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domingo, 20 de enero de 2019

Querida muchacha





"Todavía late mi corazón cuando te recuerdo, quiero traerte a la memoria y dejar plasmado nuestro encuentro en estas letras.
Quisiera haberte comunicado lo mucho que me hubiera gustado hablar contigo, conocerte un poquito, saber algo de tu vida. Soy consciente de que nunca las leerás, pero quién sabe, el mundo es pequeño y el destino incierto.

Desde que te vi en aquél andén esperando un tren que te alejaría de mí para siempre, me interesé por tu presencia, puro contraste entre la agitación del resto de personas que se movían de forma frenética con un destino incierto. Me resultaba tan atractiva tu serenidad, que no podía apartar la vista de tu figura.

Me pareciste concentrada en un pensamiento intangible, desamparada ante el ajetreo cotidiano. Pareciera en aquel momento que ambos hubiéramos sido invisibles para el resto de mortales. Congelados en ese instante por las agujas detenidas del reloj de la estación.
La verdad, es que mis ojos solo los tenía puestos en ti cuando me sorprendiste con los tuyos.
Te vi preciosa, envuelta en esa aparente fragilidad que te adornaba mientras leías un libro, acariciando unos renglones con la mano. Me pareció vislumbrar una emoción en forma de lágrima resbalando por tu mejilla, me hubiera gustado en ese momento estrecharte en un abrazo, para protegerte de esa tristeza que presentí te invadía.
¿Qué es lo que la provocaba?

Hubiera querido compartir contigo el dolor que te embargaba, tus recuerdos, tus heridas. Pero temí acercarme y asustarte con mi presencia inesperada.
Un extraño que se aproxima de pronto e invade nuestro espacio, no es bienvenido y origina un rechazo instintivo.
Si hubiéramos coincidido en otro lugar con más calma, con más tiempo; te hubiera explicado la atracción inusitada que ejerciste en mi solitaria existencia y de seguro, te confieso, no hubiera sido capaz de encontrar ninguna excusa en mi existencia por la cual abandonarte. Seguramente hubiéramos compartido nuestras historias, nuestras horas, toda una vida.

Me conformé con esa luminosa sonrisa que me dedicaste, poco antes de partir…



Amanda acaricia esos renglones que la hacen llorar de pura emoción cada vez que llega a ellos. Ha vuelto a leerlos, como tantas otras veces. Como ahora mismo, mientras espera el tren que la llevará lejos de su casa. Se puede decir que después de acabar la carrera se ha convertido en emigrante. Alguien que tendrá que buscarse la vida a muchos kilómetros de donde se presupone debería haber encontrado trabajo y la felicidad junto a los suyos.

Ha tenido que tomar decisiones y abandonar muchas cosas, pero ese libro que sujeta en las manos no es una de ellas. Es su mejor posesión. Un libro que encuadernó su padre con las memorias que dejó escritas el abuelo, al que apenas conoció, pues murió siendo una niña.
Siempre le pareció que ciertos pasajes habían sido escritos solo para ella, y eso la acercaba a su figura, le mostraba su personalidad y le perfilaba su carácter. Se sentía animada por él en esta su propia aventura, que les ponía a ambos en una misma situación.

Es curioso, cuando mira hacia uno de los lados, sorprende a un anciano que sentado en uno de los bancos del andén la dedica una mirada cariñosa cuajada de curiosidad, pero a la vez pintada de cierta timidez, como si le hubiera sorprendido en falta y no quisiera asustarla. Le sonríe antes de levantarse para dirigirse a su vagón.

Ya en su asiento vuelve a abrir el libro por la página en la que había dejado la lectura.



 “…Te contaría que yo pasé por una estación para coger un tren que me llevaría lejos de mi tierra, lejos de todos a los que amaba. Te narraría las soledades a las que me enfrenté y las penurias que padecí.
Tuve que dejar atrás todo aquello con lo que me identificaba: A mis padres y hermanos. Mi tierra y sus campos. Mi casa, el entorno conocido del pueblo que me había visto nacer. Pero el hambre y la necesidad de forjar un futuro me hicieron partir allá donde presuponía encontraría un poco de esperanza.

