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jueves, 6 de octubre de 2016

Querido mio




Hace mucho que me propuse escribir esta carta, la que ahora recibes y tienes abierta entre tus manos, en la que te explico por qué lo nuestro se acabó.
Soy consciente que todo fue perfecto mientras duró. Lo compartíamos todo: las miradas, las manos, y las palabras. Juntos aprendimos a superarlo todo: la ilusión y más tarde el desengaño.

Me acuerdo todavía el día en el que nos conocimos casualmente; uno de otoño, lluvioso como el de hoy. Paseaba por el parque  y de pronto, las nubes se aliaron con el destino y desocuparon su contenido de agua encima de mí sin previo aviso. Apareciste de la nada como los magos, y con tu acariciadora voz me dijiste que pillaría una pulmonía así como estaba, empapada; y mientras lo decías, me cubrías galantemente con tu paraguas gris.

Al rato caminábamos juntos, casi sin rozarnos, pero yo sentía tu calor protector. Era como un sueño, tenía el presentimiento de que nuestro encuentro no era casual y que los hados jugaban a nuestro favor para unir nuestras vidas.
Así fue como tras un café, y una larga conversación en un bar del barrio nos empezamos a conocer mejor. Nuestros gustos, nuestros proyectos.

Tus ojos azules como el mar eran lo que más me atraía de ti. De mi lo que más te gustaba era mi pelo castaño claro, como las hojas que caen de los árboles en esta época del año.

Cuando salimos del local lo hicimos de la mano, queríamos estar juntos a partir de ese momento. Anduvimos de nuevo hacia el parque, había que atravesarlo para regresar a casa y tú quisiste acompañarme ¿Te acuerdas  de lo pesado que te pusiste hasta que accedí?

Seguimos hablando, esta vez de nuestras manías. Tú eras como un chiquillo, te gustaba bromear con todo, pegar patadas a las piedras, perseguir sueños. Yo confesé ser muy impulsiva, ser muy quisquillosa por cosas sin importancia y…

… pisaste un charco, me salpicaste y solté tu mano para increparte: ¡¡¡Lo nuestro se acabó!!!  También soy muy  intransigente.

Fue precioso mientras duró. Espero que comprendas.

¡Cuídate!


Derechos de autor: Francisco Moroz


miércoles, 21 de septiembre de 2016

¡De la furia de los hombres del norte libramos Señor!


A pesar de las tempestades y los vientos sufridos a lo largo de nuestra singladura, los dioses nos han acompañado y favorecido en todo momento. Nuestros ligeros barcos han llegado hasta aquí sorteando los elementos y gracias a ellos divisamos las costas definidas de la Britania.

A bordo los hombres se muestran nerviosos, pues llegó la hora de la verdad en que se probarán las armas con las que nos enfrentaremos al que nos salga al paso, al igual que nuestro arrojo y valentía. Somos vikingos de las tierras extremas del Norte, y no sentimos temor del futuro que nos toque en suerte, para nosotros la peor de las muertes es morir en casa de viejos.

Perecer en batalla es el mejor de los honores para guerreros como nosotros, nuestro Walhalla tiene las puertas abiertas para el que caiga luchando, y compartiremos el banquete con Odín y Thor y hasta el mismísimo Loki. 

Si morimos en el enfrentamiento que nos espera, se escribirán nuestros nombres en el horizonte de este mar ignoto que se perfila frente a nuestros Drakars, que cabalgan como walkirias por encima de las olas. Obtendremos el título de héroes y seremos recordados con gloria, siendo  parte de las leyendas épicas por muchas generaciones en nuestras aldeas, y temidos como demonios, en estas tierras...

No esperamos ni tan siquiera a tocar tierra, como locos poseídos por el espíritu del cuervo, saltamos al agua, y pisamos las arenas y las piedras de la cala donde arribamos. Una vez reunidos, agarramos las hachas y las lanzas, los cuchillos y los arcos y por supuesto los escudos de madera que portamos a nuestras espaldas mientras avanzamos tierra adentro.

De repente suenan campanas de arrebato, dan la alarma de que llegamos como horda de saqueadores de las riquezas que ellos guardan, las que nosotros rapiñaremos junto con sus vidas.
No negociaremos. El más fuerte y sanguinario es el que saldrá victorioso. El más voraz y violento cargará con más tesoros.

