Siempre
he tenido mucha fe en el sistema judicial. Creí que la ley me salvaguardaría de
las tropelías de los que atacan a los que nos ganamos la vida como podemos.
Ahora
estoy aquí sentada y esposada en medio de dos uniformados con cara de malas
pulgas, siendo acusada de infligirle daños a la cajera de un local.
–
¡Total! Unos mechones de pelo menos y un ojo a la funerala que importancia
pueden tener ante la descortesía de no querer atender mis requerimientos.
También
por agredir a los de seguridad, que quisieron atraparme en un descuido,
llevándose el primero una patada en sus partes nobles, y el otro un golpe en
las piernas con un bate de béisbol que casualmente llevaba en la mochila para
una emergencia como esa.
-No
aceptan como atenuante la defensa propia.
Igualmente
me culpan de desorden público, pues al salir corriendo y con las prisas,
intenté parar un taxi poniéndome delante de uno que me esquivó con pericia para
ir a estrellarse contra el escaparate de un bar.
Espantada
ante la algarabía que se formó en el lugar de los hechos empecé a gritar
histérica a los transeúntes, más que nada para que se calmasen y me ayudaran,
consiguiendo que alguno de ellos llamara con su teléfono móvil a emergencias,
mientras otros desconsiderados grababan la hecatombe.
–
¡Putos traidores!
En
unos minutos apareció la policía derrapando con sus coches, saliendo
precipitadamente de ellos. Me amenazaron sin compasión hasta hacerme llorar de
los puros nervios. Me esposaron y llevaron al calabozo.
Ahora
en el juicio también me imputan posesión de armas. No aceptan mis explicaciones
y me dicen que lo de salir “escopetada” era literal y no una lindeza
lingüística de la RAE. Que me pregunto yo, que qué sabrán los del Real
Automóvil Club Español sobre infringir leyes penales.
Estos
jueces “estrella” nada más que van a por los pobres que como yo, se ganan la
vida atracando bancos.
Qué
razón tenía mi madre cuando me decía:
“Hija
tienes que estudiar económicas. Los banqueros son los únicos ladrones que jamás
van a la cárcel.”
Derechos de autor: Francisco Moroz
Relato presentado al reto de las tres palabras, de la comunidad relatos compulsivos.