Pasaron muchos años de exigencias y sacrificios. De renuncias y pérdidas y por fin, pude volver para reencontrarme con todo aquello que tuve que abandonar.
Nada de aquello que dejé era lo mismo. Algunas cosas seguían allí de forma aparente, pero sin esencia, sin esa pátina de serenidad, sin ese aparente espíritu de resignación y esa amorosa aceptación ante lo ineludible. Es como si todo lo hubieran remozado con una capa de pintura que lo hiciera brillar de manera artificial.

Tuve que rehacerlo casi todo de nuevo, crear una nueva familia en otro lugar, buscar ilusiones nuevas y motivos para tenerlas.

Ahora que va llegando el momento de la despedida definitiva, lloro como un niño al que le robaron lo mejor de la infancia pues sé que este otro tren, es el último que cogeré, sin retorno ni vuelta atrás.
Me hubiera gustado conocerte mejor, muchacha del andén, aunque quién sabe si nuestros destinos caprichosos no nos vuelven a hacer coincidir en algún tren, de esos a los que todos subimos y bajamos de continuo.

Estoy seguro que sabría reconocerte entre todos y entonces a lo mejor, sería capaz de acercarme a ti para contarte alguno de mis recuerdos…”




Amanda vuelve a cerrar el libro mientras el tren se pone en movimiento y su llanto se desborda. 
El anciano continúa sentado y la ve alejarse desde el otro lado de la ventanilla, mientras pone una mano sobre su boca soplando un beso al aire dirigido solo a ella. 

Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 21 de diciembre de 2018

El verdadero sentido de la Navidad



Con este relato me despido hasta después de todos los eventos navideños. Unas fiestas que no tendrán sentido si no ponemos de nuestra parte.

El espíritu de la Navidad lo aportamos nosotros acompañando, escuchando, compartiendo con los que lo necesitan.
Regalando una sonrisa sincera, reconciliándonos con la vida y nuestras limitaciones.

Vinimos al mundo para ser felices, y en estos días se nos da la oportunidad para brindar por ello.
seamos asertivos y generosos, lo demás se nos dará por añadidura.

A los seguidores, compañeros de letras, amigos y a los que se pasan por casualidad por este blog de vez en cuando, les deseo unas muy ¡Felices fiestas!





Ya llegó la repetitiva y aburrida fiesta marcada de rojo casi al final del calendario.

Árboles encendidos con multitud de bombillitas, adornados con guirnaldas y bolas de colores. Mesas puestas con manteles de hilo bordados a mano, y un despliegue excesivo de manjares dulces y salados puestos sobre ellos.

Cubertería de plata, vajilla de porcelana, vasos de cristal fino reservados solamente para las grandes ocasiones. Copas para champán con las que brindar por infinidad de cosas que realmente no se desean a los enemigos y en muchos casos ni tan siquiera a los amigos.

Estoy saturado de tanta hipocresía, de tanto despilfarro innecesario basándose en una celebración inspirada por un espíritu navideño que no siento como parte mía. Estoy más que harto de estas pueriles memeces características de personas inmaduras que todavía son capaces de creer en cuentos como el de los reyes magos y en fábulas como la de un dios que se hizo niño.

Las calles iluminadas como en carnaval, explosiones continuas de petardos y fuegos artificiales al igual que un cuatro de julio.
Los belenes presentes como las setas en muchos escaparates y casas, representando un misterio que soy incapaz de desentrañar.

Y melodías angelicales interpretadas a todas horas por coros de niños con voz de pito. Villancicos ñoños con estribillos superficiales que hablan de noches de paz y amor, y otras milongas, como peces que beben en un río, burras chocolateras y campanas una encima de la otra.