Remontamos una colina alfombrada de verde y lo vemos: Un edificio de piedra con una alta torre y un pequeño muro que pretende defenderlo de amenazas y ataques exteriores, pero no cuentan con que nosotros escalamos paredes y acantilados con tal de conseguir nuestro propósito. Somos gigantes rubios con ojos azules, hijos de un dios tuerto y despiadado que jamás se  arredran ante otros hombres.

Llegamos a las puertas del recinto y con nuestras hachas  la golpeamos, deslavazando sus bisagras, haciéndolas saltar en pedazos, entramos para encontrarnos una explanada vacía con tan solo unas gallinas que corren espantadas al vernos y unos orondos cerdos que nos comeremos más tarde en el festín de celebración de nuestra victoria.

Se sigue escuchando el tañido de la campana pero esta vez también oímos voces angustiadas, el murmullo constante de una oración que no entendemos. Seguro que las criaturas que se encuentran encerradas tras las gruesas paredes del edificio principal nos vieron llegar, y se agazapan atemorizados, presintiendo su inminente muerte mientras imploran ayuda a dioses débiles que no les pueden salvar.

Mientras forzamos la puerta, los arqueros prenden la techumbre de paja del granero y los corrales, otros corren a la parte de atrás para que nadie escape del asalto y pueda alertar a otros pidiendo refuerzos.

Cuando la última astilla salta hecha pedazos entramos como avalancha, como alud humano, como glaciar colapsado. Sin misericordia vamos segando vidas a nuestro paso. Cuando me enfrento a mi primer oponente veo, que como los demás, está desarmado y no viste más que una tela de saco sucia y deshilachada y que únicamente antepone ante mí un palo en forma de cruz; mientras se dirige a mí persona con extrañas palabras en un dialecto que no comprendo.

Aún a pesar de la sorpresa inicial de mis compañeros al ver que en lugar de enfrentarse a nosotros y defenderse, estos hombrecillos morenos huyen despavoridos a esconderse. Siguen persiguiéndoles, masacrándoles con sus hachas, desparramando sus entrañas, despedazándoles el cuerpo, llenando de sangre la estancia, salpicando con ella las paredes.

Yo sin embargo me quedo perplejo en unos segundos que parecen una eternidad, con el arma en mi mano que no parece obedecer la orden de descender sobre el cuerpo tembloroso de mi víctima... Mi mente se ha quedado en blanco, como si mi espíritu y mis pensamientos volasen al futuro y este mundo que habito no fuese en el que me correspondiera estar.

De repente el sonido contundente y seco de una madera sobre otra me despierta de la abstracción y veo horrorizado como toda la acción se detiene a mí alrededor y las miradas de mis camaradas se posan en mi persona mientras, los que se suponen cadáveres descuartizados se incorporan y se levantan sobre sus muñones, dirigiendo igualmente sus ojos en mi persona, como recriminándome el no poder seguir con su triste destino de cadáveres perdedores.


El miedo me invade, trepa entonces por mi cuerpo atenazándome la garganta, y justo en ese momento; reverbera en el espacio la contundente y airada voz del dios supremo del cotarro gritando a voz en cuello:

-¡¡¡Coooorten!!! -Para decirme a continuación de forma muy personal: 

-¡O pones más convicción y pasión en lo que haces, o no terminamos de rodar la escena hasta el mes que viene! 
¡ Señores, nos tomamos un descanso de 10 minutos!

Y es entonces cuando me siento derrotado por un lapsus.




derechos de autor: Francisco Moroz


viernes, 16 de septiembre de 2016

Por los viejos tiempos



Hubo un tiempo en que no deseaba otra cosa más que estar contigo. Solos tu y yo, cuando éramos niños de barrio bajo, y jugábamos en las calles cercanas a nuestros portales.
Pues no en vano juntos, descubrimos lo que era la camaradería y la amistad, esa especie de connivencia que nos convirtió en hermanos de andanzas, juergas y alguna gamberrada; también en cómplices de amores adolescentes y confidentes de desengaños y sueños.

Nos juramos fidelidad incondicional, pasara lo que pasara, no permitiríamos que nadie ni nada se interpusiera en nuestra perfecta relación de camaradas.
Después la madurez y las responsabilidades nos alejaron. Tú te quedaste en el barrio que nos vio crecer, yo me fui lejos, evitando desde entonces un encuentro contigo, pues tenía claro mis objetivos al igual que tú elegiste los tuyos.

