sábado, 1 de julio de 2017

Una gran injusticia





Siempre he tenido mucha fe en el sistema judicial. Creí que la ley me salvaguardaría de las tropelías de los que atacan a los que nos ganamos la vida como podemos.

Ahora estoy aquí sentada y esposada en medio de dos uniformados con cara de malas pulgas, siendo acusada de infligirle daños a la cajera de un local.

– ¡Total! Unos mechones de pelo menos y un ojo a la funerala que importancia pueden tener ante la descortesía de no querer atender mis requerimientos.

También por agredir a los de seguridad, que quisieron atraparme en un descuido, llevándose el primero una patada en sus partes nobles, y el otro un golpe en las piernas con un bate de béisbol que casualmente llevaba en la mochila para una emergencia como esa.

-No aceptan como atenuante la defensa propia.

Igualmente me culpan de desorden público, pues al salir corriendo y con las prisas, intenté parar un taxi poniéndome delante de uno que me esquivó con pericia para ir a estrellarse contra el escaparate de un bar.
Espantada ante la algarabía que se formó en el lugar de los hechos empecé a gritar histérica a los transeúntes, más que nada para que se calmasen y me ayudaran, consiguiendo que alguno de ellos llamara con su teléfono móvil a emergencias, mientras otros desconsiderados grababan la hecatombe.

– ¡Putos traidores!

En unos minutos apareció la policía derrapando con sus coches, saliendo precipitadamente de ellos. Me amenazaron sin compasión hasta hacerme llorar de los puros nervios. Me esposaron y llevaron al calabozo.

Ahora en el juicio también me imputan posesión de armas. No aceptan mis explicaciones y me dicen que lo de salir “escopetada” era literal y no una lindeza lingüística de la RAE. Que me pregunto yo, que qué sabrán los del Real Automóvil Club Español sobre infringir leyes penales.

Estos jueces “estrella” nada más que van a por los pobres que como yo, se ganan la vida atracando bancos.

Qué razón tenía mi madre cuando me decía:
“Hija tienes que estudiar económicas. Los banqueros son los únicos ladrones que jamás van a la cárcel.”

El único consuelo es saber que con estos calores pasaré una buena temporada a la sombra, no me engañan con que eso es una simple metáfora. Seguro que se trata de otra de esas triquiñuelas que utilizan los fiscales para duplicar la condena de cárcel.



Derechos de autor: Francisco Moroz


Relato presentado al reto de las tres palabras, de la comunidad relatos compulsivos.




lunes, 19 de junio de 2017

¿Fría venganza?





Sin beso de buenas noches, sin abrazo de bienvenida ni caricia de madrugada. Todo eso se acabó desde que me fuiste infiel.

Yo que ardía como brasa encendida de deseo por ti. Yo que me incendiaba cuando te presentía cerca de mi piel, tuve que aguantar que otra arrimara tu ascua a su sardina.

Pero aún te recuerdo cuando retiro con el badil las cenizas de la chimenea, como después de aquella última vez que te hice arder y no precisamente de pasión.

Echaste mucha leña al fuego con tu traición y esa fue la chispa que prendió mi paciencia, haciendo fraguar una tremenda venganza.


Derechos de autor: Francisco Moroz


jueves, 15 de junio de 2017

Todas las primaveras






La niña vio el cortejo desde detrás de un muro ruinoso de un aprisco cercano.

Nueve hombres caminando hacia el cementerio. Tres maniatados con soga de costal, seis con los fusiles terciados, celosos vigilantes de los que ya parecían ser cadáveres demacrados y cabizbajos vestidos de pobres labradores.

Los pusieron contra la tapia, apuntaron y dispararon a escasos metros para no fallar.

Después del tiro de gracia algunos de ellos encendieron un pitillo. Alguien soltó un improperio grosero y entre algunas risas, se marcharon despreocupados de la muerte ajena que dejaban atrás.

La niña corrió al pueblo para contar lo que había visto. Muchos no quisieron oír y la dieron la espalda. Otros callaron por temor a represalias. La mayoría la ignoraron como chiquilla que era, mirándola con indiferencia o desprecio por ser hija de quién era.
No hubo flores para un funeral ni tan solo un recuerdo.

Veinte años después una muchacha se acerca a un árbol y permanece en silencio. Medita, reza, reflexiona y llora.
Cuarenta más tarde la misma mujer con un hombre y tres muchachos que corretean alrededor de un almendro en flor.

La vida la trató bien después de todo. Creció en un Orfanato; estudió lo que pudo y aprendió a coser para ganarse la vida. Se enamoró de un buen hombre que le dio esos tres preciosos hijos y se siente afortunada de tener un secreto jamás revelado a personas ajenas.

Con ochenta y siete años apenas puede moverse. Sentada en su silla de ruedas cuenta a sus nietos como lo hiciera antes a sus hijos, aquella historia de muerte y dolor. Cuando con sus ojos de niña vio como mataban a tres hombres junto al campo santo.

Los enterró con sus propias manos bajo aquel árbol pequeño, cuando nadie más quiso hacerlo.
Fueron su padre y sus dos hermanos los que murieron aquel día por asistir a misa.

Siempre tuvo el consuelo de que cada primavera, fueran los primeros en tener flores rosáceas de almendro sobre sus tumbas.

La memoria histórica fue solo la suya. Las guerras se han de olvidar junto al odio, pero nunca a los muertos que deja entre unos y otros.


Derechos de autor: Francisco Moroz


Relato presentado en la comunidad: Relatos compulsivos Con la temática de "Flores para un funeral"

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