Mi nombre es Sarabi, al menos conservo este dato en la memoria, es algo que todavía no he perdido, tampoco la dignidad como hombre. Sin embargo si he perdido otras muchas cosas importantes que se quedaron por el camino, por el largo camino de la vida que que me tocó en suerte, de la que no reniego a pesar de lo pasado, de lo sufrido, y lo llorado.
No siempre fue así, yo era un hombre completo: con mis conocimientos, mi cultura. mi familia, mi trabajo como pescador.
Compartía momentos, viajaba, paseaba bajo el sol y la lluvia; charlaba visitaba y era visitado por los amigos. Hasta que se cruzó por mi camino la desdicha disfrazada de guerra, de horror, de muerte y destrucción.
Ya nada volvió a ser igual, lo perdí todo, pues lo dejé atrás con mi marcha precipitada. No como cobarde que escapa, sino como derrotado. Acosado por mis perseguidores, esos que tras acabar con mis ilusiones de presente querían acabar con la esperanza de mi futuro.
Compartía momentos, viajaba, paseaba bajo el sol y la lluvia; charlaba visitaba y era visitado por los amigos. Hasta que se cruzó por mi camino la desdicha disfrazada de guerra, de horror, de muerte y destrucción.
Ya nada volvió a ser igual, lo perdí todo, pues lo dejé atrás con mi marcha precipitada. No como cobarde que escapa, sino como derrotado. Acosado por mis perseguidores, esos que tras acabar con mis ilusiones de presente querían acabar con la esperanza de mi futuro.
Lo primero que se quedó atrás fueron los seres a los que amaba, con los que iluminaba los sueños nocturnos y abonaba mis pensamientos diarios. Por ellos emprendí el gran viaje a través de campos baldíos y estepas secas. Soy de África, donde mi nombre significa espejismo, y como persiguiendo alguno de ellos caminaba, con la mirada siempre puesta en un horizonte lejano e ilusorio. ¡Huyendo diréis! Yo digo: ¡Buscando una puerta de salida!
Y aquí me planté entre vosotros, con mis huesos doloridos y mis pies cansados, pidiendo ayuda, una oportunidad para seguir existiendo como persona y seguir teniendo una excusa para no rendirme al abatimiento y al fracaso.
Pagué cara la insensatez de embarcarme en la tarea de averiguar lo que había más allá de ese mar interminable lleno de acechanzas y peligros. Quise cerciorarme, de que era verdad lo de la tierra prometida que me aseguraban iba a encontrar una vez desembarcara.
Y conseguí que buenas gentes me dieran asilo, me alimentaran y cuidaran durante unos días, me repuse, rebroté de nuevo en expectativas y me dije: ¡No todo está perdido!¡He llegado a una tierra de promisión donde poder labrar y recoger mis frutos!
Pero el tiempo pone a cada cual en su lugar, y después de requerir un trabajo o alguna manera de ganarme el pan que me daban, me quedé con la mano extendida en la esquina de una calle, durmiendo envuelto en cartón y solventando mi penuria de la caridad, envuelto en trapos y podredumbre.
Me he dado cuenta que a pesar de mi color o tal vez por ello mismo, he conseguido aquello deseado por muchos, sin saber lo que anhelan en realidad. Un super-poder que te humilla y denigra como ser humano; un poder que muchos creen excepcional, pero que a nadie deseo le sea concedido nunca:
El don de la invisibilidad.
Derechos reservados de autor: Francisco Moroz
Y conseguí que buenas gentes me dieran asilo, me alimentaran y cuidaran durante unos días, me repuse, rebroté de nuevo en expectativas y me dije: ¡No todo está perdido!¡He llegado a una tierra de promisión donde poder labrar y recoger mis frutos!
Pero el tiempo pone a cada cual en su lugar, y después de requerir un trabajo o alguna manera de ganarme el pan que me daban, me quedé con la mano extendida en la esquina de una calle, durmiendo envuelto en cartón y solventando mi penuria de la caridad, envuelto en trapos y podredumbre.
Me he dado cuenta que a pesar de mi color o tal vez por ello mismo, he conseguido aquello deseado por muchos, sin saber lo que anhelan en realidad. Un super-poder que te humilla y denigra como ser humano; un poder que muchos creen excepcional, pero que a nadie deseo le sea concedido nunca:
El don de la invisibilidad.
Derechos reservados de autor: Francisco Moroz