Como
acostumbraba, Mariano, entró en la oficina sin saludar a nadie, desabrido, mal
educado, furibundo y chulesco. Pareciera ser el líder de una manada imaginaria
donde él representara al macho alfa dominante.
Ya
acostumbrados a su forma de proceder intentamos ignorarle, cada uno
concentrado en su tarea, pero él, dándose ínfulas de poderío capto nuestra
atención significándose con una fuerte voz.
–
¡A ver vosotros, panda de nenazas lloronas!
–nos increpó exaltado.
Tanto
quejaros del exceso de trabajo y de los horarios laborales interminables, pero
aquí estáis dándolo todo por la empresa y del negrero que os explota sin
consideración.
Todos levantamos la mirada al unísono un tanto confusos, avergonzados y sin saber
bien que contestar mientras él continuó con su perorata recriminadora.
–Si
fuera yo, me plantaba en el cubículo de la bestia y le cantaba las cuarenta poniéndolo
en su sitio de una puta vez, que es lo que se merece el mafioso que tenemos por
jefe. No como todos vosotros que agacháis la cabeza cada vez que pasa por
vuestro lado y le llamáis señor. ¡Un don mierda es lo que es y punto!
–Pues
va a tener la oportunidad de hacerlo en persona, ya que tiene tantos redaños, y así dará
ejemplo a sus compañeros en vez de comerles la cabeza día tras día. –dijo una voz
desde detrás del interfecto, pues lo presentimos muerto en vida.
Mariano
en su agitación acalorada, no se había percatado que tras él, había aparecido la
figura de nuestro temido director, que terminó con una situación violenta con una contundente frase:
–Acompáñeme
al despacho caballero. Tengamos una conversación en privado.
Intuimos
que habíamos asistido al finiquito de un gilipollas que lastraba las de
por sí interminables y mal pagadas jornadas laborales. En eso sí tenía razón el Mariano.
Y
entonces sonreímos.
Derechos de autor: Francisco Moroz