Mariola es un amor casual, ella llegó y se quedó junto a mí; supo interpretar lo escrito y agradecer el encuentro común con un relato. Se convirtió desde entonces en "Mi relatora" y yo en " Su hechicero" en un lugar que solo ella y yo conocemos.
Me convertí en deudor desde entonces, y aquí me persono para dar cumplida cuenta de lo que la debía.
Aclaro, que nada de lo escrito es real, todo es imaginado, tampoco hay figuras metafóricas. Simplemente se trata de un relato de los que escribo, para dedicárselo a ella, que se lo merece.
Se conocieron por primera vez, en lo que podría haberse denominado: un encuentro circunstancial.
Ella
caminaba distraída, pensando en la jornada laboral que tenía por delante:
soportar a su encargado y aguantar estoicamente a muchos clientes impertinentes y disconformes que la utilizaban como diana de su frustración; y que por no tener, no tenían ni modales ni educación. Era duro bregar
diariamente viendo caras largas y escuchando verborrea irrelevante y agresiva.
Con esos pensamientos andaba cuando alguien
interpuso una flor roja a su paso, y cuando levantó los ojos encontró una
sonrisa maravillosa que la lleno de paz. Era él, que con una respetuosa reverencia
le ofrecía una pequeña rosa.
Sus
miradas se encontraron en lo que fue un contacto mágico. Desde ese momento se creó
un vínculo entre los dos que les hacía converger en el mismo tramo de aquella misma
calle.
Él
la esperaba ansioso todas las mañanas, las soleadas y las lluviosas, siempre
estaba cerca de la boca del metro, o debajo de la marquesina del cine,
esperando y gesticulando su impaciencia a todo aquel que quisiera prestarle
atención.
Cuando
ella llegaba nunca le faltaba la flor y de vez en cuando, rompiendo ciertos
formalismos, se atrevía a besarle la mano cortésmente, como un caballero a la antigua
usanza, pero sin hipócrita galantería, sino poniendo en el beso toda su alma y
poquito a poco, todo su amor.
Pasó lo que tuvo que pasar: que sus almas se enredaron en una sintonía común, y un buen día quedaron al finalizar sus respectivas jornadas
laborales. Marcharon a una cafetería cercana, y mientras les servían las bebidas
se presentaron.
Ella
habló durante dos horas seguidas, mientras él la miraba absorto en esa belleza
que solo los amantes saben apreciar, deleitándose en su presencia y escuchando con embeleso todo lo que ella le decía. Embebido en su presencia y enamorado.
El
tiempo pasó en un suspiro, se encontraban tan a gusto el uno en la compañía del otro, que acordaron en su fuero interno y cada uno por su lado, no
necesitar a nadie ni nada más para ser felices.
Su
relación era tan fluida, que al final como en los cuentos, decidieron vivir su
aventura en común y para ello, se mudaron a un apartamento asequible y sin pretensiones de grandeza al que
llamaron hogar.
Ella siguió trabajando en los grandes almacenes, en la sección de atención al cliente, y cada vez que las circunstancias eran adversas o algún impertinente se le cruzaba en el camino. Pensaba en su amado, en ese hombre que sin palabras la conquistó en una avenida principal de una ciudad luminosa pero fría.
Ella siguió trabajando en los grandes almacenes, en la sección de atención al cliente, y cada vez que las circunstancias eran adversas o algún impertinente se le cruzaba en el camino. Pensaba en su amado, en ese hombre que sin palabras la conquistó en una avenida principal de una ciudad luminosa pero fría.
Nunca
le faltaban sonrisas por la mañana ni besos de buenas noches. No le faltaron
rosas en el jarrón ni caricias en la mejilla, ni miradas cargadas de ternura ni
alguna de aquellas corteses reverencias que la hacían sentirse princesa.
Lo
que si le faltaron siempre fueron las palabras, pero nunca las echó de menos, pues sabía con
certeza que en ciertas ocasiones estas dejan heridas incurables y otras se malinterpretan, dejando incertidumbre. Otras no expresan aquello que se
quiere trasmitir en el momento, y de la forma adecuada al que las espera como bálsamo.
Su
compañero nunca se las pudo ofrendar, nació mudo, pero tenía una habilidad portentosa para comunicarse con las
manos, los gestos y las miradas No era un simple artista callejero, era un gran mimo y un excelente hombre que desde el primer día, en aquel encuentro casual, literalmente supo dejarla sin palabras.
Derechos de autor: Francisco Moroz