domingo, 5 de agosto de 2018

Historia de mi pueblo (5) No estamos locos


Puerta principal de la casa de dementes de Santa Isabel Antes y ahora)


Ya lo dice “Ketama” en una de sus letras: “No estamos locos que sabemos lo que queremos” y yo me permito cambiar la última palabra por un “Tenemos”.
Y es que los Leganenses saben lo que tienen en su villa y saben de su importancia; otra cosa es que las autoridades competentes en cuestiones de patrimonio quieran reconocerlo, apreciarlo y conservarlo para las generaciones futuras.

Y es que entre otros, hay un edificio que por sí solo hizo que Leganés estuviese en boca de muchos por causa de una institución pionera en su tiempo.

Estoy refiriéndome a la “Casa de dementes de Santa Isabel” nombre que se les adjudicó en honor a la reina Isabel II, a unos edificios que ocupaban 50.ooo metros cuadrados y que fueron adquiridos por la junta provincial de la capital a un tal Juan Gómez, por valor de 340.000 reales, aproximadamente unas 85.000 pesetas. Lo que supondrían en la actualidad unos 511 €. ¡Cómo se revalorizan ciertos productos inmobiliarios!
Y más teniendo en cuenta que constituían la antigua residencia de los duques de Medinaceli.

“El manicomio” se inauguró un mes de diciembre de 1851.

Hasta ese momento Madrid carecía de una institución sanitaria similar, y por tanto fue toda una referencia pionera para un proyecto mucho más ambicioso consistente en la creación de otros cinco centros dentro del reino de España. Pero como suele ocurrir con este tipo de sueños utópicos en los que abunda la buena voluntad y faltan los dineros; este, fue el único que se habilitó para acoger a un grupo de enfermos marginales afectados por las enfermedades mentales tan desconocidas en su tiempo.
Lo cierto es que en un principio las instalaciones ubicadas en los antiguos edificios eran en primera instancia provisionales, pues la pretensión era construir un edificio de nueva planta; proyecto que quedo en agua de borrajas y en “Un quiero pero no puedo.

Para mitigar tanta limitación pecuniaria se hicieron reformas para adecuar dos pabellones diferenciados, uno para hombres y otro para mujeres, acogiendo el día de su apertura a 22 individuos de cada sexo.

Como os podéis imaginar y en un principio, el personal  sanitario  y asistencial  estaba compuesto por religiosas pertenecientes a la orden de las hijas de la caridad y la dirección del centro a cargo de un presbítero o rector. Todo muy adecuado al proceder de la mentalidad de la época en que la voluntad divina estaba por encima de todo lo demás.


Antiguo grabado del comedor de mujeres Tranquilas. Atendido por las hermanas de la caridad.


 Hasta el año 1859 no podremos encontrar a un médico al frente de la institución, siendo  Don José María Miranda el primero que ostenta tal privilegio.

Aclaro, que Leganés por entonces era un pueblo pequeño con muchas carencias fundamentales a la hora de prestar ciertos servicios. Por ejemplo se carecía de agua corriente potable (esta no llegaría hasta 1912) medidas higiénicas fundamentales o comunicaciones insuficientes. Por lo cual, ese proyecto que en un principio pretendía crear un manicomio modelo a nivel nacional, no pudo llevarse a cabo quedando a mitad de camino convertido en algo precario. Cuando la densidad de residentes aumentó, se vio la realidad de unas instalaciones igual de deficientes que las atenciones recibidas por los pacientes.

A causa de las dificultades económicas las condiciones tanto de habitabilidad como de cuidados fueron degradándose; recibiendo el centro muchas críticas por parte de reconocidos especialistas en enfermedades mentales, como de escritores de la talla de Benito Pérez Galdós que dejó escrito en uno de sus libros titulado -La desheredada-: “La Casa de Santa Isabel era un corral más propio de gallinas que para enfermos, donde cualquiera volvería a caer en la demencia”. Más triste es sospechar, que muchos de los ingresados fueron encerrados por rencores, venganzas familiares, por temas de herencia, de infidelidades... Fue una forma alternativa de quitarse de enmedio a personas molestas para los intereses de algunos. 