Tarjetas postales con paisajes nevados, trineos alemanes o suecos, y casas encendidas más propias de Estados Unidos donde lo exageran todo hasta el infinito. Todo para intentar transmitir mensajes positivos que nadie practica durante el resto del año.

A eso, añadimos las cenas de empresa con jefes a los que odias y compañeros a los que no puedes ni ver porque te critican, 
las reuniones de familia para encontrarte a los cuñados con los que no te hablas y primos a los que envidias soberanamente, la lotería que nunca toca y amigos invisibles con detalles que nunca satisfacen. 

Por todo ello estas fiestas pueden llegar a ser insoportables si no fuera por el único elemento que me permite dar sentido a todo y no perder la fe.

Me refiero a Papá Noel y a sus renos mágicos que sobrevuelan la ciudad. Ese gordito relleno de guata para poder soportar las bajas temperaturas de Finlandia. Siempre con su entrañable ¡Ho,ho,ho! Rodeado de duendes y elfos que consiguen mantenerme alerta toda la noche, solamente por intentar descubrir sus presencias en la azotea, mientras buscan una chimenea inexistente, pues yo vivo en un bajo. Pero ellos ya lo saben y encuentran como entrar. La espera, la interrogante de, que será lo que me dejarán dentro del calcetín, es una ilusión que no me puede quitar nadie.
Tengo la certeza, aunque mi mujer se empeñe en contradecirme, que los regalos, son los confeccionados por ellos mismos en sus talleres de Laponia.

Por eso, y por la CocaCola bien fresquita con la que acompaño las hamburguesas y las Pringles en la cena de Noche Buena, es por lo que mantengo vivo el espíritu navideño. Eso si que es la esencia, la chispa de las fiestas, lo demás es pura fanfarria y banalidad inventada por los grandes centros comerciales, que aprovechan la ingenuidad de las buenas gentes para beneficio propio.


Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 17 de diciembre de 2018

El sentido de lo absoluto




Luis se levanta descansado y de buen humor, se asea, toma un buen desayuno, se despide de su mujer con un abrazo y de su hijo todavía dormido con un beso, y marcha a trabajar. Su familia es lo mejor que tiene y gracias a ellos es un hombre feliz.
En la escalera se encuentra con un vecino madrugador al que saluda con amabilidad. Tiene una buena relación con casi todos ellos, que le consideran una persona cortés y bien educada.

Baja al garaje, arranca su coche y enfila la calle que le llevará a la vía rápida que a su vez le conducirá a las afueras de la ciudad. Allí en un polígono tecnológico es donde se encuentra la sede de los laboratorios para los que trabaja.
Al entrar, le dedica a la señorita de recepción una de sus mejores sonrisas.

                                                           *

Después de diez horas, la jornada laboral se ha torcido un poco. Ha discutido agriamente con el encargado de producción, pues este considera que Luis no ha cumplido con los objetivos diarios en el desarrollo de sus funciones. A causa de la bronca le han sobrevenido las migrañas que le suelen levantar ese dolor de cabeza tan desagradable que le vuelve loco y no le deja vivir. 
Por lo tanto, se tiene que tomar tres pastillas de esas que comercializa la marca de su propia empresa para mitigar el malestar.

*

Roberto sale del curro a las siete de la tarde, agotado, derrotado, de mala leche. No se despide de ninguno de sus compañeros, son todos unas mierdas, perro flautas. Baja al parking, y arranca el coche de tal manera que al meter la marcha, la palanca rasca en la caja de cambios. Levanta el pie del embrague tan bruscamente que el automóvil pega un brinco y golpea al coche aparcado justo detrás del suyo.

– ¡Que se joda!  Que no se hubiera arrimado tanto.

La autovía está colapsada por el tráfico rodado a causa de la hora punta y por un accidente que se ha producido unos kilómetros más adelante.

