domingo, 6 de junio de 2021

Carlitos

 



–Carlitos no tiene maldad doctor, es un niño inocente como lo son todos los niños. Pero tiene un problema; bueno, más bien lo tienen los que le hacen enfadar o le contrarían.

Por eso se lo hemos traído, para que lo reconozca, analice y estudie un caso tan extraordinario desde el punto de vista de su especialidad.

¿Qué cómo nos dimos cuenta de que algo no marchaba bien?

Le cuento: Cuando nació lo hizo como todos los mamíferos, de la forma habitual y por el conducto apropiado. La comadrona lo sacó con suavidad y como el niño no lloraba le azotó las nalgas; El susto que nos llevamos la madre y yo no se nos olvidará en la vida. Al bebé lo pude agarrar a tiempo, Pero la comadrona salió impulsada hacía el techo como si una fuerza paranormal la empujara hacia arriba. Tuvieron que venir dos celadores, los bomberos y la policía autonómica. Y ni por esas pudieron bajar a la pobre mujer. Fue solo cuando la criatura se calmó poniéndola sobre el pecho de la madre. Que la asistente al parto se precipitó hacia al suelo sobre el colchón que habían preparado los enfermeros que anduvieron a ese respecto muy espabilados.

Nos dieron el alta a los tres de forma precipitada, para que nos fuéramos a casa lo antes posible y descansáramos de tamaño sobresalto. Sin  por otro lado, darnos ningún tipo de explicación sobre lo acaecido.

Nos fuimos acostumbrando con el tiempo a esta forma de protesta de nuestro hijo. Cuando por ejemplo le trajimos al hermanito. Lo sacó a pulso de la cuna, con tan solo una mirada furibunda y un gesto concentrado. Sin tocarlo ¿Por qué? La aparente excesiva atención que le mostrábamos al pequeño recién nacido en detrimento de su persona. Eso que se conoce como el síndrome del príncipe destronado, supongo.

Cuando nuestros amigos venían a casa, encerrábamos a Carlitos en su cuarto para evitar accidentes. Con el tiempo y ante la extrañeza de estos, al preguntarnos de el porqué que el niño durmiera tanto, no tuvimos más remedio que dejarles de invitar para no tener que responder. Nuestra vida social menguó irremediablemente.

Con los compañeros de trabajo sin embargo presumía de hijo. Cuando estos me contaban que los suyos con pocos años ya levantaban pesos considerables yo les decía que el mío con tan solo cinco años, era capaz de tenerme toda la noche en vilo por no contarle su cuento preferido cuando me lo pedía. Lo que no les descubría es a la forma tan literal en que lo hacía. Me pasaba noches enteras en vela. levitando alrededor del ventilador del techo.

Cuando empezó la escuela la cosa fue a más y ahí, doctor, ya no pudimos disfrazar los acontecimientos de casuales; de fenómenos de la naturaleza como la confluencia de ondas hertzianas, electromagnetismo, o intentar demostrar a director y profesorado que la escuela estaba construida sobre un cementerio indio o en una zona con abundante influencia telúrica.

Ahora el niño recibe clases particulares de un profesor medio friki; bueno friki por entero todo él. Pues cree en extraterrestres, súper héroes de Marvel y el amor libre; no nos convence, pero es el único que parece conectar con el niño. Si al menos lo del colegio Hogwarts de magia y hechicería del tal Harry Potter hubiera sido real, nos habríamos evitado muchos quebraderos de cabeza con el chiquillo

¡En fin doctor! Nuestra vida se ha convertido en un verdadero calvario y no sabemos lo que hacer con el chaval. Sabemos que no es habitual su reacción cuando algo no le gusta, o cuando se enfurruña. Pero por lo demás es normalito, del montón. Ni más listo ni más tonto que los demás.

No queremos que crezca con un trauma, pensando que es un bicho raro y que al final, tenga que aislarse voluntariamente del entorno social para sortear sucesos difíciles de explicar.

Bueno doctor, pues eso es todo lo que podemos contarle al respecto sobre Carlitos, que será su paciente si usted lo acepta como tal. ¿Cómo lo ve?

– ¿Desde aquí arriba se refiere?

– ¡Carlos! Compórtate por favor, que este doctor no te va a pinchar hombre.


Derechos de autor: Francisco Moroz




sábado, 22 de mayo de 2021

¿ Cibo qué?

  



Cinco y media, suena el despertador. Me levanto soñoliento. Arrastro los pies hasta el cuarto de baño. Me lavo la cara y me despejo solo a medias.

