martes, 14 de febrero de 2023

Día de los enamorados



     Le daré tiempo para conocerme y que se habitúe a mi presencia.  Entablaremos una bonita amistad basada en la confianza. Compartiremos experiencias gratificantes que vayan hilando recuerdos comunes.

    La seduciré con mi encanto personal, intentaré conquistarla; y cuando sea mía, haremos que nuestro amor sea verdadero y dure eternamente.

    Tengo más o menos unos veinte minutos para conseguirlo. Si fracaso, volveré a buscar por Internet, en algunas de las diez mejores páginas de citas.

 

 Derechos de autor: Francisco Moroz
 

 
 

 

 

viernes, 10 de febrero de 2023

La paja en el ojo ajeno

                                        
 
 
                                                                             


  En principio ser un individuo excéntrico no tiene porqué ser algo malo. La palabra significa “descentrado” y aunque ciertos comportamientos nos parezcan fuera de lo común, no necesariamente tienen que hacernos pensar en la insania, aunque muchas veces la genialidad y la locura, a mi entender, vayan tomadas de la mano.

  Todos ellos suelen tener un notable intelecto. Aunque es probado que tanto la creatividad artística o científica, como la capacidad de persuasión y dotes para el mando y la estrategia, suelan provenir del mismo lugar: La esquizofrenia, la depresión la bipolaridad y los complejos de inferioridad. Características, muchas veces relacionadas con la vesania; y si miran ustedes en el diccionario lo que significa esta última palabreja, verán que no se refiere al nombre de una tía abuela de Mondoñedo.

  Rupert Ulante, a mi entender, es el paradigma de uno de esos especímenes. Un “English man” de libro. Con temperamento flemático poco emocional, pero con una labia y un poder de convicción tan espectacular, que sería capaz de vender una bicicleta a un tío sin piernas. Con un carisma tan marcado, que cuando pasea por el parque, hasta los pájaros se le quedan mirando con extrañeza. Y no es para menos, su imagen es desconcertante. Como la de un personaje de principios del siglo XIX escapado de una novela de Dickens. Elegante pero fuera de contexto.

  Cuando empecé a darme cuenta de que algo no funcionaba como era debido en el cerebro de este hombre, fue durante una visita a un centro de arte contemporáneo. Lo hice como obra de caridad, para que no fuera solo; porque al fin y al cabo somos familia. Pero en mala hora me dejé convencer; me juré que nunca más cometería ese mismo error a no ser que estuviese pensando en suicidarme.

  Me dio una mañana de órdago a la grande.

  Antes de entrar en la sala de exposiciones se quedó extasiado un cuarto de hora largo, admirando paisajes inusitados, realizados, según él, con profusión de originales firuletes y ornatos. Justo donde  yo solo era capaz de apreciar manchas de rotulador y espray, conformando grafitis sin ningún gusto estético. Ya adentro se detenía frente a los lienzos más señalados por los críticos culturales.

  Y me iba indicando la calidad de su factura. La delicadeza de sus trazos y la fragilidad de sus texturas. Salpicaduras de tomate y rodales de mostaza sobre una tela es lo que yo contemplaba estupefacto. Como cuando se desparrama el contenido de una Hamburguesa.

  Un poco más adelante me intentaba explicar la excelencia del punto de fuga de alguna obra expuesta, la profundidad de su técnica escarificada con profusión de detalles. Algo que un albañil sin mucha experiencia ni entendimiento hubiera considerado, como simples desconchones de yeso producidos por la humedad. 

  Me señalaba en un cuadro, los marcados contrastes entre los pálidos e hiperbóreos fondos, con los cálidos y subyugantes pigmentos que habitaban en el interior del símbolo representativo de la eternidad y la plenitud;  de lo que visto a ojo de buen cubero por un servidor, eran lunares muy gordos como de vestido de Faralae, pintados con colores chillones sobre un lienzo blanco.