–¡¡Banda de imbéciles moveos de una maldita vez!! –grita irritado al saber que lo tendrá difícil para llegar a ver la primera parte del partido de fútbol que trasmiten en la televisión.
Sintoniza la radio, toquetea el móvil y se distrae. El conductor que le precede le toca el claxon. Roberto abre la ventanilla y le enseña el dedo corazón mientras le suelta una gruesa palabrota.

– ¿Qué pasa, que tienes prisa? Pues te fastidias como todos ¡payaso!

Cuando una hora más tarde llega a su casa, entra, pega un portazo y tira las llaves en el mueblecito de la entrada.

Su mujer sale a recibirlo y Roberto la saluda con un desabrido
– ¿Has preparado la cena?

Su hijo le pide jugar con él y Luis le suelta a bocajarro:
– Primero haces los deberes, te bañas y te pones el pijama, después si queda tiempo ya veremos. Ahora déjame tranquilo que vea lo que resta del partido.

Su equipo juega mal y pierde. El salón se llena de insultos, palabrotas y reniegos. Se desata un pequeño infierno con sus gritos.
Naturalmente el niño se acuesta asustado sin volver a insistir en jugar con su padre. Su mujer le evita con prudencia, preocupada por el estado anímico de su marido al que muchas veces parece no reconocer.

*

–Parece mentira, con lo bien que había empezado el día y como ha terminado. –Se dirige a su reflejo en el espejo del baño. Y todo por una discusión, un dolor de cabeza, el tráfico, y unos malditos ineptos en calzón corto que no saben patear un balón.

Tendré que pedir cita con el médico sin mucha demora, pues estos dolores de cabeza tan fuertes que me sobrevienen cada cierto tiempo no pueden ser muy comunes.

Ya en la cama, pide disculpas a su mujer por el mal humor y su falta de sensibilidad para con ella. Intentará conciliar el sueño mientras se pregunta con cual de los pies se levantará mañana.
Por de pronto Luis Roberto cree tener la conciencia tranquila, el presume de ser una persona bastante equilibrada. Tan normal como la mayoría de los mortales.

Mientras apaga la luz de la lámpara de la mesilla de noche, se puede leer el título de su libro de cabecera: -El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde. 



Derechos de autor: Francisco Moroz



viernes, 30 de noviembre de 2018

Hasta aquí hemos llegado






Tan misteriosamente como aparece se cierra de nuevo la ventana en el cielo. Las nubes que oscurecen el día se apartan repentinamente dejando una mañana soleada y luminosa que dura un instante; pero nadie parece percatarse de nada y el suceso pasa inadvertido, aun después de que el astro vuelva a ocultarse tras la masa gaseosa de nubarrones negros.

En otra ocasión derramó miles de litros de agua sobre la ciudad limpiando el ambiente de impurezas, saneando el aire, dejando ese vivificante olor a ozono. Adornando el horizonte con un extraordinario arco iris. 
Nadie parecía encontrarse en el lugar, pues no se significó como noticia destacada digna de mención.

Inundó los campos y las montañas con infinidad de colores y tonos de verde, dando un rostro más amable a esa opacidad de negros y grises que los ciudadanos acostumbraban a ver normalmente; pero ninguno levantó la mirada de sus Iphones ni la desvió de sus quehaceres rutinarios. Aquel mes de mayo ya empezó a notar los síntomas de la decepción ante seres tan desagradecidos. 

Hundió el astro en el mar lenta y majestuosamente, rodeándolo de dorados y de rojos apoteósicos, de naranjas e iridiscentes malvas que hubieran dejado embobado hasta al más insensible de los mortales. La luna hizo acto de presencia como dama vestida de blanco y plata resplandeciente, haciendo vibrar la noche con su cortejo de millones de rutilantes luminarias.

Los humanos se hallaban metidos en salas oscuras llenas de humo o quemándose los ojos bajo luces fluorescentes en oficinas, talleres y tugurios. Ensordecidos sus oídos, no fueron capaces de escuchar el silencio esclarecedor de la creadora de tan magno espectáculo, que llora lágrimas de escarcha.

