lunes, 16 de abril de 2018

El destino y el tiempo






Salieron juntos cogidos de la mano de aquél edificio donde se había fraguado todo.

Recorrieron las calles que les vieron crecer identificando todos los lugares comunes de la infancia. Fueron al parque, donde dilataron las horas conversando sobre los pequeños sucesos cotidianos, recordando detalles de cuando eran niños y no tan niños. 

Y cuando llegaba la hora de comer, regresaban a la residencia de ancianos donde se habían vuelto a encontrar hacía dos meses y medio después de tanto tiempo sin saber el uno del otro. 
Se vieron y se reconocieron en aquellos dos adolescentes que un lejano día se prometieron amor eterno.



Derechos de autor: Francisco Moroz


miércoles, 11 de abril de 2018

Amor de verdad






Yo no la conocí en aquellos lejanos años, pero por lo que me contaron era una de las muchachas más bonitas de todo el contorno. Nació y creció en un pueblo chiquito, donde la mayor pretensión era ganar con esfuerzo el pan de cada día.


Sus padres la guardaban como buen paño, pues no eran pocos los mozos que la codiciaban y que se hubieran conformado con ser nombrados por su boca o ser el objetivo de su mirada. Pero sus ojos y sus pensamientos eran dedicados al único varón que la hacía suspirar y que ella consideraba inalcanzable.

Un mozalbete de buena cuna que sabía leer y escribir, siendo estos, atributos casi inéditos para la mayoría de los que la cortejaban, que lo más que trazaban eran surcos en la tierra para la siembra.

Este chaval acostumbraba a pasear por el campo, siempre con un libro en la mano, parándose a ratos para contemplar y escuchar todo aquello que le causaba asombro: Un almendro en flor, el trigo, los girasoles. El zumbido de unas abejas, el trino de algún pájaro, el borboteo del agua en la acequia.

Aunque su secreto objetivo era encontrarse con ella como por casualidad, ensimismarse con su presencia e intercambiar un saludo formal y recatado, no fuera a pensar que era un arrogante.

La timidez y el miedo les ponían a ambos freno en la lengua, impidiéndoles entablar una conversación que hubiera facilitado el descubrimiento de lo que sentían el uno por el otro.
Los dos se querían y ninguno lo sabía. Languidecían de amor…

El tiempo es efímero, un parpadeo, un desvelo entre sueños. Se escurre entre los dedos dejando un regusto amargo la mayoría de las veces. Todo es pasajero y muere.

Menos el amor de esa mujer que sigue siendo bella cuando sonríe, que llora agradecida cuando recuerda al único hombre que la mereció, que la conquistó con las letras de esas cartas que le enviaba cuando estaba lejos, las mismas en las que leyó por primera vez que la amaba con ternura y pasión.

Todavía se sonroja mi viejita cuando habla de mi padre.


Derechos de autor: Francisco Moroz



Premio en: Relatos compulsivos

lunes, 9 de abril de 2018

Condemnatio




Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado, y aunque se reencarnó sucesivas veces para convencerlos de sus errores y de las injusticias que cometían, todo fue en vano. Le quitaban de en medio siempre de manera violenta cuando se sentían interpelados.

Había llegado a la conclusión de que el ser humano no tenía redención y era hora de mandarlos a todos al infierno que merecían.

El alcaide y dos guardias vinieron a buscarle a su celda, situada en el corredor de la muerte, para trasladarle al habitáculo donde se le administraría la inyección letal bajo la inquisitiva mirada acusadora de los testigos presenciales que se volvían a lavar las manos como Poncio Pilatos.

Una hora más tarde se oscurecería el cielo y un gran cataclismo acabaría con toda vida sobre la tierra.


Derechos de autor: Francisco Moroz

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