Fue durante una de esas tardes en las que la casa se me caía encima. Creo que salí a la calle con la sola idea de entretenerme y combatir mi aburrimiento. Lo hacía simplemente observando a la gente e imaginando sus historias.
Era divertido ver un rostro, un cuerpo, la forma de vestir del individuo y automáticamente urdir una historia en torno a ese ser desconocido para mí. Inventar sus pasiones, sus deseos, sus ilusiones y preocupaciones, anhelos y pensamientos.
Recuerdo que entré en una tienda y me enfrasqué mirando estanterías repletas y de repente le sorprendí observándome, como interrogándome con su mirada y una media sonrisa que interpreté como seductora. ¿Cómo era posible que otro estuviese realizando el mismo juego que yo ejercitaba con los demás?
Le miré directamente, como para disuadirle de su grosera actitud analizadora, pero no solo no se acobardó de mi ceño fruncido, más bien se envalentonó con sonrisa franca y retadora, como dándome a entender que no le importaba mi enfado, es más, me invitaba a confraternizar e indagar sobre él, a conocer su interioridad, abrirse para mí y mostrarse por entero tal como era. No me cabe la menor duda que estaba hecho de buena pasta, supongo que como un buen Don Juan.
Caí en la red, supongo que entretejida premeditadamente por él, y salimos juntos como conocidos, compañeros o vecinos del barrio; y nos fuimos a un café con la excusa de mantener un encuentro más íntimo y reservado para conocernos mejor. La verdad es que me atraía su perfil, no parecía a simple vista un ser superfluo y banal como esos otros con los que tuve alguna relación algo tormentosa. O esos otros que me defraudaron no cumpliendo todo lo que prometían de antemano.
Reconozco ser una mujer exigente a la que no se complace con facilidad.
La velada transcurrió rápida, como cuando la pasas con alguien al que no ves desde hace mucho tiempo y del que deseas saberlo todo. Escuchando todo lo que te tiene que contar sobre sus viajes, sus peripecias y sus anécdotas variadas. Incluso empapándome de esas chanzas y humoradas o de esas citas cuajadas de sabiduría, o esas frases cultas que como un Séneca dejaba caer de vez en vez.
Me hizo reír y embobarme como una adolescente ante sus palabras. El café se convirtió en testigo de una complicidad inigualable entre los dos.
Cuando tienes la suerte de dar con un personaje tan interesante, culto, bien conformado y de presencia agradable, no te importa invertir hasta el tiempo que no tienes, restándoselo al hambre y al sueño.
Todas las horas son pocas, y el tiempo se hace escaso para compartir con él.
Así, de esta forma regresamos a mi apartamento, acompañándonos mutuamente, con los nervios a flor de piel por las expectativas que tenía puestas en este encuentro inesperado.
El, que hace unas horas era alguien desconocido, ahora resultaba haberse convertido en un buen amigo con el que no me importaría repetir esta jornada tan motivadora que había trascurrido sin apenas enterarme.
¡Claro! no pudo ocurrir de otra manera, no pude resistir la tentación. Si conoces a alguien así, no quieres dejarlo escapar, fue tal su magnetismo que terminamos en la cama como amantes.
Yo estaba excitada con su sola presencia, lo desnudé por completo, lo saboreé, lo devoré con los ojos, acaricié su piel curtida, bebí de sus palabras y tantos sentimientos poderosos y encontrados fue capaz de sacar de mi interior, que me prometí a mi misma que en cuanto tuviera la menor ocasión volvería a leerlo de nuevo.
Relato para conmemorar este mes dedicado a un ser tan completo, que nos seduce.
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