La naturaleza está cansada de tanto desapego. Cualquier día tirará la toalla, dejará de manifestarse tan bella y delicadamente. No le merece la pena obrar tanta maravilla y preparar tanto milagro para unos espectadores tan insensibles que la están forzando a tomar drásticas medidas con un cambio climático que los sumirá en la miseria y el caos absoluto. 
Quizá es lo que se merezcamos todos nosotros, banda de pendejos descreídos en portentos cotidianos. 
Si las cosas siguen por este cauce asistiremos atónitos a su último proyecto.

Consistirá de un espectáculo de pirotecnia, deshielo, temblores de tierra y maremotos que no olvidaremos jamás, si es que la especie sobrevive a todo ello. 
Todavía no nos la tomamos en serio y ya va mandando señales de estar hastiada de nuestro desprecio.
Somos desaprensivos maltratadores de todo lo creado por ella con tanto esmero para nuestro disfrute y deleite. Estamos perdiendo el rumbo y el norte, corriendo el riesgo inminente de naufragio. 

Derechos de autor: Francisco Moroz



domingo, 25 de noviembre de 2018

Hasta el infinito y mucho más allá





Comienzan a acumularse en la superficie del planeta, y empieza a ser preocupante la situación, convirtiéndose en un verdadero problema el tener que cohabitar con ellos a todas horas y en cualquier situación; con los muchos inconvenientes que ocasiona a nuestra salud física y psíquica, pues entre otras muchas cosas son tóxic0s.

Vayas por donde vayas los tienes que sufrir en silencio. Te los tropiezas en grupos numerosos, amontonados, en parejas o de uno en uno según se den las circunstancias del entorno. Pegas una patada a una piedra y salen unos cuantos, abres cualquier puerta y te los encuentras de frente. En cualquier local o gran superficie te rodean, muchas veces aparatosa y violentamente mientras manejas tu coche. 

En mi humilde opinión debería acontecer algún cataclismo para que desaparecieran de la faz de la tierra, pero lo veo harto difícil a estas alturas; pues ya invaden cualquier rincón de la superficie del orbe como la mala hierba. Es un cáncer que afecta incluso al subsuelo y los mares. El aire está repleto de ellos trasladándose de un lugar a otro, llenando cualquier espacio imaginable e inimaginable.

Y no son virus ni bacterias. Ni plásticos, ni alienígenas ni residuos…

¡Cuánta razón tenía Einstein cuando planteaba el paradigma de lo infinito!
La interrogante que se me plantea es: ¿Por qué todos esos seres piensan que los imbéciles somos los demás?


P.D: "Es más peligroso un imbécil que un violento" (Arturo Pérez Reverte")

Derechos de autor: Francisco Moroz



lunes, 12 de noviembre de 2018

La vida es sueño






Es cuando empezamos a tener uso de razón que la perdemos a cada instante.

Las ilusiones y los sueños inalcanzables se acumulan alrededor nuestro metiéndose en nuestra cabeza y corazón, tirando de nosotros, exigiéndonos el tiempo necesario para darles consecución y forma.

Son como metas a alcanzar, retos que hacen que todos los esfuerzos merezcan la pena nada más levantarnos cada mañana. Enanitos que nos incordian a todas horas impidiéndonos realizar otras tareas de manera ordenada. Voces interiores que nos indican la estrategia a seguir para coronarse con los laureles fugaces del logro.

Desde niño he sido un tipo súper ilusionado con todo.
¿Qué salía el último número del coleccionable de alguno de mis héroes favoritos de Marvel? Allá me plantaba el primero en el quiosco; no fuera que me quedase sin el cómic y que mi quimera, se esfumase en manos de otro chaval más espabilado que yo.

