Es oscura la noche en la que se acerca a la iglesia; como todas las que
recuerda desde que era niño.
Cree estar poseído por una maldad congénita que le domina cada cierto tiempo.
Guiado por un ser infernal que le dicta actos abominables, que él, ejecuta con
fría naturalidad.
Una pesadilla diaria y recurrente cada vez que se duerme. Por ello, torturado por los sueños que le aterrorizan, no lo hace desde hace meses y su cabeza debilitada por la falta de descanso se deshace en jirones rayanos en una locura que le hace confundir los espejismos con la realidad.
Cuando su rostro se refleja, descubre el ser aberrante en el que se ha convertido. La gente le rehuye instintivamente, como presintiendo el peligro latente que subyace en su persona. Sus ojos trasmiten, la desesperación del eterno condenado a las ardientes llamas del averno.
Y sin embargo busca la salvación de su alma. Quiere el consuelo que requiere todo ser. Necesita reposar de tanta infamia.
Más, desde el momento en que una chispa de lucidez se aloja en su cabeza, y
su ánima baja la guardia después de una jornada de tensión, vuelve el sueño y
con este, el enviado de Belcebú; un ser siniestro y negro.
&
–Padre, necesito que me escuche en confesión. Llevo veinticinco años apartado
de la iglesia. Me negué a regresar a ella a los ocho. Me alejé de Dios faltando
al primero y segundo de los mandamientos de su ley. Soy un mal creyente; pero
es la última esperanza que me queda para liberarme de mis terrores nocturnos y
por eso recurro a usted.
–Tú dirás hijo, aquí estoy para aliviar tu peso y ayudarte.
–Necesito el perdón para hallar descanso y redención.
–Pues confía en el que siempre escucha, comprende y perdona. Dime qué es lo
que te angustia hijo mío.
–Fui engendrado en el mal, padre, y estoy purgando por ello desde que tengo
uso de razón.
–De niños, todos cometimos alguna travesura; no te sientas culpable por
ello.
–Yo maltrataba animales, los torturaba, los mataba con saña.
– ¿Qué es lo que te instigaba a hacerlo?
–Fue desde el momento en que un perro me mordió, se me empezó a aparecer un ser negro, dictándome todo aquello que debía hacer. Lo sigue haciendo
padre, para mi desesperación.
– ¿Un demonio?
-No padre, un gato. El mismo al que le saqué un ojo con una cuchara, el mismo al que decapité con el hacha que encontré en la leñera.
Desde el primer momento se pronunció como mi instructor.
El que me sugirió contravenir el tercero de los mandamientos.
– ¿Acaso no amas a tus padres?
– Respóndame ¿A unos individuos que maltratan y agreden a una criatura
indefensa, los podría amar usted?
–Pues…
–En cuanto pude defenderme los eliminé mientras descansaban de sus
iniquidades. Con ello, directamente taché de mi lista el cuarto y el quinto
mandamiento y todos los demás por añadidura. Soy campo abonado con el estiércol
del demonio desde entonces; aunque hubo momentos en los que pensé que el otro
ser alado que se me aparecía en los sueños podría salvarme algún día.
– ¿Un ángel luminoso, quizá?
–Más bien uno negro, como el gato. Se trata de un cuervo, que después de
cada crimen monstruoso me dice: “Nunca más”. Me hacía recobrar la cordura
suficiente para ocultar las pruebas, los cadáveres. Esconderme una temporada, e
intentar escabullirme de la justicia.
Es el quinto mandamiento en el que más reincido. Y estoy cansado de tanta
sangre y violencia.
– ¿Y por qué no te arrepientes, te entregas y redimes tu culpa? La prisión
y la falta de libertad son duras, pero imagino que no tanto como el calvario
por el que estás pasando y haces pasar al prójimo.
–Si padre, eso pensé hacer antes de que apareciera el gato de nuevo y me
recordara que debo resolver un asunto que nunca conseguí olvidar.
–Sé que me horrorizará conocer el motivo, pero adelante querido hijo, desahógate
y ábreme tu corazón.
–Consigo oír las palpitaciones aceleradas del suyo padre ¿A caso está
asustado? A lo mejor le he recordado la maldad que se esconde tras cada ser humano?
¿La de esos individuos, que deberían ser ejemplo de honestidad, pero que
anteponen sus deseos, parapetándose bajo un manto de dignidad, refugiándose en
el estatus social que parece elevarles por encima de la justicia? Esa justicia
a la que según usted debo entregarme.
¿O le trae a la mente a esos otros que roban, desfalcan, engañan, trafican,
explotan y especulan; aprovechándose de la bondad de las personas decentes?¿O Aquellos
que pisotean la inocencia confiada de los niños y los abusan, por ejemplo? A
esos ¿Quién los juzgará? ¿Dios?
–Hijo, me estás haciendo temblar de miedo con lo que dices.
–No padre, no tiemble por lo que escucha de mis labios impuros, más bien
tiemble cuando piense en el inminente castigo por incumplir el noveno de los
mandamientos.
– ¿A qué te refieres? Creo que deberíamos terminar con esta sinrazón.
–Sí, cierto. Tengo fe en que esta será la última prueba; después me será indiferente
todo lo que me ocurra. Quiero descansar lo que me reste de vida. Quiero que el
negro cuervo se me aparezca de nuevo y que sus palabras sean proféticas y
definitivas. “Nunca más”.
¿Ya me recuerda padre?...ese monaguillo de ocho años que le ayudaba en
misa.
El corazón del sacerdote lo delata cesando sus latidos.