jueves, 16 de junio de 2022

La culpa es de Poe





Es oscura la noche en la que se acerca a la iglesia; como todas las que recuerda desde que era niño.

Cree estar poseído por una maldad congénita que le domina cada cierto tiempo. Guiado por un ser infernal que le dicta actos abominables, que él, ejecuta con fría naturalidad.

Una pesadilla diaria y recurrente cada vez que se duerme. Por ello, torturado por los sueños que le aterrorizan, no lo hace desde hace meses y su cabeza debilitada por la falta de descanso se deshace en jirones rayanos en una locura que le hace confundir los espejismos con la realidad.

 Cuando su rostro se refleja, descubre el ser aberrante en el que se ha convertido. La gente le rehuye instintivamente, como presintiendo el peligro latente que subyace en su persona. Sus ojos trasmiten, la desesperación del eterno condenado a las ardientes llamas del averno.

 Y sin embargo busca la salvación de su alma. Quiere el consuelo que requiere todo ser. Necesita reposar de tanta infamia.

Más, desde el momento en que una chispa de lucidez se aloja en su cabeza, y su ánima baja la guardia después de una jornada de tensión, vuelve el sueño y con este, el enviado de Belcebú; un ser siniestro y negro.


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–Padre, necesito que me escuche en confesión. Llevo veinticinco años apartado de la iglesia. Me negué a regresar a ella a los ocho. Me alejé de Dios faltando al primero y segundo de los mandamientos de su ley. Soy un mal creyente; pero es la última esperanza que me queda para liberarme de mis terrores nocturnos y por eso recurro a usted.

 

–Tú dirás hijo, aquí estoy para aliviar tu peso y ayudarte.

 

–Necesito el perdón para hallar descanso y redención.

 

–Pues confía en el que siempre escucha, comprende y perdona. Dime qué es lo que te angustia hijo mío.

 

–Fui engendrado en el mal, padre, y estoy purgando por ello desde que tengo uso de razón.

 

–De niños, todos cometimos alguna travesura; no te sientas culpable por ello.

 

–Yo maltrataba animales, los torturaba, los mataba con saña.

 

– ¿Qué es lo que te instigaba a hacerlo?

 

–Fue desde el momento en que un perro me mordió, se me empezó a aparecer un ser negro, dictándome todo aquello que debía hacer. Lo sigue haciendo padre, para mi desesperación.


– ¿Un demonio?

 

-No padre, un gato. El mismo al que le saqué un ojo con una cuchara, el mismo al que decapité con el hacha que encontré en la leñera. 

Desde el primer momento se pronunció como mi instructor.

El que me sugirió contravenir el tercero de los mandamientos.

 

– ¿Acaso no amas a tus padres?

 

– Respóndame ¿A unos individuos que maltratan y agreden a una criatura indefensa, los podría amar usted?

 

–Pues…

 

–En cuanto pude defenderme los eliminé mientras descansaban de sus iniquidades. Con ello, directamente taché de mi lista el cuarto y el quinto mandamiento y todos los demás por añadidura. Soy campo abonado con el estiércol del demonio desde entonces; aunque hubo momentos en los que pensé que el otro ser alado que se me aparecía en los sueños podría salvarme algún día.

 

– ¿Un ángel luminoso, quizá?

 

–Más bien uno negro, como el gato. Se trata de un cuervo, que después de cada crimen monstruoso me dice: “Nunca más”. Me hacía recobrar la cordura suficiente para ocultar las pruebas, los cadáveres. Esconderme una temporada, e intentar escabullirme de la justicia.

Es el quinto mandamiento en el que más reincido. Y estoy cansado de tanta sangre y violencia.

 

– ¿Y por qué no te arrepientes, te entregas y redimes tu culpa? La prisión y la falta de libertad son duras, pero imagino que no tanto como el calvario por el que estás pasando y haces pasar al prójimo.

 

–Si padre, eso pensé hacer antes de que apareciera el gato de nuevo y me recordara que debo resolver un asunto que nunca conseguí olvidar.

 

–Sé que me horrorizará conocer el motivo, pero adelante querido hijo, desahógate y ábreme tu corazón.

 

–Consigo oír las palpitaciones aceleradas del suyo padre ¿A caso está asustado? A lo mejor le he recordado la maldad que se esconde tras cada ser humano? ¿La de esos individuos, que deberían ser ejemplo de honestidad, pero que anteponen sus deseos, parapetándose bajo un manto de dignidad, refugiándose en el estatus social que parece elevarles por encima de la justicia? Esa justicia a la que según usted debo entregarme.

¿O le trae a la mente a esos otros que roban, desfalcan, engañan, trafican, explotan y especulan; aprovechándose de la bondad de las personas decentes?¿O Aquellos que pisotean la inocencia confiada de los niños y los abusan, por ejemplo? A esos ¿Quién los juzgará? ¿Dios?

 

–Hijo, me estás haciendo temblar de miedo con lo que dices.

 

–No padre, no tiemble por lo que escucha de mis labios impuros, más bien tiemble cuando piense en el inminente castigo por incumplir el noveno de los mandamientos.

 

– ¿A qué te refieres? Creo que deberíamos terminar con esta sinrazón.

 

–Sí, cierto. Tengo fe en que esta será la última prueba; después me será indiferente todo lo que me ocurra. Quiero descansar lo que me reste de vida. Quiero que el negro cuervo se me aparezca de nuevo y que sus palabras sean proféticas y definitivas. “Nunca más”.

¿Ya me recuerda padre?...ese monaguillo de ocho años que le ayudaba en misa.

