sábado, 22 de abril de 2023

A grandes males, grandes remedios

  

 


 

Tenía claro que necesitaba algo más fuerte para poder acabar con esa situación tan desesperante

  Las jaquecas se le solapaban de manera inaguantable y creía que ya estaba al límite,  ese en que su mente machacada por falta de descanso perdiese el control.

  Por ello, en un principio, buscó remedios caseros que mitigaran la situación: una infusión de tila de manzanilla, melisa o hinojo, pero nada, seguía dando vueltas en la cama sin conciliar el sueño, se levantaba de ella de madrugada como si le hubieran apaleado una panda de súcubos furiosos.

  Probó con algo más contundente.  Un vaso de leche con miel y un chorrito generoso de coñac del bueno. Al principio parecía funcionar, le entraba cierta somnolencia momentánea, pero duraba lo que tardaba en tumbarse en la piltra. Volvía a despejarse como un cielo de verano. Le entraban los siete males, pensando en otra jornada laboral interminable con continuos bostezos y cansancio general. Su jefe y compañeros ya empezaban a sospechar que estaba de fiesta durante toda la semana en una interminable bacanal de juergas nocturnas. Veía peligrar su empleo por culpa del insomnio.

  Temía sobremanera por su salud mental, estaba decidido a terminar con el problema de una forma u otra y se acercó a la primera farmacia que encontró abierta. Allí hizo la compra como en el súper del barrio. Adquirió medicamentos de venta libre que el farmacéutico muy atento, le indicó que  contenían antihistamínicos  y que en un principio eran indicados más bien para tratar alergias. Que al no ser sustancias adictivas el cuerpo se habitúa rápidamente a ellas y era poco probable que solucionasen el problema a largo plazo.

  Efectivamente era como tomar  gominolas. Cuantas más pastillas engullía, más le pedía el cuerpo, y para mayor desespero le originaban problemas de memoria, cansancio y mareos. Por lo cual acudió al especialista. Este, viendo sus ojos enrojecidos como los de un vampiro, junto con esas bolsas hinchadas debajo de ellos y el grado de desesperación que mostraba el paciente, su ansiedad y la cara de loco, no dudo en recetarle un poco de todo. Zolpidem, Eszoplicona, Ramelteon. Y por si las moscas una caja de Trazadona y otra de Doxepina de refuerzo.

  Más feliz que una lombriz se marchó para casa dispuesto a dormir sí o sí aunque fuese a costa de tomar doble ración de todo lo recetado.

  Todo en vano, no había manera. Lo suyo no parecía tener remedio. La idea de suicidio fue tomando cuerpo en su errática mente trastornada por la falta de descanso.

  De manera reveladora en la duermevela forzada, surgió una posible solución a todos sus males que no fuera el quitarse de en medio. Llamó un taxi y cuando indicó la dirección, el chofer le dijo que ni borracho le llevaba al sitio deseado, que a lo más, le acercaba a las inmediaciones, y aún así bajo su cuenta y riesgo.

  Cuando llegó a su destino, un tanto confuso y sin saber a quién preguntar se metió en la primera chabola que encontró en el poblado marginal. Aquello parecía ser un trastero lleno de zombis demacrados. Algunos de ellos le miraron con desconfiada mirada asesina, como hacen los perros hambrientos ante cualquier intruso que se acerque a su hueso.

  Enseguida dos tipos mal encarados llenos de tatuajes y cicatrices mal cosidas le llevaron a un aparte del habitáculo y le preguntaron que buscaba. Les contó el problema que acarreaba, todos los remedios probados, y las sustancias que había ingerido al cabo de los años para remediarlo de manera infructuosa.

  Dijeron tener la solución milagrosa, la panacea para todos los males incluidos los de amores, pero que eso tenía un precio.

  ¿Mil euros serán suficientes? Les dijo.

  Se miraron con complicidad ambos fulanos, con media sonrisa ladeada en sus labios cortados, para replicarle que con ese dinero podría disfrutar del producto cómodamente dentro de la estancia junto con el resto de clientes.