En la actualidad el manicomio ya no tiene locos al uso, de los “decimonónicos” de los que empezó a estudiar aquél pionero llamado Luis Simarro, prócer que dirigió la institución allá por el 1877. Ahora es un centro de salud  asociado pared con pared a un instituto psiquiátrico llamado José Germáin.

Como curiosidades os comento que el número máximo de internos que acogió la “Casa de dementes” fue de 2200 individuos más o menos. Durante y después de la guerra civil  el número descendió considerablemente por razones obvias.

Otro dato curioso es que uno de esos “Locos” residentes que habitó entre las paredes fue el conocido asesino “Cayetano Galeote y Cotilla” un cura amancebado, rijoso y sin autentica vocación; que descerrajo tres tiros por la espalda al obispo de la diócesis de Madrid “Narciso Martínez Izquierdo” en las escaleras de la por entonces catedral de San Isidro situada en la calle Toledo, un domingo de ramos de 1866 al grito de: ¡Ya estoy vengado!

Fue el primer condenado que se libró de la cárcel, pues se alegó que sus facultades eran menguadas y por lo tanto no era responsable de sus actos. El ser internado en el manicomio representó mayor condena quizá que el garrote al que estaba abocado a causa de su crimen.
Falleció dentro del centro allá por el año 1922.
Sería el mismo Benito Pérez Galdós que en su día le visitó el que diría: “Galeote parece una fiera enjaulada, balanceándose con un movimiento semejante al de los cuadrúpedos aprisionados”  
Y os preguntareis por la causa de su crimen. La causa fueron 18 reales por decir misas, que pensó que perdería por el nombramiento de otro curilla usurpador. Vengándose en la figura del obispo que ignoró sus cuitas.

¿Y dónde vivía por entonces este magnicida?
Pues en el mismísimo “Callejón del infierno.” ¡Sí! habéis leído bien. Un callejón por el que se accede a la plaza mayor, nombre que se le adjudicó después del incendio de 1672, uno de los tres incendios que se originaron en la citada plaza, y a causa de que las llamas desbordaban e invadían la calle mayor por este inusitado aliviadero.
Pero para más I.N.R.I también lo habitó el cura “Merino” y este sí que murió por garrote vil por el intento de acabar con la vida de Isabel II.
Dicho callejón en la actualidad se le llama “Calle del arco del triunfo”

Un libro en el que aparece citado (El manicomio) como parte de una historia, es el titulado “El circulo del alba” de “Luisa Ferro".




Grabado antiguo de la casa de dementes Santa isabel

Otro, con mucha más carga emocional es el titulado: "Cartas desde el manicomio". Se trata de una recopilación de manuscritos que quedaron olvidados en el archivo del centro. Escritas por muchos de los residentes como medio terapéutico, recopiladas en este libro gracias a la labor de un grupo de psiquiatras. Cartas donde se presiente la desesperación, el miedo diario, la precariedad y los abusos. Gritos de auxilio a los familiares para que les rescatasen del abandono y el olvido al que habían sido relegados. Estas cartas nunca llegaron a su destino y es ahora cuando ven la luz, como testimonio de una historia no muy lejana, cuya lectura nos conmueve. Epístolas que no parecen estar escritas por dementes, sino por cuerdos muy sensatos que proclaman la injusticia de sus encierros injustificados.
Una lectura muy recomendable.

Y la última curiosidad es, que el primer tranvía que circuló en España, fue el que conducía de Madrid a Leganés y viceversa, por causa de la tan afamada “Casa de dementes”. 
¡Bueno! Por eso y por los famosos productos hortícolas.

Pero eso constituirá la siguiente historia de mi pueblo de adopción. 