  Pero lo que colmó mi paciencia fue la disertación que se marcó sobre los volúmenes uterinos retrovertidos, que hacían retroceder al espectador al habitáculo del seno primigenio. Y que era significativo, el descarado y genial atrevimiento por parte del autor al tintar el conjunto de rojo pasión. Eso venía a manifestar, la intensidad del amor materno filial. Por otra parte, la pulida superficie de la escultura; era una clara metáfora de la suavidad de la piel femenina, y Las letras de variados tamaños escritas en negro sobre amarillo a lo largo de su plano material, claros indicadores de la génesis creacional de la que todo humano procede. Pues no en vano el verbo y la palabra son el origen de todo.  

  Al llegar a este punto yo le miraba como se mira a un demente: con recelo, pues lo que ensalzaba tan entusiasmado; tal como lo haría un  místico en pleno éxtasis, era un puto extintor colgado de la pared.

  Y a la que salíamos ambos dos por la puerta; él levitando como un ser etéreo y un servidor con un dolor de cabeza descomunal. Achacaba mi falta de sensibilidad y entendimiento a la hora de interpretar una singularidad artística, a la supina ignorancia que me corona, y a no tener capacidad para acercarme con confianza a las tendencias imperantes. Todo ello propiciado por algún trauma infantil y la constreñida, arcaica y caduca educación clasista recibida por mis progenitores. En ese punto, es donde una de mis dos personalidades casi pierde el control pidiendo estrangularlo.

  Llegué a casa descompuesto; con diarrea mental. Haciendo seria promesa de profesar en un monasterio de la Cartuja a las primeras de cambio si era menester. Todo con tal de quitarme de encima al pesado de mi cuñado de forma inminente ¿Qué vería mi hermana en este sujeto que la sedujera? Lo ignoro.

  Ya me dirán ustedes si este no es el prototipo de personaje excéntrico al que me refería al comienzo del texto.

 Ahora espero sepan disculparme. He de ponerme el traje de buzo para refrescar mis neuronas con una buena ducha. Después me echaré una reponedora siesta con mi almohada estampada de los sábados, no sin antes dar tres vueltas completas alrededor de la cama entonando una salve marinera.

 

 
 
Derechos de autor: Francisco Moroz
 

 

 

miércoles, 1 de febrero de 2023

Tenacidad

 


Darse una vuelta con él resultaba muy gratificante. Era de andar pausado y era fácil seguir su ritmo. Mirábamos el paisaje con delectación; los ocasos nos dejaban sin habla. Siempre juntos. Nos juramos que cada vez que saliésemos a caminar lo haríamos el uno al lado del otro, y como una tradición, perpetuar en el tiempo ver desaparecer el astro por el horizonte.

Pero ese tiempo pasó y a él le resultaba más difícil mantener la promesa. Aún así se esforzaba y conseguía cumplir el propósito diariamente, a pesar de la cojera que padecía a causa de su caída y que le produjo una rotura de cadera. Un bastón le ayudaba a lograr su cometido.

Se le fueron agravando los problemas de salud y empezó a utilizar muletas; su tenacidad, y algo de terquedad por su parte fueron motivación suficiente para seguir acompañándome cada fin de jornada para contemplar la puesta de sol.

La silla de ruedas fue su siguiente impedimento y no obstante no me falló ni una sola vez. Aunque, claro está, tuviera que ayudarle en el desempeño empujándola con esfuerzo hasta nuestro rincón preferido; aquel mirador arriba de la colina.

Y a día de hoy me sigue acompañando en mis paseos a pesar de tener que llevarle en brazos; el pobrecillo ya no pesa mucho y es fácil llevar. Cuando llegamos lo coloco a mi lado y disfrutamos como siempre de esos cielos encendidos de rojos y malvas. 

Cuando volvemos a casa, lo hago con la gratificación de un deber desempeñado con plena satisfacción. Aunque termine agotada después de la caminata.

La única pega son mis dolores de espalda y de brazos; yo también me voy haciendo mayor. Y por ello es, que esté pensando en comprar una urna nueva para transportar sus cenizas. La que me dieron en el tanatorio ya me resulta muy pesada.

 

 

Derechos de autor: Francisco Moroz 




 

 

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