Le indicaron un rincón y le facilitaron los útiles necesarios para aplicarse la solución a todos sus males. Unos minutos después de administrarse su chute empezó a experimentar un cosquilleo placentero en sus pies y un sopor gratificante que abotagaba todos sus sentidos.

  Antes de perder la consciencia tuvo claro que lo iba a conseguir de una vez por todas, el descanso deseado, el desapego total de la dura realidad, el olvido de su frustración. Fue en el momento justo en que vio sonreír a una rata que trepaba por sus piernas ya dormidas. Y que digan que la droga es mala, pensó.

 


 Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 9 de abril de 2023

El que siembra recoge

 


 

  Os traigo la breve historia de un labrador, siervo de un joven príncipe, al que estaba sometido por nacimiento. Ligado a sus tierras de por vida.

   No era un gañán como la mayoría de sus compañeros de laboreo. Muy al contrario, observaba  lo cotidiano y aprendía de ello, mostrando interés por lo que desconocía para así comprender lo que acontecía a su alrededor. Aceptaba su condición, pero no quería conformarse. Para ello y al igual que la tierra, intentaba cultivar su intelecto. Pues sabía que el que siembra recoge fruto aun siendo escaso.

   Por ello sabía escuchar las enseñanzas y los consejos de los más viejos del lugar, que por experiencia acumulada sobre sus espaldas encorvadas, no eran hueras ni vanas y si provechosas para quien las aplicaba. Todo ello iba conformando el bagaje de nuestro protagonista, y no los bienes materiales que se pudren o se pierden por el camino, significando tan solo el pan para hoy y el hambre para mañana. Era considerado hombre bueno, pues ayudaba a sus vecinos siempre que le requerían, tanto durante el trabajo cotidiano, como apercibiéndoles sobre temas peliagudos a la hora de resolver conflictos o prevenirse de ellos.

   No eran pocas las ocasiones en las que su joven señor requería de sus servicios junto al resto de siervos de gleba, para llevar a cabo alguna escaramuza contra feudos vecinos. En una de esas, destacaron sobremanera sus actitudes reflexivas, al resolver con astucia e inteligencia una situación en la que la se vieron comprometidos frente al enemigo. Insistió con machacona humildad ante el capitán para que dispusiese a la hueste en lo intrincado del bosque. No precipitarse y observar. Eso daría tiempo a descubrir las verdaderas intenciones del enemigo. Ese día no perdieron a ningún hombre al ser pacientes y no víctimas propiciatorias del engaño urdido por las tropas contrarias, que con salidas reiteradas de la muralla y sucesivas provocaciones, pretendían atraerlos a unas zanjas cubiertas de brea, que en caso de haber avanzado hubiera sido prendida para prejuicio de los suyos.

   El príncipe por su parte, tampoco era uno de esos nobles que solo se ejercitaban con las armas. Él mismo, se consideraba un sembrador del intelecto. Gustaba solazarse con la lectura de tratados, códices, y manifiestos tanto civiles como militares. También escribía con donosura cuentos, alegorías, apólogos y fábulas. Era para él la escritura aún siendo joven, solaz para su espíritu y recreo para sus horas. También practicaba la caza y la cetrería con atinado criterio.

   En aquellos tiempos no eran muchos los que dominaban las letras, solo los monjes de algún monasterio copiaban mecánicamente algunos de los textos que circulaban por el reino. Naturalmente era costoso hacerse con ellos y por tanto prohibitiva su adquisición. Tampoco la iglesia ponía mucho interés en que fuesen conocidos. Con ello se aseguraba su poder sobre las almas sencillas del vulgo. Sometidos mediante la ignorancia a una esclavitud soterrada disfrazada de resignación por ser voluntad del designio divino.

   Llegó a oídos del príncipe la fama de nuestro labrador de la que hablaban soldados y servidumbre del castillo. Llamó al mayordomo  para que lo trajera a su presencia. Era mucho lo que ansiaba conocer a alguien con quien poder compartir inquietudes y conversaciones. Temiendo por otro lado, ser defraudado por un simple patán embaucador de lengua fácil. Un charlatán.

