El
infierno se ha desatado a tu alrededor, los demonios rojos están a las puertas de tu fortaleza. Destrozan
a su paso todo aquello en lo que creías, aquello que amabas y protegías con
denuedo. Pisotean con sucias pezuñas las ideas que te movieron a crear algo
grande en su concepto. Corrompen con sus alientos fétidos el mismo aire que respiras.
Consideras
como algo inconcebible el que esto esté ocurriendo, que en breves instantes te
localicen y acaben con tu sublime existencia de una forma indigna que no
mereces.
Años
de conflicto y enfrentamientos en diversos campos de batalla te dieron la
razón. Eras el dios supremo que con mano fuerte, regias los designios de los
pueblos sometidos a tu firme voluntad.
Lo
que deseabas lo obtenías a sangre y fuego. Ahora la anterior prepotencia se ha
convertido en gemido, en rabiosa e insistente súplica que nadie parece escuchar.
Los que te protegían, abanderando tu causa, te abandonan o mueren inútilmente.
Solo
quedas tú, relegado en el último bastión que asaltarán en breve las fuerzas que
representan el mal. También permanece, la más fiel de las compañera que uno podría desear,
aparte de la muerte cierta.
La besas
por última vez, la tomas de la mano y te diriges a una habitación adjunta donde
de manera pausada y ritualista le descerrajas un tiro, para a continuación
dirigir el arma contra tu persona y hacer lo mismo.
Antes de exhalar tu postrero, aliento tienes una visión certera de un futuro mejor, en el que miles de guerreros tomarán el testigo defendiendo tus mismos ideales. Continuarán tu lucha y volverán a desatar otro infierno.
Antes de exhalar tu postrero, aliento tienes una visión certera de un futuro mejor, en el que miles de guerreros tomarán el testigo defendiendo tus mismos ideales. Continuarán tu lucha y volverán a desatar otro infierno.
Derechos de autor: Francisco Moroz