Me ocurrió lo mismo cuando me encapriché de aquella motocicleta de color rojo que posaba ante mí en el escaparate. Me costó muchas horas extras en el curro, muchos sábados y domingos sin salir con los amigos al bar, sin ir al baile o al cine. Pero al final  la pude adquirir.
Y aquél viaje a Londres, o el otro a Paris… Renuncié a mucho por esos sueños que perseguía, y ello me colmaba de dicha mientras duraba su disfrute. Efímeros destellos de felicidad.

Por eso cuando conocí a María Pilar se me encendieron todas las bombillas de alerta roja. Este sería mi sueño definitivo a perseguir. El culmen a todas las ilusiones con fecha de caducidad.

Todas mis neuronas enloquecieron de puro deseo y mis ojos se negaban a mirar hacia otro lado que no ocupara ella. La muchacha más bonita de la universidad. Poseedora de la más simpática de las sonrisas, guapa a rabiar, elegante, agradable, dicharachera y la que mejores curvas tenía donde derrapar una pasión.

¡En fin! Que me pasé todo el primer año y el segundo ambicionando el anhelo de alcanzarla. Hasta me cambié de carrera cuando ella lo hizo, solamente para poder hacerme el encontradizo en los pasillos o tener la oportunidad de verla en la cafetería durante los descansos entre clases.
Seis años pasaron hasta que tuvimos un encuentro algo más formal donde compartir una conversación más pausada. Descubriendo que además de guapa era inteligente.
El tiempo pasó y no en vano, mi utópica aspiración iba definiéndose en el horizonte: toda una vida compartida con la mujer ideal, por la que todo cobraría un sentido cada amanecer…

Cuatro años después de la luna de miel todo empezó a volverse amargo, todo lo recto a torcerse. Me cansé de oír recriminaciones por no realizar ciertas tareas. Desaprobaciones cuando las hacía, amonestaciones si la replicaba. Queja y reproche cuando callaba para que la discusión no fuera a más.

Por ello las conversaciones se volvieron monólogos. También la elegancia se transformó en dejadez envuelta en bata, las armoniosas curvas en volúmenes y la simpática sonrisa se tornó en perenne rictus de sufrimiento. Mi sueño se había convertido de pronto en pesadilla.

Pero ya os dije que soy un tipo muy asertivo que se ilusiona por todo.
¡Es más! Ahora lo estoy y mucho con los trámites de divorcio que me alejarán de semejante pécora.

Que ya lo dijo Calderón:

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”


Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 1 de noviembre de 2018

No me apetece celebrar





Suena el teléfono, lo coge, no articula más que cuatro palabras: “De acuerdo, estaré esperando.”

Cuando cuelga el aparato ya sabe que la muerte vendrá a por él esta misma noche. Noche de difuntos, Halloween o cómo demonios se denomine entre las distintas culturas de este mundo en el que se celebra hasta a la negra parca.

La verdad es que no está preparado para partir tan pronto. No le ha dado tiempo a dejar todo listo. La casa sin recoger, un libro que parecía interesante sin terminar. Recuerda que debería haber puesto un mensaje a su pareja para decirle que mañana no estará en condiciones de verla, pero ya es tarde.

Llaman a la puerta, se siente forzado a abrir aunque no le apetece en absoluto encontrarse con lo que sabe se va a encontrar.
Insiste el que llama al timbre con impaciencia, como si tuviera prisa por recoger un paquete que ha de entregar con urgencia. Naturalmente el paquete es él y cuando abre se encuentra con el mensajero: ni más ni menos que su amigo Nick disfrazado de muerte, con una máscara de calavera, una túnica negra y en una de sus manos enguantadas, la consabida guadaña. En la otra una botella de whisky medio vacía.

¡Ah! no le apetece en absoluto ir a esa fiesta de Frikis disfrazados. Con lo a gusto que se hubiera quedado en casa con una taza de café caliente y ese libro que le venía a la memoria hace unos momentos. Y no quiere ni imaginarse cuál será la reacción de su novia Rachel cuando pretenda localizarlo mañana para verse con él, y la tenga que decir que le es imposible a causa de la resaca que le producirá el alcohol que consuma.
Desde luego Nick ya va servido con el que lleva encima.

