Sin
beso de buenas noches, sin abrazo de bienvenida ni caricia de madrugada. Todo
eso se acabó desde que me fuiste infiel.
Yo
que ardía como brasa encendida de deseo por ti. Yo que me incendiaba cuando te
presentía cerca de mi piel, tuve que aguantar que otra arrimara tu ascua a su
sardina.
Pero
aún te recuerdo cuando retiro con el badil las cenizas de la chimenea, como
después de aquella última vez que te hice arder y no precisamente de pasión.
Derechos de autor: Francisco Moroz