Pero la vida que parece regocijarse en el drama y la tragedia me trajo de nuevo noticias tuyas, después de tanto tiempo sin querer saber de ti, volvía a escuchar en los noticiarios sobre tus proezas, habías superado tus miedos iniciales y te atrevías con todo. Y yo que siempre había sido el más retraído de los dos, el que admiraba tus habilidades y me enorgullecía de ser tu amigo; ahora me avergonzaba de conocerte.

El informe desglosaba los trapicheos que te traías entre manos y el dolor que infringías de forma interesada, poniendo el alma solo en el sufrimiento de los más débiles, únicamente para obtener beneficios personales. Habías perdido todo el control, eras peligroso.
Y hoy nos volvíamos a encontrar. Tú con tus secuaces, yo con mis nuevos compañeros: Los de la unidad especial contra el tráfico de estupefacientes.


 Mi único deseo era que no intentaras utilizar el arma que sujetabas en la mano. Pues: “Los viejos tiempos” no te servirían para nada.



Derechos de autor: Francisco Moroz



martes, 6 de septiembre de 2016

El reto





Cuando despierto, él ya no está en su lado de la cama. ¡Lo odio! Seguro que lo ha vuelto a hacer, siempre pasa lo mismo, se empeña en ser el primero y quedar por encima de mi, no aprenderé nunca. Me confío y después pasan estas cosas.

El caso es, que cuando llega el día en que todo ocurre, me da mucha rabia no haber estado atenta a su estrategia ni su manera de mirarme el día anterior, como el que no quiere la cosa; con esa falsa inocencia de niño que no ha roto un plato.

¡Estoy harta! ¡Nunca lo conseguiré! Al menos mientras lo tenga a él como pareja.
Salgo de la cama a la carrera sin apenas detenerme para ponerme las zapatillas, me lavo la cara de cualquier manera y mis pies me dirigen a la cocina, casi patinando por el pasillo. Con un poco de suerte se habrá olvidado y seré yo entonces, la que le devuelva la pelota a este espabilado.

Desde que nos conocimos empezó una lucha sutil, por demostrar quién amaba más a quién, y no bastaba con manifestarlo a base de caricias y besos.
Ni miradas cómplices, ni carantoñas consentidas eran suficientes.  También era cuestión de cuidar los detalles de la relación, velar por el otro, ayudar lo necesario, respetar los tiempos y los espacios de la pareja y sorprender… en resumen: intentar enamorar cada día al otro.

¿¡Qué idílico, a que sí!?

¡¡Pues no!!

La pasión se acaba, la rutina te embarga, se encarga de llevarse todas esas cosas; a veces te aburres y te cansas. El amor se erosiona de tanto usarlo queramos o no.

Por eso mismo me olvido tantas veces, y me relajo cuando llega el momento.

¡Pero “Don perfecto” no!

Y eso me exaspera, y me da rabia reconocerlo, porque me supera mil veces con su cerebro metódico y ordenado.

Enciendo la luz y me asomo por la puerta. Él se ha ido a trabajar y no dejó señales aparentes de su paso. Todo limpio y recogido; no veo nada extraño ni por la encimera ni en los fogones, ni por las paredes.
Reviso los armarios y hasta el escobero, el calendario, las paredes y hasta con meticulosidad enfermiza miro dentro del horno y el cubo de la basura. 

¡Bieeeen! parece que esta vez seré la que me salga con la mía consiguiendo el prevalecer después de tantos años de convivencia con este “listillo”.

Pero es entonces, en el momento que estoy disfrutando por anticipado de mi ansiada victoria, y al darme la vuelta para abrir la nevera, cuando me percato de mis infundadas esperanzas en el triunfo de mi causa. Toda la precipitación en mi alegría ha sido en vano. 

¡“El bobo” lo ha conseguido de nuevo!

Allí, sujeto con uno de los imanes en el que pone: “Recuerda”, una nota con su letra que reza:

“Otra vez fui más rápido que tú. Es la ventaja que tiene el estar tan enamorado de tu persona,  que me desvelo por la noche para poder mirarte mientras duermes.”

Y más abajo, pintado con rotulador indeleble un corazón en rojo, y puesto en letras grandes una frase: ¡Feliz aniversario preciosa!