Cogen el coche para dirigirse a la cabaña donde el grupo se reúne habitualmente para beber, fumar, cantar y despendolarse con cualquier motivo. Hoy toca como excusa la noche de los muertos y él no ha sabido decirles que no.

En el kilómetro 35 de la estatal el coche se sale de la carretera, el copiloto queda atrapado entre los hierros retorcidos del vehículo, las piernas rotas con seguridad, pues no las siente. Su visión queda nublada por la sangre espesa que le brota de la cabeza y se escurre por la cara. No tiene movilidad ni fuerzas para salir al exterior pero siente un movimiento a su derecha, una cara que se aproxima a la suya diciéndole con voz profunda: “Nos vamos Nicholas” y ve a su amigo Nick con su disfraz de muerte, como si nada. Y se pregunta ¿ No era Nick el que conducía? ¿Qué hace fuera del coche sin un rasguño?

Antes de expirar, otra postrera interrogante toma cuerpo en su destrozada cabeza: ¿Sería su amigo el que estaba disfrazado de muerte, o la muerte era la que se había disfrazado de amigo?
La única certeza es, que esa noche el difunto sería él y no tenía ningún motivo para celebrar.


Derechos de autor: Francisco Moroz


lunes, 30 de julio de 2018

Venganza celestial






Aquel suceso ocurrido hace unos años lo sigo considerando como un aviso para navegantes. Fue el que decidió de alguna manera el cambio en el sector profesional al que me dedico.

Todo empezó cuando con intención de emanciparme de mis padres, obtuve el carnet acreditativo con el que poder convertirme en guía turístico de monumentos y conjuntos museísticos.

Como mi ciudad tiene una bonita catedral me pareció adecuado centrarme en ella para ejercer la actividad que me permitiría abrirme paso en el complicado mercado laboral. Por ello decidí empaparme bien sobre la historia de la misma. Estructura y estilo arquitectónico, tesoro catedralicio, esculturas y pinturas que se hallaban en su interior. Todo con el fin de presentar a los posibles grupos de turistas que requiriesen mis servicios, la mayor y mejor información que se pudiera ofrecer.

Tardé unos meses en adquirir todos los conocimientos necesarios, para, armándome de valor, proceder con mi primera visita guiada. Un grupo de güiris ingleses que contactaron conmigo demostrando un gran interés por conocer los entresijos de la grandiosa construcción religiosa.
Mi inglés era bastante fluido como para que entendiesen convenientemente los conceptos y los nombres de los elementos constructivos y ornamentales, con lo cual por ese lado no habría problema alguno.

Nos encontrábamos pues en el interior, cerca del retablo, y les explicaba en qué consistía el plateresco. Un estilo híbrido desarrollado sobre el siglo XVI basado en la continuidad del gótico, con exuberante decoración y estética renacentista inspirada en modelos clásicos de la antigüedad. Acaeció entonces, aquello que nos dejó a todo el grupo con el alma en vilo y el grito puesto en el cielo. Aunque con las miradas a ras del suelo que pisábamos y un susto tremendo dentro de nuestro cuerpo.

En un momento de la locución explicativa les comenté, que el arte era sempiterno como Dios, y bello como los mismísimos ángeles que le acompañaban; si es que ambos entes existieran en realidad, añadí con una sonrisa irónica, pretendida muestra de mi incredulidad al respecto.

Fue en ese justo instante cuando de forma inesperada y gran estruendo, una escultura del arcángel Miguel se precipitó en picado desde el nicho que ocupaba a unos seis metros. Lo vimos con una espada flamígera en su mano, y con intenciones aviesas de expulsarnos de forma violenta de este valle de lágrimas; que no del paraíso.