Fachada principal del solar de los Medinaceli. (Actualmente)




Continuará






Derechos de autor: Francisco Moroz







lunes, 30 de julio de 2018

Venganza celestial






Aquel suceso ocurrido hace unos años lo sigo considerando como un aviso para navegantes. Fue el que decidió de alguna manera el cambio en el sector profesional al que me dedico.

Todo empezó cuando con intención de emanciparme de mis padres, obtuve el carnet acreditativo con el que poder convertirme en guía turístico de monumentos y conjuntos museísticos.

Como mi ciudad tiene una bonita catedral me pareció adecuado centrarme en ella para ejercer la actividad que me permitiría abrirme paso en el complicado mercado laboral. Por ello decidí empaparme bien sobre la historia de la misma. Estructura y estilo arquitectónico, tesoro catedralicio, esculturas y pinturas que se hallaban en su interior. Todo con el fin de presentar a los posibles grupos de turistas que requiriesen mis servicios, la mayor y mejor información que se pudiera ofrecer.

Tardé unos meses en adquirir todos los conocimientos necesarios, para, armándome de valor, proceder con mi primera visita guiada. Un grupo de güiris ingleses que contactaron conmigo demostrando un gran interés por conocer los entresijos de la grandiosa construcción religiosa.
Mi inglés era bastante fluido como para que entendiesen convenientemente los conceptos y los nombres de los elementos constructivos y ornamentales, con lo cual por ese lado no habría problema alguno.

Nos encontrábamos pues en el interior, cerca del retablo, y les explicaba en qué consistía el plateresco. Un estilo híbrido desarrollado sobre el siglo XVI basado en la continuidad del gótico, con exuberante decoración y estética renacentista inspirada en modelos clásicos de la antigüedad. Acaeció entonces, aquello que nos dejó a todo el grupo con el alma en vilo y el grito puesto en el cielo. Aunque con las miradas a ras del suelo que pisábamos y un susto tremendo dentro de nuestro cuerpo.

En un momento de la locución explicativa les comenté, que el arte era sempiterno como Dios, y bello como los mismísimos ángeles que le acompañaban; si es que ambos entes existieran en realidad, añadí con una sonrisa irónica, pretendida muestra de mi incredulidad al respecto.

Fue en ese justo instante cuando de forma inesperada y gran estruendo, una escultura del arcángel Miguel se precipitó en picado desde el nicho que ocupaba a unos seis metros. Lo vimos con una espada flamígera en su mano, y con intenciones aviesas de expulsarnos de forma violenta de este valle de lágrimas; que no del paraíso.

Se estrelló contra las losas de piedra, muy cerca del espantado grupo, dejando restos esparcidos de yeso y madera con policromías variadas. Y entre la nube de polvo que levantó, semejante a una niebla infernal que no auguraba nada bueno. Vislumbramos los ojos retadores y llenos de ira del custodio celestial.

Y fue aquel suceso, repito, el que me convenció sobre el cambio que tenía que realizar con respecto a mi orientación profesional.

En la actualidad sigo ejerciendo como guía, pero en distinto lugar: el jardín botánico de la localidad. Algo que presumiblemente tiene menos riesgos laborales y menos implicaciones peligrosas con respecto a mi agnosticismo.


Derechos de autor: Francisco Moroz

                                                 

miércoles, 25 de julio de 2018

Historia de mi pueblo (4) El cofre del tesoro

Quizá sea este el momento propicio para completar las crónicas. Aquellas que empecé sobre mi pueblo y que quedaron resueltas en tres partes, aunque inconclusas.
En todo este tiempo transcurrido desde entonces, he tenido oportunidad de recabar alguna información más y algún que otro dato curioso sobre esta localidad que no desmerece en méritos propios por sus variadas historias acumuladas.
Por tanto queridos lectores, aquí os dejo la cuarta parte, que a ciencia cierta no será la definitiva por el momento. 
Espero no aburrir.