Entro en la cocina y abro la nevera. De repente se enciende una luz que me ciega y deslumbra.

Empiezan a entrarme sudores fríos, un leve mareo, arcadas. La tensión se me dispara, el corazón se acelera al igual que mi respiración. Los músculos de todo mi cuerpo se tensan. Tan solo consigo centrar mi mirada en el tetrabrik de leche mientras oigo una voz que dice mi nombre desde el fondo del electrodoméstico.

–Buenos días Gonzalo, campeón ¿Qué tal has empezado la jornada?

Perplejo y anonadado respondo con palabras confusas causadas por la sorpresa.

–Bien... bien ¿Pero quién eres?

–Una aparición mariana; como las de Fátima y Garabandal pero actualizada; para acompañar a los tiempos que corren. ¡Vaya! una aparición 2.0 que es como llamáis a las versiones mejoradas.

– ¿Y qué quieres de mi?

–Nada especial, charlar un rato con alguien; que hace una eternidad que no me aparezco a ningún pastorcillo y me aburro soberanamente.

De repente otra voz a mis espaldas me interpela.

–Pero Gonzalo ¿Qué haces con la nevera abierta, temblando como un flan y contemplando anhelado el envase de la leche?

Es María, mi esposa. Respondo:

–Viendo el periodo de caducidad querida, sabes que mi cibofobia me atormenta.

– ¡Ah, pues vale!

Cuando se aleja oigo la otra vocecita que me dice:

– ¡Pssst! ¡Aquí! Detrás del limón pocho.


Derechos de autor: Francisco Moroz



Cibofobia: miedo a los alimentos
  • Muestran una obsesión irracional por los alimentos, lo que les lleva a leer compulsivamente las etiquetas para conocer las fechas de caducidad, los ingredientes, etc.
  • Rechazan tomar algunos alimentos por el temor a que estos sean dañinos para su salud. Se trata de una idea fija que les impide tomar alimentos perecederos o que no están excesivamente cocinados por miedo a que contengan sustancias tóxicas o que puedan causar alguna enfermedad. Tal es así que suprimirán de su dieta productos de origen animal como el pescado, debido a la contaminación, o salsas como la mayonesa.
  • Rehúyen comer platos preparados por otras personas. El rechazo a comer determinados alimentos hace que solo confíen en aquellos platos elaborados por ellos mismos. De ahí que no coman en sitios públicos o no tomen nada que haya cocinado otra persona, aunque sea un familiar cercano.
  • Evitan consumir alimentos preparados anteriormente. El temor que tienen a intoxicarse o a consumir algo en mal estado les lleva a desperdiciar comida que habían preservado previamente, a pesar de que solo lleve un día en el frigorífico.


jueves, 13 de mayo de 2021

Padre coraje





Se acercó a la cama en la que estaba postrado el paciente, sedado con calmantes y totalmente entubado.
Lo observó con calma, pensando cómo iba a actuar ante él, lo que le iba a decir; pues sabía que sería la primera y última vez que lo vería. Difícilmente aguantaba las lágrimas que amenazaban con desbordar sus ojos cuando recordaba escenas entrañables, momentos disfrutados en compañía de su hijo.

 Cuando recibió la noticia de madrugada se sobresaltó de tal manera que no acertaba a controlar sus manos temblorosas que le impedían vestirse para salir corriendo a su encuentro.

Desolado, arrasado por la tragedia, no lograba articular ninguna palabra, ni tan siquiera para reconocer ante el forense, que el que yacía en esa plancha metálica y fría era su primogénito, el único que había tenido, por el que tanto había apostado, y con el cuál tanta vida compartida había imaginado.

Se acercó a la cama de hospital para verle mejor la cara, un rostro abotagado por la hinchazón de los golpes, unos golpes insuficientes para lo que se merecía.

Se dirigió a él casi con dulzura, con miedo a que despertara y se asustara de su presencia. Le habló como padre postrado ante el dolor, por una pérdida de alguien insustituible. Le recriminó  los años que le había arrebatado a causa de su mal proceder. 

Le retiró la mascarilla de oxígeno como si presintiera le fuese a contestar a todos sus porqués, pero el convaleciente no reaccionó. Entonces con un gesto casi paternal, le colocó la almohada sobre la boca apretando con rabia incontenible.

Ya no recuperaría a su querido hijo, pero el descerebrado que conducía en dirección contraria saturado de alcohol y drogas; el que impactó de frente con su coche, tampoco vería otro amanecer.

La venganza no solucionaba nada pero aliviaba algo el peso de tanto dolor

Derechos de autor: Francisco Moroz

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