columpios, rememorando su
propia niñez.
Suelen dar de comer a los gorriones y a las palomas,
haciéndolas cómplices de su forzada soledad y aislamiento dentro de esta
sociedad cuajada de despropósitos y tan deshumanizada, que a ellos los hace invisibles seres de desecho.
Sin embargo, ellos forman parte del patrimonio más reciente de
nuestra historia, relatores de hechos de los que fueron testigos y partícipes.
Si te ofreces como oyente, pueden regalarte frases
llenas de sabiduría, palabras desconocidas de las que se usaban antes, cuando
la gente respetaba a sus mayores. Serán como Sanchos desgranando refranes, como
poetas recitando versos y romances. Hace bien poco uno de ellos muy querido por un servidor, me regala un cantar de cuando se segaban a mano los campos de Castilla.
Harán que te remontes a tiempos donde el idioma era
culto y campechano, al mismo tiempo que elegante, donde lo soez y lo grosero no dominaba el
lenguaje y lo sometía a la pobreza lingüística con la que lo hace en
la actualidad a causa de las prisas por no escuchar; por la llamada economía lingüística, alegando que el tiempo es oro como para usar muchas silabas y vocales para comunicarse, y que lo poco dicho, a buen entendedor basta. ¡Pues no! estamos muy equivocados.
A la contra. El hablar de los viejitos es pausado, humilde y llano. Te acercará irremediablemente a sus
corazones cansados, llenos de pasión y sufrimiento, rebosantes de esa juventud
que tantas veces les falta a los jóvenes que en un frenesí por gozar de todo con rapidez; se dejan lo mejor en el camino.
Si les acompañas, te comparten su alma y su intimidad.
Ellos tan desbordantes de experiencias y tan
necesitados de comprensión y compañía se entregarán plenamente, se pondrán en tus manos y en tus oídos.
Correrás el riesgo de oír las mismas anécdotas, pues
su mente ya no es ágil, y te suplicarán sin orgullo con la mirada, que les perdones, por lo que olvidan y por lo que repiten. "Sus gramolas están desgastadas y se rallan"
Cuando les hablas, y les dedicas tu tiempo, te miran con sus
ojos llorosos y velados, pero luminosos y sonrientes de gratitud, como si fueras un milagro a causa tu
generosidad gratuita para con ellos. Presientes entonces la felicidad que les embarga al
sentirse reconocidos, queridos, y apreciados como personas completas que son y enriquecidas por el pasar de los años.
Aunque sus arrugas griten lo contrario, su piel
implora besos y su cuerpo abrazos. Ellos también fueron jóvenes y queramos o no, nos
reflejamos en ellos presintiendo lo que nosotros mismos llegaremos a ser con el
paso de los años; si el curso de natura sigue su camino y la enfermedad grave
nos ignora y respeta, de la mayor manera posible.
Yo les respeto y les escucho, pues se ganaron a pulso lo
conseguido. Son dignos supervivientes de muchos inviernos, duras batallas y grandes
desvelos.
Escuchando con nuestra mejor actitud aprenderemos de
seguro alguna cosa nueva, aún siendo un fugaz suspiro o un leve murmullo.
Pues cuando un anciano habla, lo que sale de su boca
siempre son palabras mayores que merecen la pena ser escuchadas pues valen su
peso en oro.
Especias que dan sabor a lo relatado por ellos.
Especias que dan sabor a lo relatado por ellos.