viernes, 28 de octubre de 2016

Relación compulsiva






Cuantas soledades he tenido que soportar a causa de tus ausencias desmedidas. Claro que te comprendo, y precisamente y porque te quiero nunca quise alejarme, ni quejarme, ni echarte en cara nada. Hasta ahora, que te tengo postrado ante mí. Indefenso y dolorido.

No siempre fue así, lo sé, comenzó a partir del séptimo año en que empezamos a vivir juntos, cuando conociste a la primera, a la que cogiste cariño enseguida. No era nada del otro mundo, nada espectacular, pero para empezar a echar una cana al aire de vez en cuando no estaba nada mal ¿Verdad?

Lo que a la larga me fastidió fue, que la conociste en un centro comercial y estando en mi compañía. Tú, dándome la tabarra con las ventajas de esa nueva relación compartida. Yo callada como tonta, asintiendo, favoreciendo de alguna forma la toma de decisión ¡Dios que lerda  fui!¡Cuanta ingenuidad por mi parte!

Nunca me apartaste de tu lado es cierto, pero había algunos día que se los dedicabas a ella casi en exclusiva. 

Ella te hacía sentir joven, no sabía bien lo que te daba, pero venías luminoso, con cara de felicidad. Renovado y lleno de ilusión. A veces sentía celos al ver como la tocabas y te la comías con los ojos. 
Yo entonces me hacía la interesante contigo, como si no me importara tener una rival, incluso me atrevía a desafiarte, preguntándote con indiferencia donde habíais ido y si os había acompañado alguien más.

Nunca me negaste la respuesta, e incluso me contabas detalles sobre tus aventuras; algo que me dejaba chafadas en mis pretensiones de protagonismo.
Me llegué a acostumbrar, pues tus salidas infieles eran puntuales. Lo que nunca pude imaginar es que llegaría una segunda que te atraparía en sus redes seductoras y que con ella se esfumarían mis esperanzas de que tu tiempo fuera en exclusiva para mí. 

¡Eras mío! Y no pensaba renunciar a mi potestad sobre tu persona. Pero comprendí que si me ponía brava, perdería una guerra imposible con las armas argumentales de las que disponía. 
No me sentía engañada, pues jamás te escondiste para realizar tus actividades lúdicas con ella, y eso me ponía de los nervios y a la vez me desarmaba por ser testigo circunstancial en múltiples ocasiones, de vuestra pasión desenfrenada.

Esta nueva relación te daba más vida si cabe que la anterior. Tu decías que ella te hacía sentir sensaciones nuevas, a la vez que motivos, para permanecer en su compañía más tiempo del establecido en un principio. 
Siempre surgía algún imprevisto para no llegar a la hora de la comida, incluso, lo sé de buena tinta, se atrevía a acompañarte al trabajo en algunas ocasiones, y te esperaba a la salida para hacerlo hasta casa.

Pero la gota que desbordó el vaso de mi paciencia fue la tercera. Más provocadora y con mejor cuerpo, de lineas perfectas. No te cuento mi sufrimiento cuando la veía frente a mi, y a la vez veía el brillo de tus ojos cuando la mirabas.
Sabía comportase en cualquier circunstancia y respondía a tus requerimientos con plena satisfacción. Eso me decías; yo sufría en silencio mi impotencia. Era ella o yo, y sin embargo, no me atrevía a verbalizar mis pensamientos por temor a perderte.

¡Pero claro! 
A todo cerdo le llega su San Martín, y a ti te llegó el descalabro que tarde o temprano tenía que ocurrirte, el que te abriera los ojos de una vez y te desengañase de tanto trajín con ellas.
Y es que esta última te dejó tirado, con el orgullo y la autoestima por los suelos; tú, que presumías de manejarla a tu antojo, de dominarla para conseguir de ella lo que querias.

¡Pues bien! Te restregó tu seguridad por la cara, de lo cual me alegro en parte, por que de esta forma yo he conseguido recuperar la esperanza de pasar más tiempo contigo, convenciéndote que la forma de vida que habías emprendido no podía desembocar en nada bueno; que una aventurilla de vez en cuando a nadie le viene mal para desfogar las tensiones de la semana, incluso quemar alguna de las calorías sobrantes. Actividad que te rejuvenece la piel e incluso le da brillo, te aporta elasticidad y soltura a la hora de desenvolverte en tus quehaceres cotidianos y te cansa como para poder dormir como un niño.

Pero ahora querido, necesitas descansar y reponerte sin prisas de las heridas sufridas en tu cuerpo y en tu ego. Recapacita ahora, sobre lo saludables que son tus salidas y tu relación compulsiva y obsesiva con ellas: con tus queridas.
Espero que hayas escarmentado y que comprendas que lo que tienes en casa es más seguro y fiable. Pues a mi me tienes no solo para tus correrías.

Y es que lo tuyo se estaba volviendo un vicio y una obsesión en vez de en una afición, y es que ¡Tanta bici, tanta bici! no podía ser muy bueno.  






Derechos de autor: Francisco Moroz



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