                            

Iglesia de San Salvador. Antes y ahora

En la tercera entrada al respecto de esta población madrileña, os terminé presentando las dos ermitas más importantes que posee en su patrimonio: La de San Nicasio y la de Nuestra Señora de Butarque.
En esta ocasión, y para seguir con la arquitectura religiosa, os mostraré la iglesia parroquial de San Salvador que en un principio fue consagrada a la santísima trinidad.
Su estructura entra dentro de los cánones constructivos de la época en la que se levanta. Empieza a edificarse durante el reinado de los reyes católicos, allá por el siglo XVI aunque algunos expertos adelanten incluso un cuarto de siglo más ese periodo ¡Ahí es nada! y parece que fue ayer.
Gracias a un extenso archivo parroquial que abarca desde el siglo XVI al XXI se puede asegurar documentalmente que la estructura general puede situar el proceso entre los años 1500 al 1720. Esta dilatación en el tiempo dio lugar a diferentes replanteamientos, ya que pasó por manos de diferentes maestros constructores. Como en principio la parroquia perteneció a la archidiócesis toledana, fueron de esta ciudad los principales arquitectos que la levantaron; entre los que cabe destacar a Bartologmé Zumbigo y Nicolás Vergara el joven.
Es el último tercio del siglo XVII cuando el templo adquiere la definitiva conformación que es la que se puede apreciar en la actualidad: Planta de cruz latina con bóveda de cañón dividida en tres naves, separadas las dos laterales de la principal por pilastras que sustentan arcos de medio punto.
En apariencia parece tratarse de una iglesia modesta en fábrica de ladrillo en su mayor parte, si exceptuamos un conjunto más antiguo situado en el ábside, construido con piedra labrada. Tres puertas facturadas en granito y una torre de ladrillo revocado, de planta cuadrada, rematada con capitel encamonado y calado con cubierta de pizarra. Las campanas datan del año 1675.


Interior de la iglesia. Al fondo el retablo

Pareciera engañarnos esta construcción con sus sencillas líneas, así como los modestos materiales utilizados en el exterior. Una pobre iglesia medieval convertida en cofre de un tesoro que se ubica dentro de sus muros.
Y es aquí donde empezamos a darnos cuenta que, como en la famosa frase de Exupéry: “La belleza está en el interior”
El conjunto es de estilo principalmente barroco (Siglo XVIII) que es el periodo en el que empiezan a construirse los retablos y la imaginería que contienen. 
Contemplaremos en primera instancia el altar mayor cuyo retablo principal tardó unos siete años en ver la luz. En el centro se ubica un lienzo del pintor veneciano Francesco Leonardoni.
Pintor de la reina que sustituyó en funciones a Claudio Coello. En el mencionado lienzo queda plasmado el misterio de la transfiguración. Fue costeado por el marqués de Leganés que también encargó personalmente la obra, al citado artista.
Este retablo principal, más los dos laterales pertenecen a José Benito de Churriguera, uno de los mejores maestros escultores del barroco universal, que dio nombre a otro estilo todavía más elaborado. Están labrados en madera con dorados y policromados, conformado por zócalo, banco, ático y cuerpo principal dividido por columnas salomónicas en tres calles.
Junto a dichas columnas posan los cuatro evangelistas al igual que lo hacen en la parte superior de las mismas, las cuatro virtudes: Fe, Esperanza, Caridad y fortaleza. Dios padre, aparece representado en la parte superior central de la estructura principal.
No podemos olvidar otra de los tesoros de la parroquia: El órgano fabricado por José de Verdalonga constituido con 985 tubos de estaño y madera noble torneada. El instrumento ha vuelto recobrar su sonoridad original, gracias a una labor de restauración que se efectuó en 1993 a cargo de José María de Arrizabalaga.

En resumen, Leganés guarda un conjunto de joyas, en modesto cofre de ladrillo. 




Órgano 

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte 


Quinta parte

Derechos de autor: Francisco Moroz





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