sábado, 6 de noviembre de 2021

Pérdida irreparable

 



Sin poder superar su muerte lloraba desconsoladamente. 

Lo que más le fastidiaba era lo tonto del accidente. Toda una contrariedad por culpa de un descuido absurdo. Justo cuando empezaba a ser feliz junto a ella, de haberse prometido momentos de placer sin límites.

Lo cierto era, que no se trataba de una muerte en sí misma. Más bien de un reventón inusitado a causa de su fogosidad. Y las lágrimas no eran por ella, ni por lo que significaba; más bien por el dinero invertido en ese artículo de importación, tan erótico y sensual, que le había costado un ojo de la cara y le había durado tan poco.


Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 20 de octubre de 2021

Festum populi

 

 




Los primeros compases de la banda iniciaron las fiestas del pueblo; que con gran esfuerzo por parte del alcalde de la localidad, cada año costaba más organizar.

Esta vez tuvieron que fletar dos autobuses desde la capital para que la asistencia fuese representativa. El traslado de los participantes corría a cuenta del ayuntamiento, aunque la comida y la bebida se la tuviesen que costear cada uno según sus gustos y necesidades.

No habría eventos taurinos ni fuegos artificiales; pero el baile estaba asegurado gracias al tamboril el clarinete y trombón que habían contratado en el pueblo de al lado por horas.

Son los inconvenientes; pensaba el edil, de gobernar en un rincón de la España vaciada.




Derechos de autor: Francisco Moroz






martes, 12 de octubre de 2021

Kumeza y las palabras

 




A Kumeza le había resultado fácil adaptarse a esta ciudad. Estaba acostumbrada a los continuos cambios. Sus padres le enseñaron mucho de lo que ahora sabía: a socializar e interactuar. Adaptarse a las circunstancias y a los elementos según lo requiriese la necesidad. A transformarse, mimetizarse con el entorno. En un principio, lo más difícil, fue aprender el idioma, a comunicarse con los individuos y hacerse comprender. Las palabras le apasionaban. Con el tiempo fue capaz de hablar hasta trece idiomas diferentes, sin contar unos cuantos dialectos que dominaba a la perfección.

De niña, su etapa escolar fue pasable. En el instituto se le hizo todo más cuesta arriba. Recordaba los prejuicios ante alguien, que como ella, siempre era considerada como una forastera. "La nueva"

La universidad constituyó la prueba de fuego, pero con un mínimo esfuerzo, consiguió destacar en todos los aspectos; en el docente y en el personal. Superó a todos sus compañeros, convirtiéndose en la joven más prometedora de la promoción y una de las más populares del campus por su belleza y sensualidad. Adquirió la seguridad necesaria para abrirse camino y afrontar los retos que este mundo le propusiese. También fue el lugar donde su afición por los hombres se acentuó considerablemente.

Ahora, llegaba al bar de copas donde había quedado con el último al que había conocido en una página de citas por Internet. En la barra le esperaba un tipo alto y proporcionado con unos ojos de azul intenso. Nunca fue exigente en cuestión fisionómica. Le daba igual que fueran rubios, morenos o calvos. Negros, morenos, blancos o sonrosados de piel. Lo único que pedía a sus contactos eran unas medidas de higiene personal mínimas. De lo contrario se daba media vuelta sin tan siquiera dirigirles la palabra.

Cuando  apareció por la puerta, ella detectó en la amplia sonrisa del hombre, que no le defraudaba lo que veía. No en vano Kumeza era una "hembra de bandera"; siempre le gustó esa expresión con que algunos se referían a ella. Por el contrario, las palabras "puta o ninfómana", que también utilizaban a modo de insulto contra su persona alguna que otra vez, le sonaban despectivas y no las aceptaba. Otras como "mujer fatal" la dejaban indiferente. Ella, lo único que buscaba era cubrir sus necesidades sin depender de nadie. Y menos de esos machos prepotentes que pretendían aportar seguridad a la fémina que les acompañaba.

Cuando se sentó al lado de su acompañante notó como le miraba con fruición el escote antes que sus ojos, y se deleitaba con la observación de sus torneadas y largas piernas, cuyo final prometía algún paraíso imaginado entre sus muslos.

Ella sabía cómo captar la atención; las artes de seducción se las enseñó su madre. Mientras que su padre se centró más en las de defensa personal. No en balde era un soldado entrenado para la guerra. Recuerda que su familia vino a esta tierra huyendo de una.

Sus progenitores tuvieron que soportar condiciones de supervivencia extremas ante la escasez de alimento; teniendo que desprenderse de todo para huir precipitadamente del lugar donde habían nacido. Todo, con el único propósito de salvar lo más valioso que en ese momento poseían; lo más sagrado: sus vidas.

Se había convertido en toda una maestra, cautivando con sus encantos a los hombres. Se había especializado en vivir a costa de ellos mientras le duraban. De hecho desde que se independizó de su familia tuvo que cambiar varias veces de país, de  localidad, de ciudad, de estado; y más de una vez, de nombre. Simplemente para salvaguardar su seguridad en las zonas donde habitaba. Eso de que la llamaran "viuda negra" no lo acababa de comprender; quizá se referían a su color, aunque de eso también solía cambiar; era camaleónica.

En ciertos países más liberales, su manera de actuar pasaba más desapercibida. No obstante nunca bajaba la guardia; en más de una ocasión tuvo que demostrar su fortaleza ante seres dominantes y agresivos que querían imponer su criterio de manera brutal. Estas relaciones eran las que menos duraban, acababa con ellas de forma tajante. No eran baladís sus conocimientos de lucha cuerpo a cuerpo.

 

Kumeza acarició el rostro del hombre y le miró intensamente, observando cómo las pupilas de su interlocutor se le dilataban a causa del deseo.

Enseguida él, le propuso ir a su apartamento. Los había que se saltaban los preludios amorosos de cortejo. Eran directos e instintivos, demasiado básicos como para obtener placer de ellos.

Cuando estuvo desnudo y tendido en la cama frente a ella, le observó con interés científico. Un espécimen un poco más sobresaliente que otros. Evaluó fríamente cuanto le duraría este administrando bien los recursos.

Deslizó el escueto vestido hasta el suelo, y su esplendoroso cuerpo provocó en el sujeto una especie de conmoción; el colapso lo provocó ella poco después, cuando se puso sobre él y le desgarró el cuello con sus dientes.

Después de saciar su voraz apetito, pensó en lo importante de las palabras y su significado. Por ejemplo "devoradora de hombres" era el calificativo con el que más se identificaba. En el mundo extinto del que procedía, lo eran literalmente todas las hembras.

Eligió su nombre precisamente por eso. Kumeza, en Suajili, podía significar golondrina o devoradora. Al igual que "gustar" como verbo intransitivo, tenía dos acepciones. Aplicaba solo una con los hombres .


Derechos de autor: Francisco Moroz








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