   Después de cumplimentar presentaciones y protocolos impuestos, dada la diferencia de clases, el príncipe y el siervo debatieron largamente sobre temas prácticos de carácter mundano. El príncipe estaba encantado con el fluido verbo e inteligente pensamiento de su interlocutor. No obstante como prueba inequívoca de que había encontrado a alguien capacitado para ocupar el puesto de consejero personal, pues no era otro su deseo. Propuso a nuestro protagonista una serie de adivinanzas a las que tendría que dar cumplida respuesta en el plazo de una semana.

   Y estas fueron las referidas adivinanzas:

   ¿Cuántos sillares se necesitarían para concluir la construcción de una fortaleza?

    ¿Cuál es la cosa más blanda sobre la que apoyaría un rey su cabeza?

   ¿Qué es aquello que ningún mortal puede ver, aún subido en la atalaya más alta?

   ¿Qué es aquello que cuanto más grande se hace menos se ve, y aquella otra que cuanto más se le quita más grande se hace?

   ¿Qué cosa no ha sido y tiene que ser y que, cuando sea, dejará de ser?

   Con ello príncipe y labrador se despidieron amistosamente en buena hora, citándose para cuando el segundo encontrase las respuestas a los enigmas propuestos.

   Nuestro protagonista encontró las soluciones. No en vano fueron muchos los años durante los que observó la naturaleza, su entorno y sus gentes. Utilizando a partes iguales lógica e imaginación. Llevó puntualmente las respuestas a su joven señor. Nombrándolo este con pronta premura su consejero personal. Convirtiéndose en cuasi pares inseparables con el paso de los años. El humilde labrador medró en la corte, dando consejos acertados al príncipe que impartía gracias a ellos, justicia cabal. Resolviendo cuitas de manera inteligente e ingeniosa.

   Por ello, gentes que habéis escuchado pacientemente a este juglar, os dejo la moraleja final de esta historia que aún no siendo veraz, encierra verdades significativas para esta sociedad de la que formamos parte.

 

«El hombre que cultiva el intelecto es tolerante. No dice todo lo que piensa, pero sí piensa todo lo que dice, llegando a donde se propone gracias a su tenacidad y preparación.»

 

 

Derechos de autor: Francisco Moroz
 
 

 

 

   Las respuestas a los enigmas planteados son:

-         * Uno. El último.

-         * La mano. Pues hasta debajo de una almohada de plumas la metemos para reposar.

-         * Su propia espalda.

-         * La oscuridad y un agujero respectivamente.

-         * El concepto de «mañana»

 

Si fuisteis capaces de resolver los acertijos sin mirar la solución, ya sois buenos consejeros y personas de fiar.

 

jueves, 30 de marzo de 2023

Buena voluntad

 


   Por si me pasa algo, me dijo. Y me enseñó una póliza de seguro de vida donde él era el abajo firmante, y yo la beneficiaria. Todo muy bien especificado con sus clausulas correspondientes, y al detalle los supuestos accidentes, sucesos y contingencias que pudieran ser causas evidentes de un eventual deceso. Un contrato ampliado donde la cantidad a pagar por parte de la aseguradora casi se triplicaba.

   Y desde entonces ha sido un sin vivir para nosotros. Toda una serie de fortuitas catastróficas desdichas que no parecen tener fin. Que si una larga hospitalización a causa de quemaduras de tercer grado con aceite hirviendo, Que si una caída por una escalera con múltiples fracturas de huesos. Un envenenamiento por algo que comió en mal estado, pasando por un conato de ahogamiento al resbalar en la bañera y otro de asfixia por escape de gas. Un accidente de coche que le ocasionó diversos traumatismos y un robo con violencia donde le apuñalaron varias veces casi con saña y premeditación.

   Pareciera estar bajo el influjo de una maldición.  Por ello, después de tanto disgusto, le he propuesto unas vacaciones de aventura. Tirarse en paracaídas, barranquismo, puenting, actividades de ese tipo, para que se relaje y no esté tan tenso.  Lo hago solo por el bien de mi insufrible marido. Bueno, también por el mío, que estoy más que harta de clavarle agujas a este muñeco de trapo sin obtener ningún resultado.

 


Derechos de autor: Francisco Moroz

 

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