esta es mi aportación
Unos disparos acabaron con tu vida…
Era una mañana como otra cualquiera, de esas en las que te
hubieras quedado muy a gusto en la cama evadiéndote del instituto. No, no
eres perezosa, te gusta aprender, pero un no sé qué indefinido te hace un nudo
en el estómago cada vez que suena ese despertador que te recuerda que sigue el
ritmo de tu vida; y tu vida es la que es, un bucle que se repite diariamente
quieras tú, o no quieras.
Pocas cosas puedes hacer para animarte, a parte de sonreír ante el
espejo mientras peinas tu fosco cabello y miras tu cuerpo cargado con esos
kilos de más que desdibujan tu inexistente cintura y te hacen parecer tan torpe
de movimientos. Esa cara que te devuelve la mirada desde la superficie
pulida es agradable. No es, desde luego, la de ninguna belleza como las que
ves en la televisión o en los carteles de publicidad, donde aparecen
despampanantes perfilando su silueta y destacando sus rostros agraciados que
anuncian cosméticos y lencería, pero tampoco eres fea, eres incluso más
simpática que otras que van de divas.
Se te hace difícil la jornada diaria, pero la soportas, aceptas tu
sino, te aceptas a ti misma con tus limitaciones físicas, que no consideras
defectos. Eres así, y aunque te gustaría cambiar algunas cosas ¿Por qué ibas a
ser de otra manera?
Antes de llegar a clase ya te das cuenta de que algo pasa,
sorprendes a algunos compañeros mirándote de reojo y a otros tapándose la boca
como para ahogar una risa. Entras en el aula y te sientas. Casi te echas a
llorar cuando levantas la vista, y en la pizarra ves tu nombre con una flecha
señalando a un monigote mal pintado que parece representarte; nada nuevo
de todo lo visto hasta ahora, pero esta vez, ese muñeco sostiene en una de sus
manos mal trazadas eso que parece una pistola, con dos palabras que lo dejan
todo muy claro: Gorda, ¡muérete!.
Humillante y cruel.
Humillante y cruel.
Cuando llega la profesora de matemáticas borra el dibujo y lo
sustituye por cifras y ecuaciones que no distingues bien a causa de tus lágrimas
y el sofoco. Nadie parece ver la angustia que te destroza por dentro y pides
permiso para ir al servicio para lavarte la cara.
Cuando te levantas, risitas sofocadas se perciben a tus espaldas y
hasta que no cierras la puerta no respiras hondo para salir por el pasillo lo
más rápido que te permiten las piernas.
El resto de la mañana pasa sin pena ni gloria, pero siempre tienes
la sensación que con más de lo primero que de lo segundo.
Llegas a casa y te encuentras con lo de siempre: un plato frío de
comida y una nota en la que se te indica que recojas un poco y estudies.
Tu madre trabaja en turnos de tarde-noche y a penas la ves durante
la semana. Te quiere y lo sabes, y comprendes su limitación a la hora de
demostrar su cariño, pero echas de menos sus abrazos, esos que te daba cuando
tenías pocos años, cuando formabais una familia feliz y tu padre no se había
marchado todavía de casa abandonándoos a vuestra suerte.
Comes rápido para que te dé tiempo a conectarte un rato a
Internet, para ver tus correos antes de ponerte a hacer las tareas. No es que
recibas muchos, no eres una chica guay de esas que parecen tan solicitadas en
cuanto cuelgan su foto provocadora poniendo morritos a la cámara.
Esperas alguno de tu prima preguntando qué tal te va, y que si
tienes alguna relación interesante en el insti. Sonríes cada vez que te
pregunta eso; si supiera la popularidad que tienes entre los frikis, se
sorprendería.
Enciendes y esperas, y cuando entras en tu correo te llevas
la sorpresa de tu vida: más de 65 mensajes te esperan en la bandeja de entrada,
te extraña solo a medias el que sean direcciones desconocidas, pero aún así,
entras motivada por la curiosidad ante la novedad de recibir tantos e-mails.
Cuando abres el primero y lo lees descorazonada, te das cuenta que
los otros serán más de lo mismo. Burlas, emoticones de los que echan lágrimas
de la risa, palabras soeces y groseras y unas que te invitan a entrar en tu
perfil de la red social donde lo tienes habilitado.
El miedo te invade. Sabes que algo nuevo e inesperado te espera
agazapado una vez que teclees tu nombre; pero nada es lo que esperabas, es aún
peor. Una serie de fotos tuyas en ropa interior, casi desnuda con cara de no
enterarte de nada y desde diversos ángulos y diferentes niveles de zoom.
Recuerdas entonces la hora de gimnasia, los vestuarios, las
demoras de algunas, y los móviles en manos de otras. Sin querer has sido
protagonista de una sesión fotográfica involuntaria y causante de que el chat
eche humo por la cantidad de mensajes obscenos de los chicos, el desmesurado
número de visitas y los deditos alzados en un “me gusta”.
Los comentarios sangrantes te hacen bajar la cabeza, y
avergonzada te diriges al cuarto de baño derrotada una vez más.
Un buen baño de agua caliente para relajarte te vendrá bien, y
mientras te vas calmando piensas en tu pobre madre, y en toda la sangre que
tendrá que limpiar mañana cuando te encuentre, y lo triste que se pondrá, pero
ya no puedes luchar más, es hora de descansar para siempre.
Tu despertador sonará en vano, tú ya no verás un nuevo amanecer.
...Unos disparos, acabaron con tu vida, y no fueron producidos por
arma de fuego.
Derechos e autor: Francisco Moroz