El muy sinvergüenza siempre me gana por la mano cuando llega este día. No puedo evitar decir a viva voz un: ¡¡Te quiero!!



Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 2 de septiembre de 2016

Nápoles para enamorarse





¡Ah! Los recuerdos me invaden ahora que presiento se terminan mis días, y puedo deciros que tengo muchos de ellos como para llenar libros enteros. Pero no os cansaré.

Solo dejaré constancia sobre uno que me ha acompañado siempre: El encuentro con la mujer a la que amé con más intensidad, La que me hizo volar alto y llegar a ser quien soy.
Fue en Nápoles, la bendita ciudad que la vio nacer y que yo visitaba por primera vez, fue el lugar donde nuestras almas gemelas se encontraron; cerca de El Duomo, una construcción que comparada con otras catedrales no era gran cosa. Casi escondida entre otros edificios, pasaba desapercibida al turista despistado. Pero ella estaba allí sacando fotos de la fachada. Me quedé contemplando su esbelta estampa, su grácil figura al contraluz de los últimos rayos dorados de la tarde. Tina Fosetti me pareció una diosa antigua.

Me dirigí a ella con ese atrevimiento que despliegan los hombres cuando desean algo con intensidad, y le pregunté que la había llevado hasta allí, y me habló de su gusto por el arte y  la cultura clásica, no en vano había estudiado arqueología y amaba esta tierra que era su casa. Me presenté, y una cosa llevó a la otra.

Comenzamos a pasear juntos por las calles desordenadas y concurridas del  barrio de Decumani. Degustamos unas sabrosas pizzas, acompañadas de un Fiano di Avellino en un restaurante de la zona más populosa y turística de la ciudad llamada Chiaia, al lado del puerto, flanqueadas sus calles por prestigiosas tiendas y una tenue iluminación que creaba el aura de misterio tan necesaria, en el arte de la seducción.

A la mañana siguiente me hizo de guía. Mostrándome el Castel dell´Ovo, desde donde se vislumbraba El Vesubio y la isla de Capri. El museo Capella de San Severo o el parque arqueológico de Pausilypon, donde ella gozó como una niña. Como colofón final me sorprendió con la visita a la Nápoles subterránea donde, junto a ruinas de un teatro romano o un acueducto, pudimos ver un refugio de la segunda guerra mundial. La historia junto a ella era apasionante.

Pero mi tragedia estaba servida desde el momento en que empezó a mencionar a un tal Paolo D´Amico, estudiante y compañero de su misma facultad y con el que convivía desde hacía dos años.
No presintió la desolación que se apoderaba de mí, el dolor desgarrador que ocasionaba en mi pecho cada palabra, cada sonrisa que se le pintaba en la cara cuando lo nombraba a él.

Llegado el momento de partir, quise apurar hasta el final la jornada, empaparme de su presencia, disfrutar de su esencia y su carisma; pues no podía pretender más. La despedida aquella última noche fue desgarradora, ella lloraba y me interrogaba con la mirada, yo callaba, mis ojos ardientes de lágrimas, me sentía morir, pues sabía que no volvería a verla viva nunca más.

Después, mi existencia dio un giro radical, me dediqué a negocios no muy limpios pero lucrativos relacionados con el mundo del arte, Tina despertó mi interés por lo antiguo. América era el paraíso de lo ilegal, y yo había perdido los escrúpulos desde aquella despedida. Pero hasta que pude, visité su tierra, el lugar donde la dije ¡Adiós!

Recuerdo que…

…La abracé y la apreté fuerte antes de irme y la dejé allí tendida, en el lugar de nuestra última visita: El cementerio de la Fontanelle, donde su cadáver pasaría desapercibido, enterrado entre tantos huesos ornamentales.

Os confieso que en mi larga existencia, no he conocido todavía a ningún mafioso napolitano.



Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 26 de agosto de 2016

Ella, siempre fiel




Federico no había pasado un buen día, los problemas cotidianos ya de por sí le agobiaban, pero este que se cernía sobre su cabeza como espada de Damocles lo traía por el camino de la amargura.

Había contactado con amigos y conocidos con los que tenía la suficiente confianza como para trasmitirles sus cuitas, por si a alguno se le ocurría alguna idea con la que paliar y dar solución a esa problemón que lo tenía preocupado.

