Gladiadores
era el calificativo con el que se les conocía en la localidad. En realidad eran
los miembros del cuerpo de bomberos que dentro del sector adjudicado, daba también servicio a un poblado chabolista. Un lugar dejado de la mano de Dios y de las autoridades incompetentes, y al que
nadie en su sano juicio se le ocurriría entrar.
Mercado
de droga y trapicheo de mercancías robadas. Allí cohabitaban la flor y nata de
la delincuencia barriobajera y los clanes familiares de etnia gitana más
violentos, que se dedicaban a cualquier negocio ilegal conocido.
Justo fue donde se declaró un incendio de madrugada, cuando todavía las luces de las
farolas no se habían apagado, y el vaho que emanaba del alcantarillado era tan
denso como la niebla que se formaba en los marjales. Dos camiones con sus dotaciones completas
salieron con la urgencia que aullaban las sirenas.
Cuando
llegaron al lugar del siniestro se encontraron no solo con el fuego que consumía los chamizos y la basura, también con un enfrentamiento entre los miembros de la comunidad marginal y la policía, que impotente, se encontraba desbordada sin atreverse a intervenir con la contundencia necesaria para sofocar la algarada.
Al parecer, el foco de las llamas se había originado en una de las infraviviendas
que a su vez resultó ser también, un laboratorio de cocaína clandestino, junto a la que se
habían levantado barricadas para que los efectivos policiales no entraran a confiscar el producto y efectuar detenciones.
Mujerzuelas malcaradas y tipejos desarrapados les lanzaban
cascotes, piedras y botellas cada vez que hacían amago de acercarse.
El
jefe de las dotaciones, un tipo bregado en el oficio, tomó la decisión automáticamente. Dio la orden de
desplegar las mangueras y ponerlas enfrentadas donde se concentraba la mayor
parte del conflicto, solo avisó una vez a los exaltados para que se quitasen de enmedio, la siguiente orden
fue la de abrir las espitas a toda presión.
En
cuestión de una media hora todo había finalizado.
Habían
matado tres pájaros de un tiro: Apagaron las llamas, los ánimos encendidos de los basiliscos furiosos, inutilizando una cantidad de droga considerable
que no saldría al mercado quemando y consumiendo vidas.
Una
vez más los gladiadores habían salido vencedores en el circo mediático que
conformaban con su desidia políticos ineptos y pagados de sí mismos, y que solo sabían levantar
pulgares victoriosos en época de elecciones, ignorando por otro lado, a aquellos que se batían el cobre en las arenas de la cruda realidad de aquella ciudad.