Y se ríe a pesar de mi resolución para callarlo a base de
manotazos. Su insistente risa me crispa los nervios de una manera insoportable.
Aprieto a rabiar su cuerpecito de bebé, lo golpeo una
y otra vez, pero continúa como si nada le afectase.
Me desespero, y en un arranque de maldad resolutoria, lo agarro con rabia y lo estrello contra la
pared.
Es entonces cuando cambia su risa por un llanto cansino igual de
agobiante.
Derechos de autor: Francisco Moroz