Estos le remitieron la sugerencia de comunicárselo a algún especialista, cuyos gabinetes siempre andaban expectantes de posibles clientes como él, que esperanzados con la búsqueda de posibles soluciones se dejarían un considerable peculio de tiempo, dinero y decepción.
¡No! Ese atajo no lo tomaría.

Andaba de un lugar para otro intentando evadirse del peso de la preocupación, a buenas horas se le había ocurrido tomar esas decisiones tan desacertadas que ahora resultaban ser un perjuicio para su conciencia y su economía.

Pensó y pensó, y al final la recordó a ella, siempre dispuesta a acoger sus quejas, amarguras y decepciones.
Ella había sido siempre su fiel consejera, la que de forma lúcida le dirigía los pensamientos por el camino correcto y la senda adecuada y más conveniente. Casi nunca le había fallado, y encima le reconfortaba.

Jamás le pidió nada a cambio de su acogida, la sentía íntima y cercana, lo más parecido a una madre sin serlo.
Le gustaba reposar en su regazo mientras la contaba el resumen diario y le trasmitía sus ansiedades e inquietudes. Daba igual lo que compartiera con ella, era discreta, e indefectiblemente quedaba entre ellos dos. Tarde o temprano la solución llegaba por si sola, como después de repetir un mantra te sobreviene la iluminación. Sentía, como bajo su influencia, se le recolocaban los chakras y su mente se le despejaba, pudiendo tomar esas decisiones lúcidas que necesitaba. 

Estaba pues decidido. No hablaría con nadie más. Ellos nunca llegaban a comprender del todo lo que les comunicaba, y menos acertaban a darle una solución o un consejo que le sirviese para algo.

Con lo cual, una vez más, esperó con ansiedad la noche para meterse en la cama, apagar la luz, y mientras se relajaba abrazándola, consultar todos los dilemas  con su almohada.


derechos de autor: Francisco Moroz


sábado, 20 de agosto de 2016

Enamorado




Era famosa, de eso no le cabía la menor duda, por la cantidad de admiradores que tenía, uno de ellos era él, que se enamoró perdidamente desde que la conoció. Él, que no podía pasar ni un solo día sin mirar su imagen y besarla con adoración.

Era una mujer que trasmitía un misterio indefinible, y  quería ser el único en descubrirlo, en la intimidad y sin testigos. Quería hacerla suya aunque sabía que al tratarse de quién se trataba no sería fácil conseguirlo. Era una de las mujeres más protegidas del orbe, una de las más codiciadas, cotizadas y deseada.

Parecía haber hecho un pacto con el mismo diablo, siempre parecía tener su cutis fresco y suave que incitaba a acariciarla, se moría por experimentar la sensación de tocarla pero habitaba en el extranjero. Por lo cual, una mañana se levantó dispuesto a cumplir sus sueños y se dirigió a ese país del que su amada había hecho su hogar.

Cuando llegó se quedo mirando el edificio como un pasmarote mientras se preguntaba  si sería digno de ella ¿ Le aceptaría?¿Querría tan siquiera conocerle?

No le pusieron excesivos impedimentos para entrar y cuando llegó ante su presencia quedó subyugado, parecía que el universo entero se hubiera confabulado para que esa mujer brillase en todo su esplendor. Su cautivadora sonrisa y su mirada volvieron a enamorarle como cuando era un adolescente. Se acercó a ella, sentía sus piernas lastradas, como con plomo, su lengua pastosa, la boca como llena de arena. Había soñado con este encuentro y ahora que tenía ocasión, no era capaz de hablar con ella.

Decidió pues que al menos la acariciaría y con eso sería eternamente feliz.
Ella le miraba en la distancia acercarse, y seguía sonriéndole. Él pensó que no le importaría pasar la eternidad  condenado en el infierno si esa enigmática mujer le acompañaba.

Llegó a su lado y extendió la mano hacía su cara y fue entonces cuando uno de los guardias que custodiaban la sala se dirigió a él de manera un tanto violenta y le comunicó que los cuadros no se podían tocar.


Tuvo que marcharse avergonzado, pero con la firme convicción de que esa noche la Gioconda sería suya.


derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 10 de agosto de 2016

Apuesta arriesgada



Sería por el horario laboral que teníamos los dos, o porque nos buscábamos de manera inconsciente; el caso es que coincidíamos en el ascensor un día sí y otro también, y en el intervalo de los cinco pisos que nos separaban de nuestras respectivas viviendas, manteníamos charlas insustanciales sobre el tiempo y el tráfico.