Se estrelló contra las losas de piedra, muy cerca del espantado grupo, dejando restos esparcidos de yeso y madera con policromías variadas. Y entre la nube de polvo que levantó, semejante a una niebla infernal que no auguraba nada bueno. Vislumbramos los ojos retadores y llenos de ira del custodio celestial.

Y fue aquel suceso, repito, el que me convenció sobre el cambio que tenía que realizar con respecto a mi orientación profesional.

En la actualidad sigo ejerciendo como guía, pero en distinto lugar: el jardín botánico de la localidad. Algo que presumiblemente tiene menos riesgos laborales y menos implicaciones peligrosas con respecto a mi agnosticismo.


Derechos de autor: Francisco Moroz

                                                 

domingo, 22 de julio de 2018

Sueño de una noche de verano




¿Cuál sería esa montaña brillante, frondosa y exuberante que parecía llamarle tan desesperadamente? Tendría que averiguarlo sobre la marcha, no pensaba demorarse lo más mínimo para descubrirlo.
Esa misma noche había estado soñando con ella, erigida como obsesión, la imagen recurrente de sus desvelos.

–––––––––

En consecuencia, aquél mismo dos de Julio decidió emprender la marcha en busca de aquello que poblaba sus pensamientos desde hacía aproximadamente un año. Había estado preparándose mentalmente para  ese momento.
¡Justo para ese preciso momento y no otro!

En su cabeza no había dejado de hacer planes y preparativos para que llegados a este día tan puntual, no tener que consumir más tiempo de lo conveniente con retrasos de última hora ocasionados por olvidos e imprevistos varios.
Y no obstante, sabía que algo se le escapaba; un detalle volátil que no era capaz de apresar y retener en su memoria. Algo así como unas letras escritas en la arena y borradas con premura por las olas del mar.
Pero no por eso dejó de concentrarse en la preparación de su mochila con eficiencia alemana, metodismo inglés, y toda la ilusión que pone un español en toda aventura que se precie de ser coronada con éxito.
Y esa montaña soñada era su meta y destino en aquella ocasión ¡Su Ávalon, su Ragnarok!

A su lado, una mujer y sus hijos tenían la sorpresa impresa en la cara. Sus ojos reflejaban extrañeza y confusión. Se miraban entre ellos y después a él, pero sin atreverse a emitir ningún sonido para no romper el hechizo al que parecía estar sometido el hombre mientras, en voz alta, enumeraba los objetos esparcidos alrededor:

–Un saco de dormir, tienda de campaña, linterna, termo, botas de marcha, cuerda, ropa apropiada y cómoda. Gorra, pantalones de lona, tres pares de calcetines gruesos, una muda. Cantimplora, brújula, Campin gas, pote y cubiertos, tartera, navaja multiusos, esterilla de caucho, y líquido anti mosquitos.

Aparentemente no le faltaba ninguno de los artículos que aparecían en una lista que sostenía entre sus dedos temblorosos a causa de los nervios y la emoción. Estaba todo listo para comenzar su deseo con cuenta atrás, su ilusión con fecha concreta de caducidad. Por tanto, no estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo segundo.

Fue entonces cuando la magia se esfumó como por ensalmo. Una voz rompió el hermoso encantamiento en el que el hombre estaba imbuido. Una voz que emitió un sonido en forma de palabra que conformó una fatídica frase que le hizo recordar al instante ese detalle, que como soplo inspirado de musa, se le había estado escabullendo hasta aquel momento.

Todo se desmoronó, estalló la burbuja que originó que un lagrimón brillase en uno de sus ojos.

Su mujer deshizo su castillo construido en el aire, presintiendo al mismo tiempo el alejamiento irremisible de esa montaña que le había estado seduciendo desde hacía exactamente un año y dos días. 

Ocurrió cuando ella le dijo:

¡Pepe, sabes bien que este año toca playa! Y que no es negociable un cambio de planes.


Derecho de autor: Francisco Moroz




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