Me quedé dormido hilvanando constelaciones y no le vi llegar.
Desperté cuando estaba a mi lado soltando una tras otra palabras ininteligibles en un idioma desconocido, mientras me mostraba un dedo inflamado.
Intuía una urgencia en su voz, una demanda perentoria, parecía tener prisa por obtener una respuesta adecuada a su necesidad para salir corriendo en busca de lo que necesitaba. Aunque siendo tan paticorto no creí que llegara a tiempo a ninguna parte.
Debí de volver a quedarme dormido, pues cuando me despabilé, solo recordaba su extraña apariencia y esa voz como distorsionada diciéndome de manera obsesiva: “Teléfono, mi casa”.
Derechos de autor: Francisco Moroz