Pero en uno de esos encuentros cotidianos, no sé bien por qué razón, le hablé de mi soledad, de mi falta de amigos provocada por el perentorio y descontrolado deseo de jugar. Le confesé lo de mi ludopatía, una tara que no soportaba fácilmente ninguno de los que me conocía.

Ella me confesó que había soñado inexplicablemente esa noche con ese encuentro en el que yo le abría mi corazón, a su vez me confió que su timidez también le suponía una barrera para conocer a hombres sinceros como yo. Descubrió cierta afinidad con mis sentimientos, pues desde hacía unos meses sufría el mismo problema que un servidor: sentía una urgencia psicológica y física incontrolable a jugar de forma persistente.

Al preguntarla sobre los síntomas que sufría, me contesto con una dulce mirada y una bonita sonrisa que había apostado su corazón a una sola carta, y el que barajaba era el que escribe estas líneas.


Desde ese preciso instante, los dos jugamos con intensidad a ese arriesgado  y adictivo juego del amor.


Derechos de autor: Francisco Moroz



sábado, 6 de agosto de 2016

Sueño eterno






En el sueño que se repite noche tras noche, corre hacia la luz como las mariposas nocturnas, despavorida, pues unos seres diabólicos la persiguen para agarrarla y llevarla a la oscuridad eterna.

Justo cuando están a punto de alcanzarla y agarrarla con sus deformes garras, salta
al final del túnel de luz y escapa liberándose de la agonía.
Cuando abre los ojos se da cuenta que todo ha sido una pesadilla inocua.

Hoy, antes de acostarse y para facilitar el descanso, se traga tres pastillas junto con un sorbo de agua. Se duerme enseguida volviéndose a repetir por enésima vez el delirio recurrente: Todo está negro y en silencio hasta que los oye venir y los presiente tras la puerta del piso. 
Sale de la cama y busca frenéticamente el pasillo y allí, los ve: esos seres siniestros con apariencia de diablos de ojos inyectados en sangre vienen de nuevo en su busca.

Empieza a correr con torpeza pues sus piernas parecen de plomo, al final reconoce la luz del final del túnel y corre hacia ella para encontrar su salvación como en otras ocasiones.
Salta y se vuelve a librar por los pelos de esos seres del infierno una vez más.

Abre de nuevo los párpados encontrándose con la misma oscuridad y esta vez la pesadilla no termina, pues aunque vuelve a ver la luz al final de un túnel hacía donde irremediablemente se dirige su cuerpo astral... esta vez su sexto sentido intuye, que será de forma definitiva.

Su cadáver fue encontrado al amanecer estrellado contra las losetas del patio. Había caído desde el decimocuarto piso del bloque donde habitaba. Sus vecinos comentaron a los que les quisieron escuchar, que la muchacha no estaba pasando por sus mejores momentos.


  
                                                                                         Derechos de autor: Francisco Moroz



lunes, 1 de agosto de 2016

¡Uno, dos!




Mamá vigila mis juegos, siempre tan pendiente de mi seguridad.
Pero yo quiero volar y esta vez lo conseguiré.
¡Uno, dos!¡Uno, dos! me impulso hacia arriba después para abajo ¡Uno, dos! Me elevo cada vez un poco más; con un mínimo de fuerza seguro que mis pies tocarán las ramas del árbol que tengo en frente... ¡Uno, dos!

-¡Nena ten cuidado! -dice mamá, pero ella no sabe lo que es volar ni ser libre como los pájaros que van donde quieren. Ella siempre está atada en casa con sus tareas, sin tiempo para ponerse guapa y salir a pasear, y todo desde que papá se fue y no volvió más. Ella me explicó que se había ido de viaje, pero yo la oía llorar por la noche cuando pensaba que dormía. Ya no sonríe como antes, y me protege de tal manera que me siento frágil y pequeña.

¡Uno, dos! sigo remontando el aire que silba alrededor como animándome a continuar ganando velocidad. Hoy voy a conseguirlo, seguro, con empeño y toda la fuerza de mis piernas.

-¡Aurora por Dios!¡Más despacio!¡Te vas a caer y te harás daño hija!