 

El corazón del sacerdote lo delata cesando sus latidos.



Derechos de autor: Francisco Moroz


Para este reto utilicé tres referentes de las obras de Poe; y de ahí el título que inspiró el relato.
El cuervo.
El gato negro.
El corazón delator. 




sábado, 11 de junio de 2022

La decisión



Su reflejo le espera impaciente a que él se decida a tirarse para con ello pasar al otro lado, convirtiéndose de esta forma ambos, en unidad inseparable y eterna.

Asomado al pozo  puede ver su cara reflejada en el fondo, en un claro oscuro, a causa de la profundidad.

Entonces es, cuando un pequeño detalle le disuade para no lanzarse a esas aguas frías. Un pequeño rayo de luz ilumina la líquida superficie; permitiéndole ver por una fracción de segundo un rostro cadavérico de mirada vacía. Y decide que no será ese día cuando la muerte le engañe. Pues los muertos no saben vivir y él quiere seguir haciéndolo todavía.


derechos de autor: Francisco Moroz






domingo, 1 de mayo de 2022

Pequeñas angustias

 





Nos han mandado en la escuela escribir una redacción, algo sobre nuestra familia.

¿Me puedes ayudar?

Es que soy pequeño, y no sé que poner para que la profesora quede contenta con lo que lea, que no te llame después para hablar contigo y regañarte. Pues las veces que lo ha hecho, te he visto ponerte triste.

¿Cómo empiezo?

Puedo escribir que me quieres mucho y me abrazas todos los días como si fuera a ser el último. Pero que cuando llego a casa, estas como apurada con mi presencia, como si no te alegraras de verme o tuvieras miedo. Ya sé que a veces soy un poco trasto, que me cuesta hacer las tareas; pero es que con los ruidos; sabes que no me puedo concentrar. Aunque cierres la puerta cuando viene papá, oigo los gritos y las discusiones. No os enfadéis conmigo, pero es que no me gusta que os disgustéis por mí culpa. Ya sé que todavía mojo la cama por las noches alguna vez. Pero es que tengo miedo cuando escucho golpes y cosas cayendo al suelo. Seguro que entran hombres malos por la noche, cuando nos acostamos; eso no se lo contaré a los compañeros porque se reirían de mí, y ya se meten bastante conmigo. Me llaman faldero y enmadrado cuando me acompañas hasta la puerta de la mano. Me empujan y me dan patadas en las espinillas. Pero no me duele; lo que me fastidia es cuando me quitan el bocadillo. Sé que te levantas muy pronto para prepararlo y no me gusta que se lo coma otro sabiendo que lo hiciste pensando en mi.

 Pues eso, que cuando entran esos hombres malos, yo me tapo la cabeza con la almohada, pero aún así escucho ruidos de riña. Seguro que es papá peleando con ellos para echarlos fuera de la casa.

Pero todo el miedo se va cuando me despiertas por la mañana con tus buenos días llenos de besos. Me siento importante cuando me llamas vida mía, pero tienes siempre la cara mojada de lágrimas y las gafas de sol puestas. Y si te pregunto extrañado, me contestas que para estar más guapa. Sabes que eres guapa aunque no te las pongas mamá.

¿Qué pongo en esta redacción?

¿Que a papá no le veo porque trabaja mucho y llega a casa muy tarde?

No me hace tanto caso como tú; dice que soy un hombre hecho y derecho y que con tanta caricia me voy a volver una maricona; que no sé lo que es eso.

Algún domingo, me pone la mano en la cabeza y me despeina, y me llama colega y me lleva al bar donde están sus amigos, y me tomo una Coca cola. Yo creo que me quiere, pero cuando está enfadado me asusto porque pone una cara rara como de rabia, y roja como la luz del semáforo que me avisa que no debo cruzar y me mira con los ojos pequeños, esos que pone como los chinos. Y mientras se pone así de feo, me llama consentido y mimado.

Eso tampoco lo voy a poner, porque no quiero que se entere y se enfade y te agarre fuerte del brazo por mi culpa y te deje unas manchas moradas que no me gustan. A mí me gusta el azul, como el cielo que vemos cuando vamos al parque y monto en los columpios.

Lo que si voy a escribir es que cuando sea mayor me voy a comprar una casa para que te vengas a vivir conmigo. Y un perro grande para que nos cuide a los dos. Papá no creo que quiera venir con nosotros, porque nunca estamos los tres juntos. No me importa, tú estás más contenta cuando él no está.

Bueno, también voy a poner que quiero mucho a los abuelos que de vez en cuando vienen a cuidarme cuando tú te vas a tomar unos cafés con tu amiga, la enfermera del hospital. A veces es un café muy largo, porque tenéis que hablar muchas cosas importantes; porque tardas mucho. Incluso alguna vez, tres o dos días o así, y yo te echo de menos y lloro. Pero el abuelo me hace magia y saca caramelos de mis orejas y la abuela me arropa por la noche y me da unos besos parecidos a los tuyos. Y se ríen cuando digo tonterías y hago muecas.

Vale mamá, yo me siento aquí en la silla con el boli y tú me dices lo que puedo poner para que la profe no me pregunte después cosas que no entiendo y me ponen nervioso; como que si papá me pega. Porque papá no me pega. Nos quiere mucho a los dos ¿A qué si?

Si no escribo la redacción tampoco pasa nada, mañana no voy al cole y le dices a la directora que estoy un poco pachucho otra vez, con fiebre y mocos.

¿Y ahora por qué lloras mamá? ¿Es por mi culpa?


derechos de autor: Francisco Moroz





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