El columpio del parque es mi rampa de lanzamiento y yo un cohete que volará lejos de la tristeza que hay en casa, lejos de las caras de pena de mis vecinos y las muecas y cuchicheos de los compañeros del cole que me llaman rara porque leo en el recreo en vez de jugar a la pelota, por querer aprender y pretender realizar mis sueños... "Aurora la rara" me dicen.

¡Uno, dos! ¡Uno, dos! voy cogiendo cada vez más altura, me siento importante aquí arriba, controlo mis movimientos y soy ligera. Cuando sea el momento me suelto y salgo volando.


¡Hoy sí! No como otras veces que caigo en el arenero por no decidir el momento justo.
¡Arriba!¡Abajo! ¡Uno, dos!

Lo que menos me gusta es que me empujen mientras me insultan:¡Aurora es tonta!¡Flaca!¡Gafotas! Creo que disfrutan y jalean para sentirse importantes, y cuando lloro porque me hacen daño se ríen y me llaman canija.

Cuando se enteren de que sé volar y me vean hacerlo por encima de ellos me dejarán en paz y me respetarán.

Y hoy es el día, porque ya no aguantaría ni uno más y me iría debilitando, y después ya no podría darle con fuerza a la silla del columpio y me tendría que quedar siempre así, conformándome con el suave balanceo y mi frustración.

¡Uno, dos!¡Uno, dos!¡Abajo, arriba! ¡Yaaaaa! y con un grito de triunfo Aurora se suelta de las cadenas que agarraban con fuerza sus manos. 

Las cadenas que la atan a su linda y frágil vida, y sale disparada hacía lo alto y vuela.

-¡Vuelooo!¡Por fin! ¡Lo conseguí! Ahora veo todo desde arriba: los columpios del parque y los bancos. Estoy por encima de los árboles y las farolas. De la gente que corre allá abajo como animalillos asustados y veo a mi madre de rodillas en el suelo a la que escucho gritar: ¡Aurora mi niña! y junto a ella también alcanzo a ver mi cuerpo desmadejado con la cabeza en una posición imposible.

¡Vuelo! pero no me gusta lo que siento, no soy feliz y tengo ganas de llorar y no puedo, no comprendo el porqué de esta tristeza...
¡Y estoy tan lejos del suelo! ¡Sin poder abrazar a mi Mamá! sin poder alcanzarla.





                                                                                          Derechos de autor: Francisco Moroz



viernes, 29 de julio de 2016

Al calor de las letras




Creo haber sido testigo y a la vez víctima de una desgracia. 

Me hallaba sentado ante el ordenador delante de una página virtual en blanco, intentando escribir algo coherente y con sentido, unas letras iluminadas que formasen un relato corto que fuese mínimamente atractivo como para que un supuesto lector exigente en sus gustos, se tomase la molestia de leerlo. Pero nada, la inspiración debía estar de vacaciones, pues ninguna idea genial me venía a las mientes.

Cuando más desesperado estaba, y ante la imposibilidad de coger la hoja y arrugarla para tirarla a la papelera, uno de los grandes problemas de lo virtual; sentí un escalofrió mojado en mi nuca y un pequeño temblor en mi cuerpo que me anunciaba que un espíritu creativo y fértil estaba a mi lado.

De pronto una chispa se encendió en mi cerebro, chispa que hizo funcionar las neuronas con velocidad de vagoneta de montaña rusa en caída libre.
Mis dedos empezaron a teclear frenéticos movidos por la inercia motivadora de unas células grises que habían recibido la señal divina de la musa de turno, que con suma generosidad acudió a mi llamada posándose sobre mis hombros, susurrándome una historia la mar de sugerente.

Como pájaro áureo de fuego me incendiaba con su energía radiante y purificadora de ardiente sol. Todo mi ser se calentaba con su aliento cálido traído desde el parnaso de los escritores...

Pero la tragedia ocurrió de pronto: mis dedos se paralizaron, las ideas se esfumaron tan rápido como vinieron. 
Fue la desgracia a la que me refería en el comienzo:

Mi musa se había derretido sobre mi cuerpo dejándome pringoso. O eso, o que la maldita e infernal temperatura me hizo sudar a mares, anulando toda capacidad de raciocinio y concentración. Así es imposible escribir, está visto que las letras, al contrario que las bicicletas, no son para el verano.

¡Ozú que calor!


Derechos de autor: Francisco Moroz



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